El día que la Generación Z conoció a ETA

A. G. Mozo
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Alumnos de 4º de ESO del colegio las Huelgas descubre qué fue ETA gracias al testimonio directo de una de sus víctimas, un expolicía al que un comando de 'kale borroka' estuvo a punto de matar de una paliza en Pamplona en 2002: Sebastián Nogales

Sebastián Nogales, durante la charla en el Santa María la Real de Huelgas. - Foto: Jonathan Tajes

Llegan alborotados minutos después del ritual de bromas, charlas y confidencias del recreo de un lunes. Pero este no es un lunes cualquiera, porque van a descubrir una trágica parte de la historia de España que para la inmensa mayoría era desconocida, mucho más que el reinado de los Austrias o el descubrimiento de América, aunque esto sea historia de anteayer. Son la Generación Z, chavales de entre 15 y16 años que eran solo unos niños cuando ETA anunció el fin de su lucha armada, el día 20 de octubre de 2011. Van a conocer aquella barbarie terrorista de la mano de una víctima, de un superviviente a la sinrazón etarra... Entran en el salón de actos y toman asiento, el alboroto se difumina y no volverá hasta que se active un trepidante carrusel de preguntas sobre el perdón, el rencor, el fallido juicio, la vida, el atentado, su amor a la Policía...

«El pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla», dice la profesora a modo de introducción, parafraseando al filósofo español ‘George’ Santayana. «El objetivo de esta charla es que conozcáis que supuso el terrorismo en España», apostilla. Y da paso al protagonista de unos minutos que llevarán a ese grupo de adolescentes de 4º de ESO (Educación Secundaria Obligatoria) a los primeros años de este mismo siglo, cuando ellos ni habían nacido, una época en la que ETA continuaba matando. Habla Sebastián Nogales, expolicía nacional extremeño al que un grupo de terroristas de la ‘kale borroka’ estuvo a punto de matar durante el ‘Chupinazo’ de los Sanfermines de 2002.

CINCO MUERTOS EN 2002

Aquel año, la banda aun acabó con la vida de cinco personas: un concejal del PSOE, un civil, una niña de seis años y dos guardias. Los terroristas todavía pegaban tiros en la nuca (así mataron a Juan Priede Pérez, edil socialista de Orio el 21 de marzo de 2002), ponían coches-bomba (en la casa-cuartel de la Guardia Civil de Santa Pola), se defendían a balazo limpio si se veían acorralados (el agente de Tráfico Antonio Molina Martín fue tiroteado por una pareja de etarras en el transcurso de una identificación rutinaria en plena A-6, en Collado Villalba) y colocaba artefactos junto a pancartas pro ETA (así mató al guardia civil Juan Carlos Beiro, en el pueblo navarro de Leiza).

Nogales no entró de milagro en la historia como la séptima víctima de ETA en 2002. Ese era el objetivo del comando que le atacó a él y a otros cuatro agentes de la Brigada de Información. Él y el inspector que mandaba el grupo fueron los que se llevaron la peor parte, con una recuperación que se prolongó durante casi dos años y que nunca llegó a ser plena, por lo que ambos tuvieron que dejar de hacer lo que más les gustaba: ser policías.

– ¿Vosotros qué sabéis de ETA? – pregunta Sebastián Nogales a su adolescente público.

– Yo he oído que les pillaron por las conversaciones de los teléfonos móviles – dice, atrevido, uno de los chavales.

El grupo ha sido instruido por su profesora, pero ETA les resulta completamente ajeno a su día a día, a su memoria; es una parte de la historia que ellos no han vivido, que apenas les suena. Por suerte, no han visto atentados abriendo los telediarios, unas noticias que eran cotidianas hace no tanto en esa España de anteayer.

Memoria es lo único que pide Nogales. Que el país jamás meta en un cajón ese medio siglo de locura etarra en el que se llevó por delante la vida de 829 personas: «Yo, como víctima, lo que quiero es memoria y que no se olvide nunca lo ocurrido aquel 6 de julio de 2002 o el 11 de marzo de 2004», asevera.

LAS CHARLAS

El programa por el cual se desarrollan estas charlas se encuentra promovido tanto por el Ministerio del Interior como –en el caso concreto de Castilla y León– por las consejerías de Presidencia y Educación, bajo la denominación de ‘Testimonio Directo de las Víctimas del Terrorismo en centros docentes’. La conferencia de Nogales se celebra en el colegio vallisoletano SantaMaría la Real de Huelgas, ante un grupo 4ª de ESO. Hay víctimas de ETA y del 11-M, sin sesgo político.

