Rafael Torres

FIRMA SINDICADA

Rafael Torres

Periodista y escritor


No baila sola

25/08/2022

Baila con amigos, en casa o en algún "pub" a la salida de un concierto, y no se le da mal. Supongo que bailando, Sanna Marin se desintoxica un poco de sus responsabilidades de gobierno, pero de lo que no cabe duda es de que disfruta lo suyo. Es una chica joven y, para su fortuna, ciudadana de un país avanzado y libre, y baila cuando le da la gana, aunque no tanto, seguramente, como quisiera. Convencidos de que todo eso es una aberración, la libertad y el baile, los afines a Putin, la ultraderecha finlandesa y me temo que la caverna europea, se solazan divulgando las imágenes en las que esa mujer se divierte en su vida privada cuando el cargo de primera ministra de un país amenazado se lo permite. Las mujeres nacen sabiendo bailar, y saben cosas, también desde que nacen, que a los hombres nos cuesta mucho llegar a aprender. Sanna Marin no baila sola, o también, pero lo que sabemos es que le gusta bailar con su gente y hacer un poco, como es natural, el cabra de vez en cuando. Pero se ve que eso debe ser, para la mirada de los ojos infectos, algo peor que un delito, un pecado, o algo peor que un pecado, un delito, mas, en todo caso, una prueba palmaria de la perversidad de la democracia, de la decadencia de Occidente, de la insania del baile y del diabolismo de la libertad, particularmente la de la mujer.
A la pobre primera ministra de Finlandia la han pillado haciendo en sus horas libres lo más bonito que hay, el baile, la celebración de la amistad. Uno, que como varón baila que da pena, ya quisiera estar en el pellejo de Sanna Marin en esos sus ratos de ocio en que se viene arriba y lo da todo, salvo, desde luego, su derecho a ser quien es. Pero hay monstruos que sólo conciben el esparcimiento, el baile a lo loco y la alegría como fruto del consumo de estupefacientes, y le exigieron hacerse un test de detección de drogas. La mujer, contrariada ante semejante desafuero, y triste al ver que Finlandia va dejando de parecerse a Finlandia, a la avanzada y libre en la que se crió y baila, concedió en hacerse las pruebas, y pagándoselas, por cierto, de su bolsillo.
No había drogas en la sangre de Sanna Marin, sino solo algo que los dementes que tanto proliferan hoy no pueden entender: vida. La vida de una mujer joven que baila y que prefiere hacerlo junto a los amigos mejor que sola.