"Los gestos bondadosos hacen más llevadera la vida"

María Albilla (SPC)
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"Los gestos bondadosos hacen más llevadera la vida" - Foto: Xavier Torres Bacchetta

La vida es un viaje para el que no hay una guía. Nadie la tiene. Sin embargo, las vidas de todos están estrechamente ligadas en ese viaje. Un hilo invisible cose el devenir de unos y otros mientras, ajenos, cada cual sigue su ruta sin la consciencia de que su hacer y condición de ser social hace de su entorno una colmena en la que una decisión, sea buena, mala o peor, condiciona la vida del otro. Y en esta madeja de acciones y sentimientos se desenvuelve la escritora Ana Merino, que propone un millón de reflexiones en El mapa de los afectos, una guía para moverse por la intrahistoria de una sociedad coral que transcurre en el corazón de Estados Unidos y que está llena de gente buena que ama, que mira, que vive, que escucha, que ama, que sufre, que mata, que viola, que nace, que juega, que sueña y que muere mientras cose con ese hilo invisible las vidas propias y las ajenas. 

Poeta, dramaturga, investigadora de cómic y, ahora, novelista. ¿Cómo le han influido todos estos géneros a la hora de escribir su primera obra de este género?

Llego a esta novela desde el compromiso con la literatura y desde la madurez en la que entiendo el poder y las posibilidades que tiene la ficción. Pero, claro, mi trayectoria me influencia mucho. En los planos del cómic, los recursos muy plásticos, la capacidad de síntesis que me ha dado la poesía... Todo eso hace que la novela siga el modelo Turguénev, un escritor que tenía una gran capacidad para condensar.

Esto ha sido llegar y besar el santo, porque ha ganado el Premio Nadal con El mapa de los afectos. ¿Qué supone para usted?

Este premio es importantísimo porque me pone en diálogo con autores que son formidables y que me formaron como son Miguel Delibes, Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet... Es muy importante tener un espacio en el que te sientes acogido con un premio a una propuesta literaria. Porque eso es esta novela, una propuesta que busca el diálogo literario con la construcción del bien, con la reflexión sobre el todo, un todo entendido como comunidad.

Si hay algo que destaca, precisamente, es ese concepto de comunidad. Hay un hilo muy fino que conecta a los personajes mucho más de lo ellos mismos se pueden imaginar.

Efectivamente. El narrador y el lector construyen ese mapa y seleccionan las emociones, los afectos que les hacen evocar reflexiones. Es la literatura como espacio de reflexión y de cobijo.

Lleva muchos años viviendo en Estados Unidos, ahora en Iowa, y allí está ambientada esta historia, pero ¿no son iguales los afectos a un lado y otro del océano?

Pienso que sí, lo que pasa es que, a mí, escribir sobre América me ha servido para entender al país que me ha adoptado. Construirlo desde mi intimidad literaria me ha ayudado a darme cuenta de que somos parte de lo mismo. 

El libro esconde una veintena de personajes a lo largo de 15 años que dan para mucho...

Lo que vemos en este tiempo es la evolución de los primeros cinco personajes, cómo se van abriendo y desarrollando a otros, pero permanecen en ese hilo. 

Además, hay muchos elementos simbólicos que me interesan como lo femenino, la masculinidad, el significado de la guerra, el deterioro de la vejez...

Dice de ella que es una novela llena de amor, pero no está exenta de dolor. Muerte, celos, venganza, guerra... Los personajes sufren una barbaridad.

Sí, sufren una barbaridad, pero son personas buenas... Liliam, cuando sabe que va a pasar lo peor, se aferra a la memoria de su padre, busca cómo vencer el miedo acordándose de él. La abuela que ve que le ha desaparecido la hija apela al amor de sus nietos... Suceden cosas horribles, pero en ese mundo duro siempre están esos gestos generosos, está el amor.

«Qué extrañas son las conjeturas de la esperanza...», dice en uno de los capítulos.

Exacto. A lo largo de la novela hay un desarrollo que busca una armonía existencial. Hay mucha dureza, pero me interesan los personajes que tienen un buen fondo.

Si hay una historia que impacta de primeras es la de Liliam. Por quién muere, por cómo muere, por quién la mata y por quién carga con la culpa. ¡Es el culmen de la injusticia y la impunidad!

Hay más casos de impunidad a lo largo de la novela. Esta es la concreta, pero luego está la general. Las migraciones, las tragedias que suceden porque no hay un sentido de la responsabilidad... todas estas están muy presentes como un punto para la reflexión.

El personaje de Greg desde luego no tiene una vida ejemplar, pero tampoco se merecer lo que le pasa.

Claro, pero ahí está cómo resuelve la desesperación y construye un imaginario para salir de ese pozo a través de la religión, que es otro tema que me interesa mucho.

¿Qué es lo que le atrae en concreto de la religión?

No es tanto la religión como la espiritualidad existencial. La sociedad americana está muy marcada por la religión y sucede mucho en las cárceles que la única forma de encontrar consuelo es la construcción de la fe.