«En 2002 yo estaba destinado en Pamplona. En esos años actuaba en España la banda terrorista ETA, que usaba la violencia para tratar de conseguir sus objetivos. Pretendían que las regiones de Navarra y País Vasco se independizasen de España porque consideraban que habían sido invadidos por España y que la Policía tenía que salir de allí; y, si no salía, debíamos ser castigados», introduce el ponente, que apostilla: «¿Sabéis cómo nos llamaban a los policías? Txakurras, que es perros en euskera».

Esos fueron los gritos que oyó mientras le daban paliza que casi le mata: «¡Txakurra, txakurra...!» y golpes y más golpes. Estaba infiltrado entre los grupos de ‘kale borroka’ y aquel 6 de julio de 2002 tenían la misión de evitar que se hiciese apología del terrorismo mostrando unas grandes pancartas pro ETA durante aquel ‘Chupinazo’. Pero les descubrieron, les rodearon, les cubrieron la cara con sus camisetas y casi acaban con él entre ocho terroristas que no dudaron en usar barras metálicas y palos: «Fue una agresión brutal, muy violenta. Después supimos que el objetivo de la banda era asesinar a un policía el día del ‘Chupinazo’ de los Sanfermines de 2002 y abrir todos los telediarios», recuerda. Los daños neurológicos y la pérdida de masa encefálica que le provocó la paliza le acabaron impidiendo ser policía.

Pero al menos salvó la vida: «Ellos pensaron que estaba muerto, que habían cumplido con su objetivo y me dejaron. La paliza fue grabada por las cámaras de seguridad de los bancos de la plaza, pero lograron invalidarlas como prueba», añade el expolicía, que ha huido siempre del uso de las víctimas por parte de los políticos, «una indecencia», a su juicio. Él lo comparte con estos grupos de chavales porque defiende que «es muy importante que los jóvenes crezcan conociendo esta parte de la historia de España y que así puedan llegar a valorar el elevadísimo nivel de democracia que hay en el país en el que viven» y no duda en compararlo con lo que ocurre en una Cataluña en la que creció tras emigrar desde un pequeño pueblo de Extremadura y en la que fundó su familia y se forjó como policía: «En el caso de Cataluña hay gente muy joven que ha sido manipulada desde que eran chavales pequeños con el odio a España», reflexiona Sebastián Nogales.

Arrancan las preguntas. Y en las mentes de estos adolescentes de la primera década del siglo XX cuesta entender aquella sinrazón y que se fuesen de rositas, absueltos por una cuestión puramente formal y por una sarta de testimonios con un apestoso aroma de fábula.

– ¿Por qué te atacaron a ti? – le pregunta una chica.

– Porque era policía y estaba allí trabajando para tratar de evitar que se hiciera apología del terrorismo. Aquel día, nosotros éramos solo ocho policías en la plaza y ellos eran doscientos y con formación militar– responde Nogales, quien apunta un par de anécdotas sobre que tuvo ser sacado «en volandas de la plaza por los antidisturbios» y sobre un rescate de montaña que, años después, tuvo que llevar a cabo la Guardia Civil en Granada después de que «varios de estos (etarras) se quedasen atrapados»: «Pero es que los profesionales somos profesionales aunque trates con auténticas alimañas».

– ¿Les guardas rencor?– inquiere otro de los alumnos

– Esta gente fue detenida por el juez Garzón, pero sus abogados, que eran buenos, consiguieron que se invalidara la prueba de los vídeos porque no se había respetado la cadena de custodia y en España, el sistema defiende el interés de los malos sobre los buenos, pues poco importó que testificásemos hasta veinte policías, porque valió más lo que dijeron sus testigos, que todos aseguraron que los acusados no se encontraban allí aquel día–.

Nogales ya no guarda rencor, pero reconoce que sí lo tuvo en su momento: «Llegué a estar metido en su ambiente, en la ‘kale borroka’, por mi sed de venganza, pero logré superarlo y salir con la ayuda de Gregorio Peces Barba y mi padre, quienes me hicieron ver que me estaba equivocando, por suerte. Porque la violencia solo genera violencia y con ella no se consigue nada, eso hay que tenerlo claro».

JUNTOS EN UN ASCENSOR

Y fue superando la rabia. Incluso el día que se vio metido en un ascensor de la Audiencia Nacional con dos de los terroristas: «Ni me reconocieron, porque yo no era su objetivo, ellos no sabían ni quién era ni a quién atacaron... Porque su objetivo era un policía cualquiera, el Estado».

«Yo entiendo que haya gente que necesite el perdón. Yo es algo que no necesito. Estas personas deben reinsertarse en nuestra sociedad, siendo conscientes de todo lo que hicieron», reflexiona el expolicía, que confiesa la «emoción» con que recibió el final de ETA y que, pese a que no le guste ver a los filoetarras dentro de las instituciones, admite que los prefiere ahí a la posibilidad de que «continuasen amenazando, intimidando y matando».