«La sociedad está muy secularizada. Dios está en el armario»

M.Rodríguez
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El arzobispo no evita pronunciarse sobre asuntos complejos, que han monopolizado el debate público, y defiende que la visibilidad de los signos religiosos es valiosa

Luis Javier Argüello, nuevo arzobispo de Valladolid - Foto: Jonathan Tajes

Conoce al milímetro el arzobispado de Valladolid, aunque lleva pocos meses al frente del mismo. Esa base le permite tener bien definido un libro de estilo donde prima su objetivo de «ser capaz de vivir la caridad pastoral del buen pastor expresado en una capacidad de cercanía, escucha, diálogo y no tener miedo a tomar decisiones».

Desde este nuevo púlpito, Luis Argüello, no rehuye pronunciarse sobre asuntos complejos, que han monopolizado el debate público.

Todavía con el dolor reciente por el funeral que ha oficiado por las dos víctimas de violencia machista, habla de una lacra social y apela al entendimiento, pero ¿cómo se puede solucionar realmente?

Hay que asumir que el mal existe. Y lo hace como herida o conflicto en el interior del corazón humano. Tenemos un problema para poder dialogar, por decirlo en términos sencillos, libertad y amor. Tenemos problemas para conjugar yo y tú. Y eso es una herida permanente. Y nosotros creemos ese algo maligno existe y que tiene capacidad de aprovechar esa rendija en la herida entre la libertad y el amor para provocar el mal. Eso no exime las responsabilidades personales de nadie. El ministerio de iniquidad existe y se manifiesta en la Historia a través de cosas concretas. 

¿Puede concretarlo?

Muchos de los asuntos que están en la plaza pública los miramos como problema. Los problemas tienen pronóstico, diagnóstico y tratamiento. Y se confía en que puede haber recursos científicos, legales y de la propia vida social o personal para afrontarlos. Pero algunos no son problema, son misterio. Es decir, una realidad que al mismo tiempo que nos desborda expresa una verdad sorprendente de la existencia. En este caso es donde digo que el mal existe. Y esto rompe posiciones optimistas o progresistas sobre la vida, pero ahí está. 

Lo que importa, y lo recuerdo desde la posición que represento, es que también existe otro misterio, que es el de la salvación, que cura la herida, que tiene la capacidad de vencer al mal, y que da esperanza, incluso cuando somos derrotados por el mal. 

¿Esa tesis lleva una aceptación implícita de que no se puede hacer más? Y, por otro lado, ¿los mecanismos civiles son insuficientes para acabar con esta violencia?

Sí, los mecanismos serían suficientes si fueran sobre un problema que tuviera soluciones, pero es más que un problema. De todas formas, este misterio toma cuerpo en la realidad de la vida, y tiene que ver con propuestas que pueden ofrecer soluciones. Por ejemplo, se dice que es muy necesaria la educación. Creo que es verdad, pero hace falta, al hacer una propuesta educativa, en este caso que tiene que ver con las relaciones entre hombres y mujeres, con la vida afectiva y sexual, partir de una concepción de la persona. Es una propuesta antropológica. Y hace falta también una propuesta de vida buena, virtuosa.

¿Y qué es lo que existe?

Hoy existe una gran confusión antropológica. Nos hemos reducido todos a individuos, donde se hace un elogio de la autonomía, del derecho a decidir y de la autodeterminación. Ante eso hay otra propuesta: saber que somos personas, que somos en relación, que no nos explicamos a nosotros mismos, que el derecho a decidir nunca es absoluto, que la autonomía tiene que ponerse en relación con la verdad y el bien. 

Habla de una definición antropológica, pero se podría plantear también otra semiótica.

Totalmente de acuerdo. Estoy presentando el documento 'Persona, familia y bien común' y la tesis es que las cosas están interrelacionadas. Es decir, la autodeterminación de Cataluña, la autodeterminación de género, el derecho a decidir sobre el propio cuerpo en el aborto, el planteamiento del suicidio y del suicidio asistido utilizan el mismo esquema moral para resolverlos y la misma propuesta educativa para afrontarlos. Si cae como lluvia fina, de manera permanente, en esta misma clave, lo normal es que termine dando frutos, aunque no los explique del todo. 

Mi propio planteamiento del misterio lleva a que hay explicaciones que nos ayudan a acercarnos, pero nunca a comprender del todo. Igual que hay propuestas que nos ayudan a encauzar o solucionar, pero tampoco nunca del todo. No cabe duda de que si hacemos un acercamiento mayor y mejor a lo que ocurre, y caemos en la cuenta de que quizás esta sociedad que hace elogio del individualismo, y lo lee en clave de poder, pues una persona perturbada piense, porque es la propuesta moral que estamos recibiendo, que la muerte es solución a los problemas. Los asesinos no tienen una justificación, pero tienen ante su autonomía una coartada.

