Mucho más que un regreso

Diego Izco
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La joven promesa culé se estrenó el domingo con un tanto de bella factura tras superar una larga lesión. - Foto: Alejandro Garcia

En la eterna e inevitable comparación entre gigantes, el Barça siempre fue el niño que acusaba a sus padres de intentar matarle en un accidente cuando le regalaban una bicicleta, y el Real Madrid, el que, eufórico, preguntaba por el caballo cuando le regalaban una bolsa de estiércol. En el carácter pesimista de unos y el optimista de otros puede explicarse que el Madrid, cuando hace dos campañas el equipo era un despojo y un cúmulo de desdichas, la afición se agarrase a un muchacho como Vinícius. La idea de un futbolista: eso bastó. Por todo esto, y las similitudes del Camp Nou agarrados a un clavo ardiendo de apenas 18 añitos, el de Anssumane Fati Vieira, Ansu a secas, el retorno del 'elegido' es mucho más que un retorno. 
Es, por ejemplo, un soplo de esperanza. El Barça había entrado en una de sus excesivas depresiones periódicas (había tardado en llegar una porque Messi era una formidable red de seguridad), llegaba a la séptima jornada con el gancho al cuello tras dos empates melancólicos ante Granada y Cádiz. Y el Camp Nou, sin embargo, estalló de júbilo. El futbolista que originó la explosión sencillamente había empezado a trotar por la banda. El segundo arrebato, a los 80 minutos, ya vestido de corto, dando relevo a Luuk de Jong. El tercero, violento y colosal, cuando el delantero marcó el gol en el 91. Si el retorno es más que un retorno, el gol fue más que un gol: era el pretendido punto de inflexión desde el que rearmar una temporada que apestaba a fiasco y que ha cambiado en las botas de un niño de 18 años. 

 

La emoción

Los críos también coleccionan esas 'diapositivas' de vida que abordan nuestra mente en los momentos más emocionantes. Conmovido por el regreso y la triple ovación, tapándose la cara durante unos segundos mientras recibía mil felicitaciones sobre el césped, la película de recuerdos pudo empezar con el primer contacto con un balón en Guinea-Bissau, a 6.000 kilómetros de coche (ferry en el estrecho incluido) de su hogar hoy en Barcelona. 
Después habría un capítulo especial, donde el niño que sigue siendo llegaba con seis años a Sevilla para vestir tres camisetas: la del Escuela Petroleros Sierra Sur, el CDF Herrera y finalmente la del Sevilla durante dos años, hasta que ingresó en el equipo alevín del Barça en 2012. Y como nunca hay una proyección sin su pequeña tragedia, sin un giro que ayuda a comprender que la fortaleza del presente se sustenta en los golpes del pasado, aparecería ante sus ojos la rotura de tibia y peroné que sufrió un 13 de diciembre de 2015: 10 meses sin jugar que pusieron en riesgo su carrera. 

 

De récord

A partir de ese punto, una fugaz sucesión de imágenes en las que va batiendo casi todos los récords de precocidad: debutó con 16 años y 298 días un 25 de agosto de 2019 (ante el Betis, segunda jornada de Liga); para el primer gol como profesional solo necesitó cinco minutos en El Sadar (tercer goleador más precoz en la historia de la Liga tras Olinga y Muniain); fue el azulgrana más joven en disputar un partido de Champions (17 de septiembre ante el Dortmund). En el momento de soplar las velas de su 17º cumpleaños, Ansu Fati ya había jugado siete partidos (282 minutos) con dos goles y una asistencia. 
En su carrera hacia la cima ya ha firmado tres contratos en año y medio, de 100 millones de cláusula (abril del 19), 170 (diciembre del mismo año -lo celebró convirtiéndose en el goleador más joven de la Champions, 17 años y 40 días, marcándole al Inter- y finalmente 400 en septiembre de 2020. 
La última diapositiva tiene grabada la fecha del 7 de noviembre de ese año, cuando una entrada del bético Mandi a los 30 minutos iba a desgarrarle el menisco. La baja prevista de cuatro meses engordó hasta los 10, y la espera ha sido dura y tensa. Tanto, que cuando la pantalla fundió a negro y Ansu se quitó las manos de la cara, ahí estaba el público con cara de «dónde has estado todo este tiempo». No sé -diría con desgana de adolescente-, quizás marcando goles imaginarios, manteniendo cerrado el bote de las esencias, esperando y esperando, soñando con un regreso que lo cambie todo.