Pablo Álvarez

ZARANDAJAS

Pablo Álvarez

Periodista


Por las malas

15/08/2020

Mal se le pone el ojo a la yegua. Los datos sobre el avance del bicho no animan al optimismo. Más bien todo lo contrario. Creíamos que después de los tres meses de encierro el virus se habría volatilizado y mira por cuanto, no es así. La memoria es frágil para todos menos para los que han perdido algún ser querido en medio de esta pesadilla.
¿Dónde quedaron los aplausos a los sanitarios de las ocho? ¿Dónde están esos arcoíris con el mensaje de ¡Todo va a salir bien! que decoraban ventanas y balcones? ¿Te acuerdas cuando nos decíamos «de esto vamos a salir reforzados y mejores»? Solo la presencia de las mascarillas en las caras, bajo amenaza de multón, nos permiten darnos cuenta de que la amenaza sigue ahí, aunque no la veamos. Y la clave está en el multón.
Hacemos el mismo caso a las recomendaciones sanitarias que al sonido de la lluvia. Ya nos lo pueden rogar, sugerir, implorar, dejar caer, simplemente pedir o exhortar… Si no hay una multa de por medio, no hacemos caso. Y luego, claro, quien pone la multa es el malo, el dictador, el déspota, el tirano… Podemos subir el tono hasta el infinito.
No nos damos cuenta de lo que está en juego.
Hablo en primera persona de plural porque me incluyo, aunque no creo que sea el único que se encuentra en esta situación. Hace ya dos semanas tenía preparadas las maletas para ir a mi pueblo, Pedrajas de San Esteban, a pasar el fin de semana. No fue hasta la víspera y sabiendo que el confinamiento del pueblo se podría producir de forma inminente, cuando decidí quedarme en casa. Muy a mi pesar. Por mi cabeza pasaba, «bueno, voy a ver a mis padres y no voy a salir de casa, ¿qué me puede pasar?», consciente de que había una decena de positivos sobre ya sobre la mesa y el panorama podía ir a peor. Desde la Junta, el ayuntamiento y desde cualquier organismo o institución pedían prudencia, pero parecía que no iba conmigo.
Desconozco en qué momento se produjo el cortocircuito que nos llevó a deshacer las maletas, pero se encendió. El ¡ay, ay, ay! se impuso al ¡bah! ¿qué me puede pasar? No siempre ocurre así y esta forma de pensar es la que está llevando hasta donde estamos, muy cerquita de nuevo del precipicio.
El deseo de recuperar la normalidad, nuestra normalidad, sin que nada ni nadie interfiera en nuestras rutinas se impone a la sensatez y la reflexión. Y así nos pinta. En juego está nuestra salud y el pan no sólo el de hoy sino el de la próxima generación, al menos. Está visto que cuando nos encomendamos a la responsabilidad personal, esto no funciona. Y por las malas… esperemos que los jueces se pongan de acuerdo porque si no, no habrá quien nos ampare.
PD: Gracias a los vecinos de Íscar y Pedrajas de San Esteban por su ejemplar comportamiento durante el confinamiento. Y por su paciencia. Me temo que serviréis de ejemplo para muchos que os van a seguir. Ojalá me equivoque.