Una cena con los más necesitados

Miguel Á. Ruipérez
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La asociación Asalvo organiza cada año una cena de Navidad a la que acuden 60 personas. Ocho de cada diez son hombres, con una media de edad de 45 años. Jorge y Jesús son dos de los comensales

La cena de Navidad organizada por la Asociación de Alumnos Voluntarios (Asalvo). - Foto: J. Tajes

Es una época marcada por la ilusión de los más pequeños y por los encuentros con familiares y amigos. Es lo habitual y lo que tradicionalmente se asocia y se vincula a la Navidad. Al fin y al cabo, es lo 'normal' y es como lo vive la mayor parte de la ciudadanía. 

Un patrón de conducta o un hábito muy arraigado que en ningún caso puede extrapolarse al 100% de la población. 

Porque existen personas para las que la Navidad pasa desapercibida o, más bien, quieren que pase desapercibida. Son semanas con la misma rutina y los mismos hábitos y en las que los sentimientos de tristeza, fracaso, soledad o incertidumbre pueden aflorar o intensificarse. 

La cena de Navidad organizada por la Asociación de Alumnos Voluntarios (Asalvo).La cena de Navidad organizada por la Asociación de Alumnos Voluntarios (Asalvo). - Foto: J. TajesUna situación que afecta, sobre todo, a colectivos en riesgo de exclusión social, ancianos y personas, en general, a las que la vida no les ha ido como merecían o esperaban. 

Para intentar paliar, mejorar o camuflar estos sentimientos durante algunos instantes, diferentes asociaciones y organizaciones llevan a cabo estos días en Valladolid comidas y cenas para ofrecer calor humano y un menú digno acorde con las fechas. 

Es el caso de la Asociación de Alumnos Voluntarios (Asalvo). Todos los años, el martes anterior a Nochebuena, organiza una cena para estas personas. Muchas de ellas no tienen recursos y los ingresos difícilmente les sirven para llegar a fin de mes y cubrir las necesidades básicas. Algunos viven en la calle y otros duermen en albergues o comparten piso. 

La cena de Navidad organizada por la Asociación de Alumnos Voluntarios (Asalvo).La cena de Navidad organizada por la Asociación de Alumnos Voluntarios (Asalvo). - Foto: J. TajesPara la cena de este año, Asalvo preparó un menú con langostinos, queso manchego, encurtidos, patatas con bacalao, pollo asado y tarta de queso. 

El comedor social de la parroquia de La Milagrosa, en el barrio de Las Delicias y abierto los 365 días del año, cede sus instalaciones este día para que la asociación pueda dar de cenar a unas 60 personas. La media de edad es de 45 años y el 80% son hombres. 

Asalvo pone todo de su parte para intentar ofrecer una experiencia, o una cena, completa y lo más parecida a lo 'habitual'. Decoran el comedor, las mesas... y los más de 20 alumnos de bachillerato ejercen como voluntarios y camareros. 

Les hacen sentir como en casa. Les atienden, les cuidan y están pendientes de ellos. Si necesitan algo, allí está un voluntario para servir un poco más de agua o llevarles el siguiente plato.

Tampoco faltan los regalos. Turrón, mazapanes, ropa de abrigo, pendientes, perfumes... Todos reciben un obsequio. Un detalle que les saque una sonrisa y les sea útil para el día a día.

Una de las personas que acude a la cena es Jorge. Tiene 65 años, fue transportista y trabajó 25 como autónomo. Lleva 10 sin trabajo y 5 pidiendo en la calle. Le gustaría «volver a trabajar». Es su realidad. Y nos la cuenta muy amablemente y dejando caer una tímida sonrisa por momentos. 

Su día a día es pedir en la calle. Vive solo en casa de sus «difuntos padres» y sus únicos ingresos son los que proceden de pedir en iglesias, mercados o «cualquier otro sitio donde haya gente». No tiene ayudas sociales y la comida se la llevan a casa gracias a los Centros de Acción Social (Ceas). 

También aparecen los problemas de salud. A Jorge le falta un riñón. Antes iba al comedor social, pero hace tres años le operaron de la uretra y desde entonces le cuesta andar.

 Sus hermanas tampoco le hacen caso. Tiene dos que «pasan» de él, nos dice resignado. Su hermano «tiene la vida hecha», con mujer e hijos. A veces, muy esporádicamente, le lleva al pueblo. 

Un caso similar al de Jorge es el de Jesús, de 58 años. Lleva más de 15 en el paro y no llega a los 15 cotizados. Su familia no quiere saber nada de él e ironiza sobre si tendrá que estar «en silla de ruedas» para cobrar la pensión. 

Anda con muletas y tiene una paga de poco más de 400 euros que «no da para mucho». Ahora espera que el Gobierno la suba un «8%» para poder vivir «algo más holgado».

Desde siempre ha ido trabajando en lo que «iba saliendo». No ha tenido un empleo fijo, estable ni bien remunerado. Trabajos temporales que podían ser de «un día o seis meses» y casi siempre relacionados con la construcción. También trabajó cuidando animales, un empleo «que nadie quería» y que él aceptó. 

Después se quedó en el paro. Estuvo 3 años y... le empezaron a «fallar las piernas». Agacha la mirada y nos dice que fue cuando empezó el «declive».

Actualmente comparte habitación con una familia extranjera. Al igual que Jorge, recibe comida a domicilio, algo que agradece dados sus problemas de movilidad. 

Este día ha cenado caliente gracias a María Jesús Fournier, presidenta de la asociación. Se conocieron cuando Jesús dormía en la calle, en la estación de autobuses. Se acercaron a él con un caldo y un bocadillo. Ahí nació y empezó la amistad.