El brutal y sinuoso chantaje del PNV

Carlos Dávila
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Ortúzar y sus valientes gudaris aspiran a que sea su gobierno el que maneje el entramado de las relaciones laborales, los convenios son solo una coartada

El presidente de la formación nacionalista de Euskadi le ha dictado a Sánchez lo que tiene que hacer para contar con su apoyo. - Foto: Miguel Toña

La historia de siempre, en la que han caído todos los gobiernos españoles y todos sus presidentes, es una estrategia más vieja que el Puente Colgante de Bilbao. Repetida, la misma. Ponen las negociaciones y los presuntos acuerdos casi imposibles para aprovecharse de la debilidad de sus interlocutores, y luego ya, con el bolsillo a rebosar y todas las sinecuras en la buchaca, acaban por decir que sí, no sin antes, desde luego, reñir al ofertante. En una ocasión se lo oyó el cronista a un ministro del Interior: «Siempre nos ganan en el último minuto». Y, a menudo, por incomparecencia o torpeza del contrario, o sea de los gobiernos españoles. Esta vez, con la reforma laboral de por medio, pero también con la agitada Ley de la Vivienda, el bodrio comunista de Podemos, el PNV actúa y actuará siguiendo su más escueta tradición. 

Su presidente, Andoni Ortúzar, menos rudo de lo que aparenta incluso por su presencia física, le ha dictado a Sánchez lo que tiene que hacer para contar con el apoyo de su partido. Un amago de presión intolerable: «Nosotros -le ha transmitido- con Ciudadanos ni a recoger una herencia». Y eso contando, además, con que la depauperada, políticamente claro, Arrimadas, está cometiendo contra ella misma y contra las raspas de su organización su penúltima pifia. Se dispone a asegurar a Sánchez sus escaños, un Sánchez del que opina textualmente esto: «Es un tipo en el no se puede confiar; siempre te miente». Pues bien, a ese presunto tipo se ha vendido Arrimadas pero el PNV no le quiere en el grupo. Este será un nuevo rejonazo en el cuerpo marchito de Ciudadanos, aquel partido naranjita que vino a salvarnos a todos del bipartidismo feroz.

Pero el caso es que con este diagnóstico evidente al que se suma sin fisuras el PNV, Sánchez no hace otra cosa que aminorar las dosis de morfina que se le aplican ya al agónico Ciudadanos. Ahora, en el colmo de la hipocresía, La Moncloa vuelve a denominarlos «partidos de Estado» porque les necesita para superar este trance. 

Credibilidad

El PNV, veterano de mil curvas y recovecos, sabe de qué va esto y se pitorrea de unos y del otro, de ese Sánchez al que Ortúzar ha desdeñado más de una vez como un sujeto «inconsistente» (así lo decía también Rubalcaba) que no tiene la menor credibilidad ni aquí, ni en Kiev, ya que Ucrania está tan de moda. Los peneuvistas, que estrujaron hasta la nausea a José María Aznar, saben ahora, sin embargo, que con Pablo Casado en La Moncloa sus éxitos en el chantaje al Estado serán menos evidentes. Por eso, Ortúzar arremete contra las «cortas posibilidades» que tiene Casado de ganar las elecciones. Es curioso: en la intimidad o en los socorridos off the record Ortúzar sugiere estar más proclive al PP que a sus recurrentes socios del PSOE. No obstante, esas declaraciones solo valen para la clandestinidad, porque fuera de casa el PNV es rehén del independentismo más radical, el próximo a los postulados de la banda asesina ETA. A eso, encima, le obligan desde dentro, desde Sabin Etxea, el guipuzcoano Eguibar, un tostón secesionista y la presidenta del partido en Vizcaya, Itxaso Atutxa, mujer del portavoz en Madrid, Aitor Esteban, no cesan en su intención de aplicar a los partidos españoles, «españolistas» les dicen ellos, el garrote vil de la política.

El brutal chantaje del PNV es algo más que otro episodio insoportable. Consiste únicamente en esto: «Mientras hagáis lo que nosotros ordenamos os hacemos la concesión de seguir con vosotros, si no nos obligaréis a tomar las de Villadiego». O sea, lo mismo que han manifestado desde los años sesenta del pasado siglo Batasuna o Herri Batasuna y, en este momento, la nueva ETA, el Sortu rellenado de terroristas criminales. La coacción clamorosa, vergonzosa, infame. Y muy simple, por eso, causa asombro que algunos medios -casi todos convertidos en la marca blanca de Sánchez- se pregunten qué va a hacer el PNV en tesituras parlamentarias como la reforma laboral o la citada Ley de la Vivienda. Todo está más cantado que un aurresku. Ortúzar es cien veces más listo que todo el equipo de Pedro Sánchez, ha enseñado el camino a su aliado de ocasión, el perentorio Sánchez: «Aténganse a lo que ya fue normal en los años 90 y 2000 y cédanos los convenios autonómicos, si no iremos contra su cuello». Lo han afirmado literalmente. Y no engañan.

Increíblemente, en este asunto, a los chantajistas nos les falta del todo la razón porque, veamos: ¿pueden moverse con las mismas bases laborales las empresas hosteleras de Cantabria y de Canarias? Naturalmente que no. La primera región vive de veranos sin llover; la segunda tiene sol y turismo todo el año. ¿Igualarlas? Imposible. Pero, ¡ojo! esto no es lo que pretende el PNV. Ortúzar y sus valientes gudaris (es un decir) aspiran a que sea su Gobierno, el de Vitoria, el que maneje todo el entramado de las relaciones laborales, los convenios son solo una coartada, un disfraz. 

Se han quedado ya con el total del famoso SMI, el salario mínimo interprofesional, y ahora se van a refocilar con la cesión de la reforma laboral. La solidaridad y equidad, tanta cantada por ellos no es más que un señuelo tan embustero como el propio Sánchez.

Víctimas

Poco a poco, mejor dicho, partidazo a partidazo, el PNV está adelgazando a España, con sucesivos y brutales chantajes: «O me lo das o me voy», hasta tal punto que, algún día no muy lejano, ya lo verán, nos dejarán en las raspas. Entonces se dirán y dirán: «Si ya tenemos todo, si todo es nuestro, ¡qué diablos hacemos con estos en la misma cama! Al divorcio, como el alavés Udangarín. «Estos», las víctimas, somos nosotros y lo terrible del caso es que muchos de nosotros no nos estamos dando cuenta de con quién nos jugamos los euros. Son unos brutales y curvilíneos chantajistas. Ya lo dejó escrito el padre Javier Arzalluz Andía, sacerdote in Christo, Frankfurt Main: «La línea más corta entre dos puntos no es la línea recta, sino la ligeramente sinuosa». En eso están.