A lo largo de las páginas uno también se da cuenta de que está mucho más cerca de la muerte de lo que se puede imaginar.

Es que la muerte es parte de la vida, por eso quería también explorar todas las edades. Sam es un adolescente que crece a lo largo de la obra, también los hijos de Liliam... y todos ellos van reinterpretando el mundo en esa evolución tan íntima y personal.

Otra de las muchas reflexiones que surgen a lo largo de estas páginas es cómo la vida cambia súbitamente. No da tiempo a pensar.

La vida a veces da un giro tan brutal que no te das cuenta de cómo te afectan las cosas. Así les pasa a personajes como Emily o David. 

Al final ese tejido social, esa colmena, resulta ser el soporte de cada uno de ellos como individuos y como colectividad.

Cada uno somos una parte de esa sociedad y somos los que la damos sentido. Son los gestos bondadosos los que hacen más llevadera la vida. Por ejemplo, Emily sabe que tiene un problema con las adiciones y son sus compañeros, gente buena, los que le ayudan, los que le hacen las cosas más fáciles.

Es relativamente sencillo imaginar los escenarios en los que transcurren las historias de los habitantes de esta novela, ¿pero a qué suena?

A mí, me suena a Johnny Cash, a Simon and Garfunkel... Está también Bob Dylan y hay mucho de Nina Simone e incluso baladas de Bruce Springsteen. 

¿Tiene algún significado que todo empiece con la vista desde la copa del árbol al que permanece encaramado Sam?

Me interesaba mucho subir al lector como espectador a esa copa. Además, el árbol es un elemento muy simbólico. Es el árbol de la vida, el del bien y el mal. El árbol como eje, el árbol que echa raíces y, aunque no se vean, alimenta... Es en realidad un símbolo muy importante en la novela.

Y una de las cosas, o personas, que primero observa Sam es a la maestra. ¿Por algo en concreto?

Porque tiene cierta fascinación por la maestra del pueblo, que le recuerda a Susan Storm, la Chica invisible. Sam interpreta al mundo a través de sus lecturas de cómic.

Usted es profesora también...

Sí, pero tengo un profundo respeto y amor por los maestros que se ocupan de esa primera etapa escolar. Los educadores son clave en esa bondad que alimenta al mundo. La educación es uno de los ejes de la bondad y las personas que se dedican a este campo son gente muy importante en la sociedad y eso, por supuesto, quiero reivindicarlo.

¿Qué diferencias hay entre la educación en EEUU y en España? ¿Hay algún aspecto que se podría intercambiar entre países?

Sería un tema complicado de analizar porque cada estado tiene sus planes educativos y no se puede hablar generalizando, pero yo creo que ambos necesitan más compromiso con la educación y darse cuenta de que es un espacio en el que tiene que haber consenso y responsabilidad política. La educación es nuestro lugar clave de arranque y no se puede perder nunca de vista.

¿Es cierto que una de las cosas que más le gustó cuando llegó a América fueron sus bibliotecas?

Las bibliotecas de las universidades tienen unos fondos de archivo impresionantes. Hace poco he estado dando unas conferencias en Harvard y allí tienen el original manuscrito de Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós. 

Han tenido un cuidado y un interés por almacenar el conocimiento que es una cosa que me atrae muchísimo. Saben que el conocimiento y la cultura son poder y por eso las universidades son un espacio muy importante.

Además, allí le han dejado desarrollar programas creativos que igual tendrían un encaje más complicado en otros lugares.

Efectivamente, me han dejado desarrollar, inventar y hacer cosas. Es un país que, en ese sentido, cataliza. Si ve que tienes potencial te deja hacer y eso es una maravilla.

Como el árbol del que hablábamos antes... ¿ha echado raíces?

Llevo muchos años trabajando allí, pero yo amo profundamente España, aprecio muchísimo desde fuera lo que tiene mi país. Al final, como uno de los personajes, poco a poco, iré regresando.

¿Quizá si vuelve a ganar Donald Trump las elecciones de este año esa vuelta se precipite?

No aventuremos... mi regreso es una pulsión de una trayectoria, pero no anticipemos, por favor... Vamos a esperar a las elecciones y a ver cómo se reflexiona, si a los demócratas les da tiempo a rehacerse... No perdamos la esperanza.

Yo no soy politóloga, pero creo en una reflexión y en la posibilidad de que haya un cambio. Tengo mucha curiosidad por ver cómo solucionan las primarias el duelo entre los demócratas.

Escribe que «los adultos se olvidan de que fueron niños, se olvidan de la capacidad de inventar y ser felices». ¿Cree necesaria esa capacidad de reinvención?

La espontaneidad y la capacidad de ilusionarse de los niños es un motor muy importante.

¿Tiene ya nueva obra en camino?

Sí, tengo otra novela que estoy escribiendo a mano. Siempre escribo primero en un cuaderno la versión inicial, aunque sea de textos académicos.