¿Esa lluvia fina de la que habla procede de una ideología concreta?

Desde el siglo XIX funciona un axioma liberal: mi libertad acaba donde comienza la tuya. Pero si eso es así, tarde o temprano tú te vuelves un estorbo para mí. Y si mi libertad comienza donde acaba la tuya, yo trataré de empujarte para decirte dame espacio a mi libertad. Hay otro planteamiento que estar juntos para un proyecto distinto en el que los dos compartamos nuestra libertad. Ahora vivimos en una confusión antropológica muy grande, donde dominan corrientes culturales que niegan el significado de la diferencia de sexos. Insisto, nada justifica del todo, nada explica del todo, pero sí podemos ir sumando aspectos. No planteo que esto sea un determinismo, pero estamos creando un caldo de cultivo para un salto cualitativo.

 Pide que no se haga politiquería barata. ¿Quién peca más en este sentido en el espectro político?

Evidentemente creo que hace falta política porque la acción política tiene que ver con cómo organizamos el bien común, las relaciones. Llamo politiquería a reducir la política a solo una lucha por el poder, y a reducir la acción política, desde la lucha por el poder. Es no hacer ningún esfuerzo por abordar los problemas comunes escuchando las razones de unos y otros. Politiquería barata es hacer de muchas cuestiones un banderín electoral. Hay ideologías dominantes, como las que tienen que ver con la perspectiva de género, que provocan la perversión de la ideología. Es decir, y esto es puro Marx, separar la idea de la realidad. Si se rompe la relación entre idea y realidad las ideologías se vuelven locas, y no ayudan, confunden.

La Iglesia sigue resistiéndose a reconocer las relaciones homosexuales.

La Iglesia plantea lo mismo a homosexuales y heterosexuales: una vivencia de su sexualidad desde la virtud de la castidad, y una relación de la sexualidad siempre con el amor y la apertura a la vida. El significado de la diferencia sexual tiene que ver con la reciprocidad del amor y la capacidad de transmitir la vida. Y por eso decimos que matrimonio solo se puede llamar a una relación que pueda generar vida. 

Pero la acogida de las personas, cualquiera que sea su orientación sexual, es obligatoria para la Iglesia, pero a todas les hace la misma propuesta de vida buena. Lo que no puede decir es que sea un sacramento el matrimonio entre homosexuales porque le falta la categoría esencial de transmitir la vida. 

Otra batalla política reciente ha estado vinculada al aborto. Usted hablaba de más presiones que las del protocolo a favor de la vida. ¿Se puede llegar a un punto de consenso?

Para llegar a un acuerdo en algo hace falta descubrir un punto en el que estemos de acuerdo. Y creo que debería ser, en este caso por razones científicas, que en el seno de una mujer embarazada hay una vida distinta de ella, pero no autónoma. Desde que se aprobó la primera ley del aborto hasta aquí han aparecido las ecografías en 2,3,4 y 5D. No digo que haya que hacerlas o no, eso es un criterio médico. Pero si se hacen, se ve con claridad que hay una vida distinta que crece en la mujer.

¿Es posible ese acuerdo?

Si llegamos a él es bastante difícil hablar de un derecho al aborto porque hablamos de un conflicto real entre dos vidas. Y podrán existir situaciones de conflicto entre dos vidas que habrá que resolver. Hay un caso claro: cuando la vida de la madre corre peligro. Eso es legítimo plantearlo, pero si no es así estamos planteando un conflicto entre el débil y el fuerte. ¿Qué es lo que una sociedad organizada debe hacer? Preguntar a la mujer embaraza qué necesita. Y ella puede decir que nada más nacer lo dará en adopción, o que tiene un problema de vivienda o puede tenerlo en el trabajo. Eso sí que es chantaje. ¿Es posible ese punto de acuerdo? En este caso no depende de la idea. 

No parece viable.

Se ha dado un gran salto. Al principio se planteó regular el aborto porque era clandestino y morían muchas mujeres. Y apareció una ley de indicaciones. En el siguiente paso se despenalizó y llegó el coladero del tercer supuesto, aunque se pusieron los plazos para que no fuera tanto coladero. El salto cualitativo fue convertirlo en derecho. Y esta semana hemos visto otro salto, que es pensar que a una mujer embarazada se le pueda dar una salida para que no aborte se convierta en una quiebra de nuestro sistema constitucional.

Pero no se ofrecen alternativas o ayudas reales.

No se puede ser defensor de la vida y contrario al aborto, y ser al mismo tiempo defensor de un sistema económico que está en la raíz de esta propuesta. Al mismo tiempo que se debatía esto aquí, el Gobierno de China restringió, más de lo que teníamos aquí en la ley de indicaciones, las posibilidades de abortar. 

