Cocina sin fogones en la plaza de San Juan

M.B
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Javier Cabrera nos descubre algunos de los secretos del Astrolabio, que ya se ha ganado un Solete de la Guía Repsol

Javier Cabrera, en el Astrolabio. - Foto: Jonathan Tajes

«Tapeo de los que de verdad hacen disfrutar. Cañas bien tiradas, cervezas artesanas, vinos y vermús para elegir. Un sitio para conocer y convertirlo en habitual». La Guía Repsol incluyó en su último listado de Soletes un local ubicado en plena plaza de San Juan de Valladolid capital y al que muchos le conocían por sus cafés y sus copas más que por sus tapas o su oferta gastronómica. Pero el Astrolabio cambió en 2014 y desde entonces ha ido transformándose en un templo de las conservas, de los productos frescos y de temporada... con una denominación común, que ya viene en su 'apellido', cocina sin fogones. 

De la mano de Javier Cabrera y Gladis Domínguez, este establecimiento no solo se ha ganado un reconocimiento gastronómico si no que se ha abierto un hueco entre una cliente fiel, que cada vez se amplía más: «Tras el Solete, hemos notado que viene más gente, incluso de fuera de Valladolid».

Javier estudió el Grado Superior de Restauración en el Diego de Praves, con el que en los últimos años, antes de la pandemia, organizaba un concurso de pinchos sin fogones. Tras pasar por Laredo (Cantabria) llegó al Puerto Chico, donde estuvo once años. Fue en 2014 cuando se decidió por el Astrolabio, por entonces más cafetería y de copeteo, para dar una vuelta de tuerca al negocio: «La idea surge de no tener cocina. En Madrid se lleva el tema de las latas y las conservas, pero no nos terminó de convencer del todo;y aquí buscamos algo más».

Así comenzaron con raciones y una carta un poco amplia, que han ido haciendo desaparecer. «Trabajamos sin carta, con productos frescos que nos llegan de Galicia, en función de mercado, y conservas», explica Cabrera. Así en época de espárragos o de boletus, esos productos no faltan en su local. Tampoco los gazpachos o salmorejos en verano; las anchoas al limón, los boletus con soplete o en carpaccio. «Los miércoles llamamos a nuestros proveedores de Galicia para contar con productos frescos el fin de semana. Por ejemplo, lo que siempre hay son los berberechos».

Así que junto a unas empanadas o unas alcachofas con ventresca y crujiente de jamón o unos callos o unas anchoas o unas costillas o una carrillera, siempre hay esa oferta de fines de semana más orientada al producto fresco gallego.

«Si no nos conocen, les explico un poco como funcionamos antes de pedir. Opciones siempre hay», añade Javier enseñando su espacio de trabajo, un metro cuadrado con un microondas, táperes especiales, una plancha para el mismo microondas y sopletes: «Lo crudo lo trabajamos muy bien».

Con una clientela que repite a diario y todas las semanas, Javier y Gladis, junto a Esther e Isabel, abren de lunes a jueves de siete y media de la mañana a diez y media u once de la noche –los viernes cierran un poco más tarde–, mientras que los sábados lo hacen de doce a doce. Los domingos descansan. El local tiene una capacidad para una veintena de comensales, aunque su terraza, con nueve mesas, le permite dar muchos más servicios.

Y dentro de esa clientela fija hay vecinos del barrio, trabajadores de la zona y esos habituales del chateo que aquí tienen su parada. «Durante el segundo cierre por la pandemia, un grupo de los habituales, profesores del colegio San José, nos dejaron un día un sobre con el dinero de los cafés que no se habían tomado y con unos décimos de lotería.Son de esas cosas que uno no puede olvidar», recuerdan Javier y Gladis desde su restaurante sin fogones, con soplete, plancha y microondas... y mucha mucha imaginación.