La dimensión social del Covid-19

M.Albilla (SPC) - Agencias
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La vida de millones de personas ha dado un vuelco en solo unos días dejando ver, en la mayoría de los casos, lo mejor de cada uno

La dimensión social del Covid-19 - Foto: Eduardo Briones

Nadie se esperaba que el inicio de esta nueva década llegara con uno de los mayores desafíos que se ha vivido en los últimos años. Hace casi nada brindábamos con cava por un feliz año nuevo y ahora estamos deseando volver a hacerlo por un feliz final del aislamiento en los hogares, una situación anómala para todos, con independencia de la generación a la que se pertenezca. 

Porque, ¿quién se iba a imaginar que en España podrían cerrar todos los bares a la vez? To-dos. La respuesta es fácil: Na-die. Al margen de la broma, la crisis que en la actualidad se está viviendo a causa del coronavirus va a marcar un antes y un después en la Historia, con mayúscula; pero también en las historias, con minúsculas, de los millones de ciudadanos protagonistas inesperados de lo que está ocurriendo.

No hay sector de la vida en el que no hagan mella las medidas que se han tomado desde las administraciones para la contención del patógeno de origen asiático que se ha convertido en el sol de las vidas de todos. Pero la lección, al menos hasta hoy, de lo que socialmente está acarreando es que los momentos de crisis nos hacen más humanos, más respetuosos, más generosos y más solidarios todavía. Y se demuestra con los aplausos diarios a los sanitarios, con el respeto absoluto al espacio del otro cuando se va a hacer la compra, con el compromiso real de los jóvenes a no salir de casa, o con las decenas de llamadas cientos de veces pospuestas para decir algo tan sencillo como un «¡Hola!, ¿estás bien?».

 

Periodismo de verdad contra las ‘fake news’

En un momento convulso, de temor e incertidumbre el rigor de los medios de comunicación se convierte más aún en imprescindible para el ciudadano. Es, además, la mejor manera de luchar contra las fake news tan habituales en estos momentos a través de las redes sociales.

Cientos de periodistas de prensa, radio y televisión están estos días al pie del teclado, el micro o la cámara para hacer llegar al lector, oyente o telespectador el día a día de la crisis que mantiene en vilo a la población de todo el mundo.

Desde los medios de prensa escrita recordamos que salir a comprar el periódico, como el pan o la fruta, sigue siendo una rutina permitida para todos los ciudadanos, a pesar del estado de alarma decretado por el Gobierno el pasado fin de semana. 

Por esta razón, la Asociación de Medios de Información (AMI) muestra su profundo rechazo a la decisión unilateral de Correos de no distribuir las suscripciones de varios medios a los domicilios de sus clientes al no ser considerados, para ellos, «servicio postal universal» y dejarles así sin la prensa diaria.

 

Hola, ¿estás bien?

Impelida por la asepsia sobrevenida, la voz, arrinconada en estos tiempos por los mensajes de texto y los emoticonos, parece haberse convertido en el mejor sustituto de la necesidad vital de tocar, de acariciar, de besar. Más en estos días de incertidumbre en los que a la distancia, que ya se creía doblegada, se suma el miedo a un enemigo microscópico.

Y es que, según los datos de telefonía móvil recopilados por diferentes operadores, en los primeros tres días de confinamiento por la crisis sanitaria del coronavirus en España, las llamadas de voz se multiplicaron por dos respecto a las jornadas en las que la amenaza solo era una gripe rara en una ciudad china.

En particular, aquellas realizadas desde una línea fija, algo que muchos jóvenes ni siquiera sabían que existía -más allá de porque era algo que se necesita para tener internet en casa.

«Yo siempre he mantenido el góndola (tipo de teléfono que se hizo famoso en la década de los 80) encima de la mesa. Y con línea», explica Mercedes, una ama de casa salmantina afincada en Madrid, que estos días ha quitado el polvo al aparato.

Mario, funcionario en casa bajo régimen de teletrabajo, asegura que chatea con su hijo todos los días, pero que ahora prefiere llamarlo porque lo siente más cercano. «Escucho su voz y sé si está bien, si está contento, triste, o si tiene un problema. Lo conozco bien», se sonríe.

 

Jóvenes y en casa 

Confinamiento y juventud son dos conceptos antagónicos, pero ante una crisis sanitaria como la que se vive en España por el coronavirus, que ha derivado en la declaración del estado de alarma, ¿cómo reaccionan desde este colectivo?

