El día que Ramón se convirtió en un asesino (en serie)

A. G. Mozo
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El 30 de julio de 1992, un incipiente ladrón de 20 años asaltaba el Cuchus y mataba a la limpiadora del bar antes de escapar con 70.000 pesetas. Pasó casi doce años en prisión y, a los siete meses de salir, acuchillaba a un joven para robarle

Juicio contra Mazariegos en septiembre de 2007. - Foto: D.V.

Era una calurosa noche de verano. Hacía dos semanas que Ramón había dejado de trabajar en el Cuchus de camarero, pero aún tenía un juego de llaves de este bar de la plaza de San Juan. Conocía los horarios de apertura y cierre, y también los de Lidia, la mujer de 64 años que iba a limpiar por las mañanas. Nada podía salir mal. El robo sería un paseo.

Hasta que empezó a torcerse. Ramón ya estaba dentro cuando escuchó entrar a Lidia. El novato delincuente no podía imaginar que aquel día iba a ir antes a limpiar, justo la madrugada en que él había decidido cobrarse un 'finiquito' por los servicios prestados en el Cuchus. Corrió a esconderse a los baños y a esperar que la cosa se solucionase sola, que Lidia se hubiera olvidado algo o que a él se le ocurriese un plan para salir airoso de aquello, pero los  más de 20 grados de esa tórrida madrugada de jueves no ayudaban mucho a que pensase con claridad, así que empezó a plantearse que igual lo mejor era llevarse por delante a Lidia para evitar que le descubriera.

La limpiadora le conocía a la perfección y no podía permitir que le identificase, así que cuando la mujer irrumpió en los baños para adecentarlos se topó con un joven Ramón Mazariegos que no dudó en emprenderla a golpes con ella, valiéndose de una botella que, una vez rota, fue utilizada como arma blanca –el cadáver presentaba una veintena de heridas– para matar a Lidia, quien sufrió un corte de carácter mortal en el cuello.

Ese día, Mazariegos conseguía escapar sin ser visto y con un botín de algo menos de 70.000 pesetas (poco más de 400 euros).

Ese día, el 30 de julio de 1992, Ramón se convertía en asesino.

Detenido y confeso

Hace 30 años de aquello y hoy Mazariegos es un hombre de 50 años que lleva más de media vida entre rejas. Igual que no podía imaginar que Lidia aparecería antes de tiempo, a buen seguro que aquel veinteañero que hacía sus primeros pinitos como ladrón tampoco podía imaginar que tres décadas después seguiría viviendo en una celda. Su arresto se produjo una semana después del crimen y la crónica del diario El País de aquel 5 de agosto de 1992 relataba que Ramón Mazariegos Pelillo había confesado el crimen ante el juez de guardia.

Detenido y confeso, en el juicio se le condenó por el asesinato y el robo a una pena de más de 28 años de cárcel.

El asesino del Cuchus pasaría su juventud entre rejas, 'criado' entre delincuentes y sin un porvenir muy claro. Entre rejas vivió el cambio de siglo y en 2004, ya con 32 años y un expediente carcelario inmaculado, conseguía convencer a todos de que los cerca de doce años que se había pasado en prisión eran más que suficientes para él. Solicitaba y conseguía la libertad condicional con más de la mitad de la condena por cumplir.

A su salida, en el verano de 2004, se instaló en un piso del barrio de Parquesol, se hizo con un Peugeot 106 y se compró un móvil con el que cuentan que Ramón empezó a buscarse la vida a través del sexo con hombres. «Su número aparecía en programas de televisión nocturnos en los que se anunciaban teléfonos de contactos homosexuales y así fue como conoció a la que sería su segunda víctima», recuerda uno de los policías que investigó durante nueve meses el crimen.

«Llevaba poco tiempo fuera de la cárcel, cuando la víctima, José Antonio, la víctima, contactó con él para, al parecer, mantener un encuentro sexual», recuerdan.

Nada se sabe con plena certeza de lo que ocurrió en ese pequeño coche, porque, a diferencia de lo que hizo tras su primer asesinato, en éste siempre negó ser el autor, hasta cuando ejerció su derecho a la última palabra en el juicio –«¡Yo no fui quien le produjo la muerte, me vi involucrado esa noche en los hechos por la mala fortuna», alegó Mazariegos antes de que la madre de la víctima le espetase un «¡hijo de puta!»–.

Pero la sentencia del crimen de Puente Duero señalaba que aquella cita sexual fue solo un engaño de Ramón para tratar de robar a José Antonio, al que arrebató la tarjeta de crédito y golpeó en numerosas ocasiones (el cadáver presentaba 40 golpes) para que confesara el número secreto. La Audiencia de Valladolid apuntaba la teoría de que Mazariegos se tomó su tiempo y que, para ello, eligió una zona de pinar (cercana a Puente Duero, en el paraje conocido como Monte Blanco) muy alejada de la vista y los oídos de testigos. Tanto que no dudó en abandonar allí el cuerpo sin vida de José Antonio, después de clavarle un estilete en el tórax, en la base del cuello.

Curiosamente, otra vez el cuello, como cuando mató a Lidia.

Ese 15 de enero de 2005, Ramón Mazariegos Pelillo se convertía en asesino en serie de las historia de Valladolid. «Ha habido asesinos que han matado a más de una persona en un mismo episodio, digamos, pero nadie que haya matado a dos personas distintas en dos casos completamente desvinculados y con tantos años de diferencia», apostilla este investigador.

Frialdad

Pero esta vez no iba a dejarse atrapar tan fácilmente como en 1992. La Policía Nacional dio con su nombre relativamente pronto, aunque inicialmente en calidad de testigo, aunque después necesitó nueve meses para poder recabar las suficientes pruebas para poder detenerle. «Siempre nos lo negó. Alguien que entra en la cárcel tan jovencito, cuenta con una dilatada experiencia y trata de transmitir su versión con naturalidad, de dar un relato verosímil. Él demostraba frialdad. Recuerdo que siempre se mostró muy tranquilo, aunque es difícil encontrar a alguien que te reconozca un crimen», recuerda uno de los investigadores del caso a El Día de Valladolid.

«Costó identificar a la víctima porque no llevaba cartera. Cuando ya supimos quién era, fuimos a su casa, a Santovenia, y encontramos unos números de teléfono. Uno de ellos era el de esta persona que era un preso en libertad condicional por asesinato. Investigamos con el banco a ver qué había pasado con la tarjeta de crédito y supimos que aquella noche se habían registrado dos extracciones fallidas, una en una sucursal del Cuatro de Marzo y otro en una de Parquesol, que era dónde vivía Mazariegos. Buscando gente que pudiera haber estado a esas horas en los cajeros, dimos con una pareja que sacó dinero poco después de la intentona en Cuatro de Marzo y la chica se acordaba del coche y de la descripción física de la persona», rememora. El asesino del Cuchus se convertía ya en el sospechoso número uno, pero no era suficiente.

La inspección ocular del coche del asesino sería fundamental para resolver el crimen. «Se hallaron tres gotas de sangre y el ADN resultó ser el de la víctima. Él seguía negando todo, pero aquello fue definitivo», apostilla el investigador. Ramón, el primer y único asesino en serie de Valladolid, era condenado a 29 años y tres meses de cárcel.