Antigua vocación comercial

Jesús Anta
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Plaza de España

Antigua vocación comercial - Foto: Jonathan Tajes

Hasta que se puso el nombre de España a la céntrica plaza, desde siempre se vino llamando Campillo de San Andrés, o simplemente Campillo. Era aquel nombre muy descriptivo y situaba toponímicamente el origen de esta plaza. Viene lo de Campillo porque era un descampado exterior a la muralla de la ciudad, y de San Andrés, por estar inmediato a la iglesia de ese nombre que asoma a la calle Mantería.

Esta plaza de antiguo tuvo vocación comercial, pues en ella se instalaron casetas de madera para la venta de los más variados productos, hasta que en 1880 se construyó el mercado de hierro que mandó levantar el alcalde Miguel Íscar. El mercado del Campillo era el más grande de los tres que por aquellas fechas se hicieron en Valladolid. Los otros dos fueron el de Portugalete y el del Val, el único que sobrevivió a la piqueta. En 1957 se derribó el Campillo y en 1974 Portugalete.

Por eso parece muy acertada la amplia marquesina que ahora cubre el centro de la plaza, pues rememora aquel mercado de hierro, y además da cobijo a un mercado diario de frutas y verduras,  y facilita otras diversas actividades los días festivos: desde abrigar a los corrillos de personas que aquí vienen a intercambiar cromos, al mercado ecológico mensual, entre otras.

Polémico fue en su día el proyecto de aparcamiento subterráneo bajo la plaza. Diversos colectivos vecinales, políticos y ecologistas advirtieron que este atraería más tráfico al centro, además de interferir en el curso natural de las aguas freáticas y antiguo discurrir de la Esgueva. Desde luego en lo segundo acertaron, pues son varios los edificios colindantes que sistemáticamente tienen que achicar agua para evitar que se inunden sus sótanos. 

Inmediato al número 1 de la plaza se han instalado unos bajorrelieves de cerámica elaborados por el taller de los Coello en 1996. Representan las actividades comerciales que acogía el antiguo mercado. 

Hay cuatro edificios que destacan en la plaza. El del Banco de España se construyó en 1958, sustituyendo a otro, en el mismo solar, de 1879. Curioso es que esta fue una de las 13 sucursales de las 52 con que contaba el Banco de España en todo el territorio para la destrucción de billetes y la recogida de monedas acuñadas en pesetas. 

En la esquina con la plaza de Madrid está el edificio que se conoció como “la casa del reloj”, pues un reloj se instaló en 1953 y dicen las crónicas que entonces era el único existente en la fachada de una casa particular. 

La iglesia de la Paz abrió sus puertas en 1963. Lleva la firma del reputado arquitecto Pedro Ispizúa Susunaga, con destacada en el País Vasco. El enorme arco parabólico de su fachada puede estar inspirado en la arquitectura de Gaudí, del que Ispizúa fue alumno.  El proyecto inicial incluía una altísima torre campanario en el lado izquierdo según se mira la fachada, lo que habría dado al edificio la monumentalidad que merecía, sin que por eso carezca de singularidad.

El cuarto edificio destacado de la plaza es el colegio García Quintana, que abre su fachada entre las calles Teresa Gil y López Gómez. Fue un colegio de larga gestación, pues se proyectó por la Oficina Técnica de Construcción de Escuelas en 1926, pero hasta el año 43 no se dieron por definitivamente concluidas las obras. Hasta que  en 1987 no pasó a ser un colegio público con el nombre que ahora tiene (homenaje al último alcalde vallisoletano de la II República), estaba dedicado a la formación de maestros y maestras, por eso se conocía como Escuela Normal.

El número 10 de la plaza albergó durante años la sede de la Hoja del Lunes, un periódico de guardia  que salía únicamente ese día de la semana, pues por razones religiosas los domingos tampoco trabajaban los periodistas y, por tanto, los lunes no salían a la calle los diarios de la ciudad. 

No puede concluir el paseo por la Plaza de España sin fijarnos en la bola del mundo y los dos niños que la sujetan, obra de la escultora Ana Jiménez; y en el Homenaje al Voluntariado Social, cuya autoría es del escultor Eduardo Cuadrado.