Rodrigo tiene 20 años y es plenamente consciente de que estamos en una «situación grave». El sábado pasado estuvo muy atento a la comparecencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, porque quería saber cómo le iba a afectar esta nueva situación, de qué modo podían cambiar sus hábitos y, por tanto, su vida, aunque fuera para 15 días.

Este estudiante universitario vive con su madre y, temporalmente, con su abuela de 87 años, que acaba de sufrir un infarto, y sabe que, si se contagia del coronavirus, lo superará con toda probabilidad, porque es un joven sano, pero también consciente de que el Covid-19 puede ser letal para la persona mayor con la que convive.

¿Miedo al contagio?, ¿temor a ser sancionado si no se cumplen las normas?, ¿responsabilidad? Lo cierto es que en Madrid, la zona más afectada por el coronavirus, los jóvenes están respetando, salvo excepciones, las indicaciones del Gobierno para hacer frente a la pandemia.

Al principio, en su grupo de colegas de WhatsApp todo era incertidumbre: «¿Podremos quedar?», «A mí nadie me va a decir que no salga», «No sé qué va a ser de nosotros 15 días metidos en casa», comentaban, pero lo cierto es que todos están secundando la campaña #yomequedoencasa, demostrando su responsabilidad para parar el contagio. «Hasta donde yo sé, mis amigos están respetando todas las medidas», asegura el chico.

Es más, incluso antes de la declaración del estado de alarma tomaban ya sus precauciones para evitar el contagio: «Nosotros íbamos a un banco de la calle; mucho más peligrosa era la gente que se volvió loca y petó durante días los supermercados». Aunque sí reconoce que algunos de sus amigos lo llevan peor que otros y culpan al Ejecutivo. «Piensan que a este paso se van morir de aburrimiento en su casa por la ineptitud del Gobierno, que no tomó en su momento otras medidas más drásticas».

Pero casi todos confían en que la medida es acertada. Es el caso de Nacho, de 20 años, que asegura que aguantará la cuarentena sin salir y pide a los jóvenes que no quieren cumplirla que «se den cuenta de la responsabilidad individual que tenemos en esta situación». También Lucía, de 21 años, comparte la medida «a la vista del incremento de casos» y no entiende a los que no la sigan. «Son unos irresponsables, se piensan que con ellos no va la cosa».

Ni en el peor de sus sueños imaginaron que podían vivir una situación como esta. Castigados, pero de verdad, sin salir.

 

Unidos en el aplauso

Si en algo ha sido unánime la respuesta de los ciudadanos estos últimos días es en los homenajes a los sanitarios en forma de aplauso que ha recorrido las calles de todo el país a las 20,00 horas.

Cada día, puntuales, los españoles se asoman a las ventanas y balcones de sus casas para mostrar su agradecimiento a los profesionales del sistema sanitario que velan por la salud de todos, a veces llegando a la extenuación. Ellos son los súper héroes de estos días inciertos porque luchan contra el villano que es el virus, porque vencen sus miedos para dar confianza a los demás, porque ponen su vida en segundo plano por la de un paciente, porque siguen adelante aunque no tengan escudos.

Algún día, la Policía se ha unido con sus sirenas a los vecinos porque ellos se lo merecen. Y, señores, si hace falta sacar las cazuelas por la ventana porque así suena más fuerte... ¡pues se sacan!

 

Al pie del cañón

Al contrario que los profesionales del sector salud, acostumbrados a encontrarse bajo los focos en situaciones de alerta sanitaria, cajeros de supermercados y reponedores cobran ahora un protagonismo inusitado debido al papel clave que juegan para garantizar el abastecimiento de alimentos.

La crisis ha colocado al supermercado bajo el foco y, con ello, al personal empleado en sus tiendas, un colectivo formado por cerca de 400.000 personas en España -repartido en unos 23.000 puntos de venta- y que desarrolla una actividad convertida en fundamental para evitar la histeria y el pánico.

El reconocimiento y el prestigio social de los médicos y el resto de los trabajadores sanitarios contrasta con la escasa relevancia que se le suele dar a los profesionales del súper, cuyos sueldos varían de forma notable entre compañías (un informe de Infoempresa de 2015 apuntaba a un salario anual bruto que oscila entre 12.000 y 32.000 euros en función de la empresa y el puesto).

«Tenemos un montón de trabajo, nos llega el doble o el triple de kilos estos días y que tenemos que colocarlo nosotros. Estamos echando todos horas extra», explica bajo condición de anonimato la empleada en una de las mayores cadenas del país.

