Horacio Fernández Inguanzo

Antonio Pérez Henares
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El Paisano

Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista (i), junto a Horacio Fernández Inguanzo (c) y Gerardo Iglesias - Foto: EFE

De todos aquellos veteranos comunistas a los que traté en mis tiempos jóvenes, admiré y quise (aunque a algunos ni una cosa ni la otra) como Simón Sánchez Montero, entereza y rectitud, Federico Melchor y José Sandoval, mis directores en Mundo Obrero, Gregorio López Raimundo, lealtad y valentía; Armando López Salinas, buen escritor y persona, Irene Falcón; devoción a la causa y a Dolores, Antonio Gros, guerrillero, y muchos más, he tenido que elegir uno para poder rendir un homenaje a todos ellos. A tantos y tantos otros con una inaudita historia de lucha a sus espaldas y con una vida con tales aventuras y peligros que dejarían en pañales cualquier novela, pues ellos sí que vivieron peligrosamente y de guerra en guerra por Europa, bailando día sí y día también con la muerte. Combatieron, mataron, sufrieron y murieron. Yo conocí a los supervivientes.

 De los nombrados, cualquiera podía haber sido el escogido, pero al cabo me he dejado llevar por el afecto. Al final, el corazón me dictó un nombre y un apodo, aunque he de reconocer que en pugna con otro ya mencionado, Gregorio López Raimundo, que fue amigo y al que profesé un gran cariño. Fue presidente del PSUC, con demostrado valor en la batalla, durante la guerra, audaz hasta la temeridad en la resistencia tras la derrota. Nadie cruzó tantas veces clandestinamente la frontera pirináica y cuyo buen porte, elegancia y tino con la palabra, me susurraban voces contemporáneas suyas y él me negaba siempre con sonrisa plateada, causaba también no pocas bajas entre las damas.

Estuve a punto, de hecho ya había publicado algo al conocer su muerte, pero finalmente opte por Horacio, el Paisano, el asturiano que compendiaba el carácter y ser de unas gentes y una tierra que tantas cosas buenas tiene y ofrece. Y la bondad, inserta en la bravura, es para mí la mejor de ellas.

Lo conocí durante los años en que fui jefe de prensa del Grupo Parlamentario del PCE-PSUC, desde finales de los 70 a casi mediados de los 80, y él diputado desde 1979 hasta 1986, pues consiguió mantener su escaño incluso en el año 1982 cuando quedaron reducidos a 4, pero él aguantó el de Asturias. Me distinguió con su afecto y yo no he dejado de admirar nunca su honradez y bonhomía. Horacio era ya un símbolo y una leyenda hecha incluso canción. La había compuesto y cantado Victor Manuel y, aunque confieso que a mí siempre me han gustado más las de su mujer Ana Belén, esta en concreto sí me emocionaba el oírsela cantar en la fiesta del PCE en la Casa de Campo. Sobre todo sus estrofas finales que expresaban una emoción. Había sido compuesta cuando prácticamente acababa de salir de la cárcel tras la llegada al poder de Adolfo Suárez, y con un sentir muy compartido y no solo por quienes éramos del PCE o de izquierdas. Entonces, aunque ahora parezca increíble tras haber algunos, que comenzando por Zapatero habían empezado para su interés mezquino a desenterrar el odio, la reconciliación y hasta la amistad más allá de las ideologías, era común, extendida y se presumía de ello. Esto decía la canción y coreábamos todos.

Que repiquen las campanas

Que se abran todos los brazos

Que está de nuevo en Asturias

Que está aquí nuestro paisano

Con su nombre y apellido

Y empujando el mismo carro

Hasta las piedras, si hablaran

Hablarían bien de Horacio

Era cierto. No encontrabas, y en Asturias aún menos, quien se atreviera a manchar su nombre. Era reconocido como un hombre bueno, y eso allí siempre y sigue ahora mismo, ha sido muy importante. Y El Paisano, su apodo, su nombre de guerra y de paz, se había ganado esa fama a pulso.

Había nacido en Llanes, en el año 1911, hijo de un maestro de escuela socialista. Al comenzar la Guerra Civil se alistó en las milicias del Partido Comunista y alcanzó por su actitud en el combate y capacidad de mando el grado de teniente de Artillería. Al caer Asturias en manos de las tropas franquistas intento huir a Francia, junto a su hermano, pero fue capturado en Treviso y condenado a muerte.

Se salvó de chiripa. Tras estar prisionero a la espera de ser ejecutado, primero en el campo de concentración de La Magdalena (Santander) y luego en los Escolapios en Madrid, un error administrativo, equivocaron su apellido, lo salvó de ser fusilado, pues en el interín para subsanar el equívoco, hubo cambió de criterio en cuanto a las penas de muerte. Lo suyo quedó en principio en cadena perpetua. Pero luego y en la práctica fue puesto en libertad en el año 1943, tras cinco años de cárcel y trabajos forzados, entre otros, en la construcción de la estación de ferrocarril de Santander.

Estos años de prisión iban a ser tan solo los primeros, Horacio no se resignó a la derrota y prosiguió su lucha, ahora clandestina, contra el Régimen. Regresado a su tierra, a Gijón, en el año 1945, fue de nuevo detenido y condenado en esta ocasión a 14 años de los que cumplió nueve. Liberado en 1954, pasó algunos años en Asturias trabajando en lo que podía y buscando cómo proseguir la batalla. En 1958, con documentos falsos, consiguió llegar a Francia. Allí comenzó una activa vida política clandestina, actuando a ambos lados de la frontera, entrando y saliendo clandestinamente a España durante 10  largos años, hasta que en una de aquellas entradas fue capturado en la villa minera de Mieres en 1969. Desde entonces, permanecería ya en prisión hasta la llegada de la democracia.

Era cierto. No encontrabas, y en Asturias aún menos, quien se atreviera a manchar su nombre. Era reconocido como un hombre bueno y muy importante"

Durante su estancia en Francia, el Paisano ya era de sobra conocido por tal apelativo. Se había casado con otra exiliada española, Teresa Hoyos, enfermera en el frente de Madrid y viuda de un oficial de las Brigadas Internacionales, Gabriel Fort, que había quedado ciego por una herida de guerra con el que había participado luego en la resistencia francesa durante la ocupación nazi. Concluida esta y fallecido su esposo, se destacó en el apoyo a los refugiados españoles y fue cuando conoció a Horacio, al que acogía en su casa y con el que acabó casándose en 1962. El matrimonio pudo volver al fin a reunirse en Madrid tras la muerte de Franco y al haberse concedido por motivos de salud a Fernández Inguanzo la libertad vigilada en arresto domiciliario. La Ley de Amnistía votada por práctica unanimidad, tan solo un puñado de abstenciones, por el Parlamento Español en julio de 1976 le otorgó ya la libertad plena y el poder ejercer todos sus derechos.

Tras la aprobación de la Constitución en 1978, se presentó a las elecciones generales de 1979, encabezando la lista del PCE por Asturias y consiguiendo ser elegido. Repitió mandato en 1982, permaneciendo en el Congreso hasta 1986, alcanzando también el puesto de secretario general del PCE en el Principado. Murió en Gijón, en febrero de 1996 a pocos meses de haber cumplido los 85 años. Sus paisanos le rindieron un impresionante homenaje y hoy siguen haciéndoselo todavía anualmente en el aniversario de su muerte. Es lo que tiene el haber sido un hombre bueno. Alguien de quien, si las piedras hablaran, hablarían bien de él, de Horacio, del Paisano.