Editorial

El populismo derrotado de Bolsonaro asalta las instituciones

-

El asalto a las tres instituciones del Estado más importantes de Brasil por parte de una multitud de radicales el pasado domingo ha hecho tambalear la recién estrenada legislatura de Lula da Silva. Los miles de golpistas se atrincheraron en un campamento antes de sumir en un caos institucional al país en la crisis más grave desde la dictadura militar de hace 38 años. Simpatizantes del expresidente Jair Bolsonaro tomaron las sedes del Congreso, del Tribunal Supremo y de la Presidencia en Brasilia con la intención de apelar a la intervención del Ejército para revertir el resultado de las urnas, donde Lula ganó por un estrecho margen.

La irrupción al poder del Estado brasileño abre aún más la herida abierta en un país dividido desde que Bolsonaro asumiera el Gobierno y los postulados de la extrema derecha, a imagen y semejanza de la caída de Trump en Estados Unidos y el asalto hace dos años al Capitolio. Es de tal magnitud la crisis que el exmandatario brasileño está obligado a zanjar cuanto antes cualquier conexión con los asaltantes y promover una transición pacífica y segura para garantizar la estabilidad y la democracia. Dejar que aumenten las sospechas de cualquier vinculación o simpatía por la marabunta -ayer por la noche se habían contabilizado 1.200 detenidos-, ahonda más la deslegitimación por parte de los bolsonaristas en reconocer al nuevo Ejecutivo. No basta con la tibia censura de Bolsonaro desde Florida y, al mismo tiempo, repudiar los ataques del Gobierno para erigirse de nuevo en una víctima del sistema.

La invasión en Brasilia- capital administrativa del país- es un ejemplo más del debilitamiento de la democracia en manos de extremistas que, una vez apartados del poder, desacreditan las instituciones y las reglas del juego democrático para triturar derechos y deberes con el único objetivo de no reconocer la derrota. Desacreditar los procesos electorales, las leyes y manipular con sus noticias falsas es la gasolina que permite radicalizar a una buena parte de la sociedad en detrimento de la mesura, el análisis y la reflexión. La polarización de la política en tiempos de crisis económica e incertidumbre siempre ha sido el caldo de cultivo para el renacer de los nacionalismos y los extremismos. En esta tesitura se encuentran varios países de América Latina, así como la gran democracia estadounidense anclada en una política visceral difícil de reconducir, como se ha demostrado en estos dos últimos dos años del mandato de Biden. Europa tampoco está libre de esta visión antagónica e irreconciliable del populismo que desafía a las instituciones y los valores de un continente que nació de la unidad y la cooperación. Por eso, cuanto más contundentes sean los líderes en condenar estos intentos de golpe, más difícil será replicar este tipo de sucesos en otras naciones.