Un patrimonio para Valladolid

Jesús Anta
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El Instituto Zorrilla atesora un patrimonio docente de grandísima importancia

Entrada del IES Zorrilla. - Foto: Jonathan Tajes

En el discurso inaugural del Instituto Zorrilla, su director, Policarpo Mingote, subrayó que las aulas de los institutos eran un foro de democracia, pues en ellas se sentaban los hijos de los intelectuales, de los comerciantes, de los militares y de los labradores. Corría el día 2 de octubre de 1907.

El Instituto es un edificio singular, por sus características arquitectónicas, por su ubicación y por su patrimonio. Sin duda su construcción fue todo un reto para el arquitecto, Teodosio Torres, autor, por ejemplo, del Hospital Provincial sito en la calle Sanz y Forés (ahora reconvertido en dependencias de la Diputación Provincial). Pero la potencia que tiene el edificio seguramente también se debe a que los colaborares de Torres fueron, ni más ni menos, que el arquitecto municipal Juan Agapito y Revilla, y Emilio Baeza Eguiluz destacado arquitecto de los tiempos del Art Decó (el edificio del Círculo de Recreo en la calle Duque de la Victoria, entre otros, lleva su firma).

La construcción del Instituto en la plaza de San Pablo, en un terreno perteneciente a la Diputación Provincial, fue todo un desafío para los arquitectos. Hablamos de la plaza de Valladolid más emblemática por historia y patrimonio en la que la impresionante fachada de San Pablo, el histórico Palacio Real y el palacio de Pimentel (Diputación Provincial), tienen un peso enorme, sin olvidar que estamos en la embocadura de la calle Cadenas de San Gregorio, donde se vislumbra el palacio de Villena y el Colegio de San Gregorio (Museo Nacional de Escultura). Y rodeado de semejante patrimonio, en pleno siglo XX había que encajar un edificio contemporáneo.

Teodosio Torres optó por el ladrillo, muy en boga por aquella época, y con un diseño discreto y respetuoso con el entorno. El arquitecto, como comenta Juan Carlos Arnuncio, catedrático de la Escuela de Arquitectura de Valladolid, buscaba un efecto liviano del edificio con elementos de matriz clásica. Pero que fuera sólido, anclado al suelo. En definitiva, un edificio capaz de asomarse con dignidad a los magníficos compañeros de plaza que le rodean.

El instituto fue fruto de una decisión inaplazable, pues hasta entonces la Segunda Enseñanza se impartía en la Hospedería del Colegio de Santa Cruz, que no daba sino problemas de espacio y salubridad, así que en 1901, impelido por la clase dirigente vallisoletana, el Ministerio de Instrucción Pública decide construir un edificio de nueva planta para albergar lo que entonces se llamaba Instituto Provincial de Segunda Enseñanza (otras veces se cita como Instituto General y Técnico).

El nombre de Zorrilla vendría después, en diciembre de 1932. Y durante muchos años fue el único instituto de secundaria que hubo en Valladolid. Relata José Luis Orantes de la Fuente, catedrático jubilado y presidente de la Asociación de Amigos del Instituto Zorrilla, que hasta el curso 1968-69, el edificio era Instituto Zorrilla (masculino) por la mañana, e Instituto Núñez de Arce (femenino) por la tarde. Al curso siguiente, el Núñez de Arce estrenó su propio edificio en el paseo de Isabel la Católica.

El Zorrilla atesora un patrimonio docente de grandísima importancia (además del propio edificio y la historia del Instituto), como por ejemplo el fondo bibliográfico, y los Gabinetes de Física y Química e Historia Natural, gracias a Francisco López Gómez que fue catedrático de la materia y secretario del Instituto durante 28 años.

 

Un lugar para la democracia

El profesor del Instituto Antonio González Fernández, con motivo de los actos de los 150 años del centro, en el Catálogo de una exposición sobre el evento destacó las palabras del director en 1907, Policarpo Mingote, en cuyo discurso inaugural dijo, resumiendo, que los institutos se habían convertido en centros de cultura habilitados para luchar por la existencia y trabajar en las diferentes esferas de la civilización, los jóvenes de todas las clases y categorías sociales, el verdadero nervio nacional; y que en las aulas se sentaban, confundidos en la más hermosa de las democracias, los hijos de los intelectuales, el hijo del industrial, del comerciante, del militar o del prócer, el del labrador que fertiliza la madre tierra con el sudor de su frente o el del legislador que en el Parlamento elabora las leyes para el funcionamiento de la vida nacional; y continuó: "todos, en suma, cuantos andando los tiempos habrán de convertirse en clases directoras de nuestra sociedad. Así son hoy nuestros Institutos; por eso necesitan para el desenvolvimiento de sus enseñanzas edificios como el que inauguramos, edificios que respondan al fin para el cual han sido construidos".