La trabajadora admite, tal y como confirman fuentes sindicales,  que la preocupación entre la plantilla era máxima la semana pasada, cuando los supermercados registraron una afluencia de clientes muy superior a la habitual a medida que el grado de alerta se disparaba. «Hemos tenido miedo por volver a casa y contagiar a nuestra familia», explica. Las aglomeraciones han remitido con las restricciones puestas en marcha desde el pasado lunes y ya se han reforzado las medidas de higiene y protección de los trabajadores, imprescindibles en el día a día.

 

Explicar lo imposible

Este es uno de los testimonios más duros y complicados de asumir. Manuel R. cumplió hace un par días 81 años en una residencia de ancianos de Madrid y su hija le estaba preparando un regalo, una llamada por Skype para, al menos, poder verse.

Manuel, como otros 48.000 residentes de asilos de la región, es una persona de alto riesgo de contagio del Covid-19 y no puede recibir visitas de la familia. Había que protegerlos a todos del  bicho y las autoridades pidieron a las 425 residencias de la región que limitaran las visitas a las «ineludibles», siempre con mascarilla, solo de personas sin síntomas.

Las visitas quedaron, en realidad, prohibidas una semana antes de que toda España recibiera la orden de quedarse en casa.

Para Manuel, se acabaron los paseos para tomar el sol con Carlos o Alfredo, amigos de la familia más que cuidadores, quienes lo sacaban al bar del barrio, donde recalaban para el aperitivo los vecinos de toda la vida.

Y las visitas diarias de la esposa, que vive al lado, y del hijo. Antes del cierre, ambos llevaban días sin poder ir a verlo por una gripe, o lo que parece una gripe, que no terminan de curarse. Los médicos siguen atendiendo a la madre en casa, con ese diagnóstico.

Manuel empezó a tener fiebre y tos el lunes por la noche y fue puesto en aislamiento. ¿Podemos imaginar la soledad total de una persona anciana, sin contacto con los suyos, sin el rato de la comida o la cena en compañía siquiera? A la mañana siguiente, vomitó e inundó sus bronquios. Quedó semiinconsciente.

«Si hasta está guapo, como siempre», dice su mujer cuando puede entrar a verle. Ella y la hija con bata, guantes, mascarilla, unos minutos nada más para evitar contagios, a distancia. Tampoco ellas pueden consolarse dándose un abrazo.

La hija ha pedido que lo lleven a Urgencias, la actuación normal si viviéramos tiempos normales, una pretensión egoísta en estos momentos extraordinarios.

«Están absolutamente colapsados. Si lo mandamos, nos lo devuelven y quizás vuelva peor. Por su deterioro no lo aceptan en el hospital», le explica a la familia una doctora de la residencia.

A personas como Manuel no les hacen el test, así que el diagnóstico que tiene es «infección respiratoria severa» y el tratamiento, oxígeno, suero y un antibiótico de amplio espectro proporcionado por su hospital. «Nos dicen que lo tratemos como un positivo, pero no hay reactivos para confirmarlo. Le damos el tratamiento para una infección bacteriana. Es una batalla que tiene que ganar», dice la médica.

 

Solidaridad ante la aporofobia

Las entidades sociales más cercanas a las personas vulnerables coinciden en que la sociedad en general está reaccionado ante los problemas que sufren ciertos colectivos por el coronavirus con sentimientos de solidaridad y no de exclusión o de aporofobia ante protagonismos involuntarios como los que están teniendo los sin techo. No obstante, también advierten de que estamos «solo al principio» y que es fundamental que se vayan resolviendo algunas situaciones puntuales generadas por la declaración de estado de alarma para evitar que una crisis sanitaria pueda terminar en una «crisis social».

«Es verdad que hay un movimiento generalizado de solidaridad, pero también estamos viendo algunas situaciones vinculadas al rechazo de los sin techo que está generando el puro miedo de los algunos ciudadanos», explica Carlos Susías, presidente de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español. Por ejemplo, relata una de esas situaciones en Sevilla, cuando un ciudadano llamó a la Policía Local para denunciar que había cinco personas concentradas frente a una oficina que estaba repartiendo el talonario de manutención al que esas familias tienen derecho por su situación de asilo.

«Seguro que si ves algo raro de un vecino, la manera de valorarlo es diferente a si son personas en exclusión social», añade el responsable de esta entidad.