¿Es necesaria una nueva evangelización?

Por supuesto. Esto es algo que la Iglesia viene diciendo desde el Concilio Vaticano II. Y el Papa Juan Pablo II lo reiteró, y aseguró que debía ser nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones. Y lo escribe en un papel donde viene a decir que o la nueva evangelización la hacen los laicos o no se hará. El Papa Francisco también ha reiterado que se debe salir a anunciar el Evangelio.

¿Y por eso da más protagonismo a los laicos y ha incluido a la primera mujer en su equipo de Gobierno?

Sí. Tiene una importancia simbólica real, pero es una mujer valiosa, si no no la hubiera convocado. Pero en esta diócesis el número de mujeres que son delegadas episcopales es muy numeroso. 

Pero se les sigue reprochando que la mujer no tiene protagonismo.

Sí, es así. Pero no sé si interesa ver el papel real de las mujeres en la Iglesia, que es de un gran protagonismo. En los consejos de pastoral parroquial, la mayoría son consejeras. Pero entro al debate de por qué las mujeres no se ordenan, que es el fondo de la cuestión, y tengo que volver a la categoría del misterio. Desde el significado sacramental que tiene hacer presente a Jesucristo en la Tierra vemos que la vinculación que la Iglesia lleva haciendo desde el principio del ministerio ordenado con el varón merece ser mantenida. Y las iglesias que no lo han mantenido tienen otros problemas. Los hermanos anglicanos, luteranos y evangélicos no se han visto liberados de otras polémicas similares. 

En ese adaptarse a los avances sociales, usted pide a los nuevos sacerdotes que vistan de curas.

Lo hice por la experiencia propia vivida estos años. En estos últimos años, donde he viajado mucho en tren a Madrid, me he encontrado con personas que querían hablar conmigo, y varias que se quisieron confesar. Y entiendo que fue porque me identificaron. Hoy la sociedad en la que vivimos está muy secularizada, Dios está metido en el armario, y la visibilidad de signos es muy valiosa. Y también veo cómo las congregaciones religiosas que han mantenido el hábito tienen más vocaciones. Hoy ir vestido de clériman puede servir para que te reconozcan, incluso en el límite de pedirte confesarse, pero también para llamarte pederasta, algo que también me ha pasado. El que uno sepa, o se atreva, a vivir a contracorriente, desde un punto de vista educativo viene bien.

Siempre ha sido un hombre de calle, muy cercano. ¿Nota que ser arzobispo marca distancias?

El asumir una responsabilidad y la presidencia de una comunidad católica te tiene que hacer más prudente. Yo tengo una mirada distinta, y percibo que soy mirado de manera distinta, pero afortunadamente sin haber perdido las relaciones y cercanías básicas. 

Fue portavoz de la Conferencia Episcopal en una etapa difícil, pero ahora mantiene un protagonismo mediático similar. ¿Teme quemarse? 

Una de los ministerios de un obispo es el de la palabra al servicio del Evangelio. También un ministerio de pastoreo, de acompañar en medio de los asuntos que pasan en el mundo. Eso implica poder decir una palabra que esté en relación con la doctrina social de la Iglesia. Y en la medida que puedo ejerzo ese ministerio, y trato de iluminar algunos asuntos de la realidad desde la inspiración de nuestra doctrina social. Eso, a veces pasa por el filtro de los medios de comunicación social, y eso implica un riesgo siempre. 

Domina bien ese lenguaje ¿Está dispuesto a dar lo que se conoce como la batalla cultural?

Tuve una intervención pública en Madrid sobre la batalla cultural. Un creyente, que sepa quién es, sabe que su vida es un combate espiritual. El riesgo de las batallas culturales es que sean instrumento de la politiquería o de las ideologías. Pero es preciso mantener y expresar un combate espiritual. Hoy hay determinados asuntos que están tan impregnados de lo políticamente correcto que es muy difícil romper esa burbuja. 

También está en Twitter ¿Son una buena vía las redes sociales?

Las redes sociales son ambiguas. Yo estoy en una red social que es un poco prehistórica. Entré cuando era secretario de la Conferencia Episcopal.

Es posible unir la fe y las nuevas tecnologías ¿Confesaría online?

Hay que distinguir. Lo que vivimos con la pandemia nos ha hecho ver que las nuevas tecnologías tienen un aspecto muy valioso porque han permitido nuevas formas de trabajo, pero también que la presencia es algo valiosísimo, que un abrazo no se puede cambiar por nada. La Iglesia sabe que las nuevas tecnologías pueden tener un uso para la nueva evangelización y el combate espiritual, pero hay otras cosas para las que no porque hay otras realidades que precisan contacto físico.