Alfonso González Mozo

PLAZA MAYOR

Alfonso González Mozo

Periodista


El lujo de mirarnos la cara

23/04/2022

Lo llaman síndrome de la cara vacía y dicen que lo sufren muchas personas en estos días de retirada de la mascarilla, en estos tiempos de avance hacia una normalidad que ahora, al fin, ya parece casi plena. Quizá lo de descubrirnos la cara otra vez sea uno de los pasos más importantes en esta vida postpandémica, aunque a muchos les pueda parecer algo simplemente simbólico. 
Porque mirarnos a la cara es un lujo que no habíamos sabido apreciar hasta ahora, como el de la primera cerveza helada que te tomas junto al mar, el recuerdo de los abrazos de tu padre o el primer beso de tu hijo. Antes ni nos planteábamos que nuestras caras vivieran cubiertas y que nuestro catálogo de gestos, de ese infinito lenguaje no verbal del humano, se tuviera que limitar al arqueo de las cejas y poco más. Sin sonrisas cómplices, ni rictus de cabreo, sin poder sacar la lengua a tu sobrino para hacerle reír. Sin risas de verdad.
El fin de la mascarilla es el gran paso, el que nos tiene que hacer olvidar estos dos años de pesadilla, dos años robados por una pandemia que sigue ahí, que todavía ingresa a personas en el hospital, pero que no puede continuar condicionando nuestras vidas. Ya no.
El covid es historia. Nos lo cogeremos (otra vez) y lo sudaremos entre paracetamoles y vasitos de leche caliente, pero no podemos volver a vivir subyugados por las cajas de test de antígenos y el miedo al contagio, por esas gafas empañadas en el gris invierno pucelano de las mascarillas... El virus ya se ha llevado demasiadas cosas como para que ahora nos deje también sin el lujo de mirarnos a la cara por el miedo a destaparnos el rostro.
Pero basta con echar un vistazo a nuestro alrededor para darnos cuenta de que este síndrome de la cara vacía es una realidad. La gente todavía no se ha quitado la mascarilla con el ímpetu que se merecían estos 700 días de enmascaramiento. Por rubor o por temor a la infección, pero lo cierto es que seguimos viendo a muchísimas personas que la llevan en el supermercado y hasta en la calle. 
El síndrome está ahí, pero el empuje de la sociedad debe ayudar a erradicarlo. Cada uno es libre de llevarla donde y cuando quiera, por supuesto, pero hay que convencerse de que nuestras cabecitas necesitan normalidad. Y avanzar. Y poder planear sin restricciones, sin limitaciones, sin pensar en que vendrá otra ola y habrá que cancelar todo.