Promesas vacías

Sagrario Ortega (EFE)
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Cientos de personas llegan cada año a España con la ilusión de un salario digno que les saque de la situación que viven en sus países, pero terminan siendo engañados por redes criminales

Las actividades ilícitas emergen cada año principalmente con la campaña agrícola, donde muchos temporeros extranjeros apenas ganan dinero. - Foto: RAQUEL MANZANARES

Mujeres nicaragüenses y hondureñas traídas a España para trabajar en el servicio doméstico y vivir en condiciones casi infrahumanas. Hombres rumanos, búlgaros y moldavos que recorren la geografía como temporeros y a los que los tratantes les arrebatan casi todo su salario. Es la otra trata, contra la que también lucha la Guardia Civil. 

Cientos de personas llegan cada año a España engañadas con la promesa de un trabajo y un salario digno que les saque, al menos por unos meses, de la situación de penuria y vulnerabilidad de su países. 

Son numerosas las operaciones contra este tipo de explotación que lleva a cabo cada año la Guardia Civil, siempre de la mano de la Inspección de Trabajo y en muchos casos con las ONG, como explica el jefe de la sección de Trata de Seres Humanos de la Unidad Técnica de Policía Judicial del instituto armado, Vicente Calvo.

Pero esta actividad ilícita emerge cada año con cada campaña agrícola y extiende sus tentáculos allá donde la recolección del producto apremia. Desde Almería y Huelva hasta Navarra, La Rioja o Comunidad Valenciana.

Y es que no hay en España mano de obra suficiente que se preste a realizar estos trabajos y los propietarios de las explotaciones agrarias recurren a Empresas de Empleo Temporal (ETT) para que les suministren temporeros. Lo que no saben es que una parte de esas ETT han sido constituidas por organizaciones criminales dedicadas a captar a esos trabajadores, a los que les cobran por el traslado a España, por el alojamiento e, incluso, por el transporte hasta las fincas.

Y no solo eso. Se hacen con sus tarjetas de crédito y les arrebatan casi todo su salario de las cuentas bancarias que les obligan a abrir.

Son redes formadas por personas de la misma nacionalidad que sus víctimas, rumanos y búlgaros la mayoría, que captan a los empleados en las zonas rurales de esos países, donde viven en una situación muy precaria.

Calvo explica cómo desde hace un tiempo están llegando a España mujeres procedentes de Nicaragua y Honduras, captadas por sus propios parientes para cuidar a dependientes, mayores o enfermos. Estas víctimas llegan a contraer una deuda con sus captores que ronda los 6.000 euros por el viaje y la documentación. No logran saldarla.

Precisamente, en una de las operaciones la Guardia Civil desarticuló un clan familiar nicaragüense que desde 2016 había esclavizado a 50 mujeres en La Rioja. Los empleadores las pagaban en negro y las víctimas tenían que entregar el 85 por ciento del salario a la red.

Alojamiento precario

No ocurre en todos los casos, pero sí en muchos. Las redes también se encargan de alojar a sus víctimas y lo hacen en barracones, tiendas de campaña, viejas viviendas donde tienen que convivir hacinadas... Incluso, en naves antes dedicadas a criar cerdos y apenas adecentadas para estos trabajadores.

Comenta Calvo que en una ocasión pudo comprobar cómo los tratantes vivían en la zona «buena» de la casa, con varios baños incluso, y alojaba a las víctimas en lo que antes eran cuadras.

También en otra operación los agentes pudieron ver cómo los explotadores vivían en un chalet y los explotados en roulottes de desgüace hacinados.

Según han podido constatar también los investigadores, en algunos casos, cuando las víctimas terminan su jornada en el campo, los tratantes les obligan a hacer otras tareas, como preparar el alojamiento para otros temporeros, trabajar en las huertas o arreglar el jardín de su tratante. Pero es tan penosa su situación en sus países de origen, que algunos han llegado a decir que al menos le daban de comer y un euro para un café.

De todos modos, ese conformismo no es generalizado en todas las víctimas de explotación laboral. De hecho, algunas se atreven a denunciar su situación. En este sentido, Calvo explica que son más habituales estas denuncias que las de las explotación sexual. Se sienten engañados cuando comprueban que las condiciones y el salario no se ajusta a los que les prometieron y acuden a las fuerzas de seguridad.

Por el contrario, en el caso de las víctimas de explotación sexual, además del miedo a las redes hay un componente de sentimiento de culpabilidad, de creer que están haciendo algo reprochable.