Volar sobre dos ruedas

Diego Izco (SPC)
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El esloveno, calentando antes de la primera etapa de la Vuelta al País Vasco, una contrarreloj individual que ganó. - Foto: Javier Etxezarreta

Existen deportistas a los que sería maravilloso descubrir una y otra vez: olvidar lo aprendido y sorprenderse cada día de que, por ejemplo, alguien dejó los saltos de esquí porque casi se parte la crisma, se subió a una bicicleta de carreras más allá de la veintena y porfió hasta ser uno de los mejores del mundo. Primoz Roglic, el que encaja en la descripción, el que defiende estos días en la Vuelta al País Vasco el título de 2021, es uno de ellos. De momento, marcha líder de la clasificación general.  

El 'milagro esloveno' tiene en el ciclista de Trbovlje a uno de sus grandes exponentes, en un peculiar Olimpo donde habitan sus compatriotas Pogacar, el futbolista Jan Oblak, el baloncestista Luka Doncic, la esquiadora Tina Maze e incluso el presidente de la UEFA, Aleksander Ceferin. Todos salidos de un país con apenas el tamaño de Badajoz y 2,1 millones de habitantes donde, eso sí, el 64 por ciento de la población practica deporte con asiduidad. 

La leyenda de Roglic, en efecto, no empieza a fraguarse en las carreteras sino en los vuelos majestuosos de los trampolines de esquí. Fue campeón del mundo junior por equipos en 2007 y soñó con la medalla olímpica hasta 2011, año en el que una grave caída 'recolocó' sus pensamientos a la fuerza: se rompió la nariz y sufrió un politraumatismo craneal. 

 

Inicio difícil

El balcánico pertenece a esa estirpe de elegidos que podía haber llegado a la élite de casi cualquier deporte. Le 'tocó' la bicicleta por su afición al duatlón, donde pedalear se le daba mucho mejor que correr. Y con 22 años, una edad a la que muchos profesionales ya llevan miles de kilómetros en las piernas, Roglic llegó al pelotón. Unos desconfiaban de su avanzada edad para iniciarse, otros quisieron borrarle el sueño: «Le mandé al equipo amateur, le dije que tenía que comprarse una bici y pagarse la licencia, y que eso iba a costarle unos 5.000 euros. Era solo un pretexto para quitármelo de encima», explicaba Andrej Hauptman, exciclista esloveno que por entonces se ocupaba de los sub'23 del modesto Radenska (equipo de Ljubljana). «Al tiempo, recibí una llamada: 'Soy Roglic. Ya tengo el dinero y la bicicleta. ¿Cuándo empezamos?'». Le había pedido el dinero a su padre y había trabajado en un supermercado para poder devolverlo. 

Terminó sus estudios de Economía de la misma forma que pedalea o se comporta ante las cámaras. Es frío, pero no antipático; serio, pero no arisco. Rara vez sonríe. Necesita saber, controlar, intentar que nada se le escape a pesar de saberse un privilegiado por militar en un equipo, Jumbo-Visma, que le da todo mascado. Es un campeón tardío, un terco en el mejor sentido, forjado por una fuerza de voluntad inquebrantable. Trabajó como un bestia para pasar a profesionales, para adaptarse a la vida del pelotón («Me costó ir en grupo, al menos en las cronos podía elegir mis trazadas»), para llamar la atención del Jumbo, para especializarse en CRI, para convertirse en jefe de filas, para adaptarse a las exigencias de la alta montaña...  

En apenas cinco años, desde su primer gran triunfo en una crono de 40 kilómetros en el Giro'16, Primoz Roglic ha recogido todos los frutos que corresponden a ese 'currela' incansable con una mente y un físico privilegiados. Las tres Vueltas consecutivas son el mejor ejemplo de un tipo que encontró la fórmula mágica para intentar ser el mejor hace tiempo: olvidarse de serlo. «Es nocivo tener la victoria por objetivo, porque si eres segundo no encuentras más la forma ni la fuerza para seguir. En cambio, si no tienes la victoria por objetivo, el ser segundo te da fuerzas para continuar trabajando». Y volar sobre la bici.