Maite Rodríguez Iglesias

PLAZA MAYOR

Maite Rodríguez Iglesias

Periodista


Chapuzas

10/02/2023

Estamos vacunados ya de espantos. De hecho, España debería patentar el antídoto que aletarga a la población para sobrellevar con tanta resignación los episodios surrealistas, que un día sí y otro también, nos brindan algunos gestores políticos. Esta semana ha sido especialmente fecunda. Comenzó con la noticia de la compra de los trenes de Renfe que no caben por los túneles de Asturias y Cantabria. No es una broma. Es un billete directo a los memes en redes sociales y un regalo para los humoristas. «Que no caben… Cuando te dicen que Renfe va a reducir los trenes yo pensaba que se refería a recortar horarios…No, que tiene que empequeñecerlos. Cómo molaría ir en el vagón y escuchar… Tintontin… ¡Agáchense! A ver, ¡Que sí que caben pero hay tan poco espacio desde el tren a la pared del túnel que ahora es a lo que llaman Cercanías!», ironizaba el humorista vallisoletano Alex Clavero.
Y cuando parecía que iba a ser difícil superar este surrealismo conocemos otro episodio todavía más delirante: el proyecto de una 'Dubái salmantina'. La trama es digna de una película de Berlanga: unos presuntos jeques iban a transformar la capital charra con un megaproyecto urbanístico de ensueño gracias a una inversión de 15.000 millones de euros. Eso sí, previamente el Ayuntamiento tuvo que pagar a un intermediario, que resultó ser algo parecido al pequeño Nicolás, y financiar otros gastos previos, como un congreso en el que ahora no se sabe si participaron potenciales inversores o extras contratados para dar forma al montaje. El resultado final es lo más parecido al timo del tocomocho.
Dice Javier Cercas en su novela 'Independencia' que en política, crear algo que funcione es muy difícil, pero destruirlo es muy fácil. Y lo estamos poniendo a prueba y tensionando hasta el límite un sistema que todo el mundo daba por hecho que funcionaba y que, estuviera quien estuviera en el poder, iba a seguir haciéndolo. Pero estamos llegando a niveles de descrédito difíciles de soportar y, lo que es peor, los partidos que decían que venían a oxigenar ese sistema ya están inmersos en ese fango. Sigue costando mucho escuchar a un político asumir responsabilidades o conjugar el verbo dimitir. Es más fácil tirar de la propaganda y tratar de imponer un mensaje monótono, simple e insistente para lograr la absoluta indiferencia de la población, cuando la reacción normal debería ser casi de rebelión cívica. Para chapuzas ya están Pepe Gotera y Otilio.