Daniel Rojo

Atolladero

Daniel Rojo


Cultura popular y conciencia social

25/02/2023

Creo que fue en torno al cambio de siglo y milenio, en la época en la que triunfaban o ya habían triunfado series como 'Expediente X', 'CSI' o 'Los Soprano', cuando leí una frase que, como periodista de cultura novato y apasionado cinéfilo, me impactó y me hizo reflexionar: "El mejor cine se hace ahora en televisión". No recuerdo dónde la leí ni quién la escribió, pero era una frase profética, que se adelantaba a su tiempo y presagiaba lo que estaría por llegar con la irrupción de las plataformas digitales. La televisión, hermana pequeña del séptimo arte, comenzaba entonces a batirse casi en igualdad de condiciones con la todopoderosa pantalla grande, la "sábana santa", como la llama José Luis Garci.

Casi un cuarto de siglo después, tan solo un segundo si le damos al botón de 'avance rápido' de nuestra memoria, me acordaba de esa misma frase mientras veía el tercer episodio de la serie 'The last of us'. Por si no la conocen, está basada en uno de los videojuegos más premiados de la historia y cuenta cómo un hongo mutado, que convierte a los humanos en poco más que zombis, ha llevado a la humanidad casi al borde de la extinción en un 2023 sin tecnología digital y apenas electricidad, más parecido a 1823 que a 1993. Por ese duro y pesimista escenario se mueven un hombre de cincuenta y tantos y una adolescente -relación paternofilial al canto-, que tienen que atravesar medio Estados Unidos por una serie de razones. Pues bien. Episodio 3, decía. La trama principal queda apartada y nos centramos en una intensa y conmovedora historia de amor y supervivencia protagonizada por dos hombres, Bill y Frank; una historia absolutamente nada al uso y no porque trate un tema homosexual sino por las propias circunstancias del universo 'The last of us'.

Tanto el guion como la puesta en escena del episodio son brillantes, magníficas. Lo mismo se puede decir de las interpretaciones de los actores, totalmente en estado de gracia, emotivas pero contenidas, muy naturalistas, más propias del cine de autor que de una serie que aspira a reventar las audiencias. Y el tema tratado… Baste decir que, para mí, este episodio, titulado 'Mucho, mucho tiempo', es una herramienta de sensibilización en temas LGTBI mucho más potente, elegante y efectiva que cualquiera de esas torpes campañas que el ministerio de turno se saca de vez en cuando de la manga, la chistera o de dónde sea que se las saque. Material para poner en los institutos y debatir después con los alumnos, vaya, desde unas coordenadas -la PlayStation, las series actuales…- que garantizan, por lo menos, captar su atención. A partir de ahí, dependerá de los mimbres y de lo que esté dispuesto a currárselo la persona encargada de la formación y los docentes. Pero eso ya es otra cuestión.

Después de ver ese episodio de 'The last of us', y con la frase de la que les hablaba al comienzo de este artículo en mente, me puse a pensar en el enorme potencial que la cultura popular, de masas, 'mainstream' o como quieran llamarla, tiene cuando se hace bien, cuando hay un concepto, un propósito, detrás de los productos y no simplemente la miserable voluntad de que suene la caja registradora, cuanto más alto, mejor. Ding, ding, diiiiing, DIIIIIIING. Precisamente por su capacidad para llegar a tantas y tan amplias audiencias, multiplicadas por las redes sociales y las plataformas digitales, el cine y la televisión -el lenguaje audiovisual, ya que los límites entre pequeña y gran pantalla se están difuminando del todo, para bien y para mal- siguen siendo los reyes de la cultura popular. Y por ello, y ahí está lo interesante del asunto, son, han sido y serán un fiel reflejo de los cambios sociales y culturales; la crónica perfecta del cómo hemos cambiado. El tensiómetro que de vez en cuando conviene ponernos como sociedad para saber qué sentimos y hacia dónde vamos.

Un episodio como el 'The last of us', con esa hermosa historia de amor entre dos hombres a ritmo de Linda Ronstadt -la reproducción de 'Long, long time', la canción de 1970 que da título al capítulo, se ha disparado en las plataformas musicales-, habría sido impensable, imposible, hace 25 años. Igual que la agente Dana Scully de 'Expediente X' (1993) no habría podido existir en los 60 ni un justiciero negro como el 'Django desencadenado' (2012) de Tarantino en los 50. Cultura popular con conciencia social, de la buena, de la que perdura, de esa que se mantiene en la retina y en la cabeza mucho después de haberse apagado el proyector de cine o la tele. Más grande que la vida.