Una borrachera ímproba

Juanjo Fernández
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La vida siempre es más compleja que cualquier código ético. «Los cargos públicos de Ciudadanos están obligados a mantener una perfecta probidad en su conducta», reza el del partido de Albert Rivera. La probidad es la rectitud, integridad y honradez a la que tiene que ajustarse la conducta humana, en el ámbito privado y en el público. El aún concejal de C's en Valladolid, Jesús Presencio, perdió toda su perfecta probidad hace dos semanas. No solo por conducir con una tasa de alcohol que triplicaba la permitida, poniendo en riesgo vidas ajenas (afortunadamente, los testigos que alertaron al 112 pudieron salvar las eses que dicen que hacía su Volkswagen Tiguan blanco por la N-601). También, como refleja el atestado policial, por su altanería con los agentes que le hicieron el control a la puerta de su casa, a los que reclamó trato de obediencia con un prepotente «¡decido yo!». Y es ímprobo callar desde entonces, sin pedir disculpas por conducir ebrio, ni demostrar arrepentimiento por su arrogancia ante la Policía. Sus exiguas excusas se reducen a calificar lo sucedido como un asunto de su vida privada y a denunciar haber sido víctima de una «persecución política». A lo Frank Underwood en House of cards, le faltó sugerir. El concejal fue cazado con tragos de más y sobriedad de menos. Punto. Quien sopló fue él, no quien hizo el soplo, si lo hubo. Da igual demostrar si quien condujo entre Medina de Rioseco y Valladolid fue su mujer, como alegó. Menos importa que ‘solo’ cogiera el coche después de llegar a su domicilio para «ir a comprar tabaco». Humo. Usted no sabe con quién está hablando. Visita incluida al jefe de sala de la Policía en plena madrugada y melopea. Todo muy poco probo.


La nómina de políticos ebrios en la carretera es amplia y salpica a todos los partidos por igual. Pero sorprende y duele que una de las formaciones que más ha crecido estos meses reclamando la regeneración y la ejemplaridad de la política esté siendo tan timorata a la hora de enmendar a su principal representante en Valladolid. Es incongruente esta dilación, por mucho que se apele a la presunción de inocencia y se anuncie que se esperará a una resolución judicial para tomar una decisión. Ciudadanos se arriesga a perder credibilidad y votos en Valladolid mientras Jesús Presencio, que se aferra al cargo como un gato panza arriba pero sin uñas, siga siendo su representante, como pasará en el Pleno del Ayuntamiento de mañana, donde su caso monopolizará la sesión. Su enroque en la Portavocía hasta el pasado viernes, pese al comunicado de C’s en el que se anunciaba su renuncia una semana antes, «por motivos personales», denota su escaso propósito de enmienda. De entregar su acta de concejal ya ni hablamos. Es carne del grupo de los no adscritos y parece que lo intuye, aunque nadie se lo diga. Tal vez sea, quién sabe, porque, desde antes de las elecciones municipales, es vox populi que apenas se habla con el delegado regional de la formación naranja, ni con su número dos en el Ayuntamiento. Con Manuel Soler, el tercero en la candidatura municipal, las descalificaciones mutuas son públicas y notorias. Su candidato al Congreso por Valladolid a las Generales está que trina y es de los pocos que han reclamado públicamente su dimisión. Albert Rivera se dio un paseo con él en campaña electoral por la calle Santiago, ambos de inmaculado azul y sin corbata. Poco más. Por una entrevista radiofónica sabemos que no le gustó su conducta al volante.


Y sorprende la actitud del PP en este caso. El presidente de su grupo municipal, José Antonio Martínez Bermejo, recomienda que no se hagan juicios paralelos, insiste en que lo sucedido pertenece al ámbito privado y se pregunta si el mismo hecho por parte de un médico, un profesor o un abogado es menos grave. En esos casos no se reúnen sus compañeros de trabajo al día siguiente para obligarlo a dejar su puesto, añade el ‘popular’. O un periodista, añado yo. Es irrefutable que los cargos públicos son un reflejo de la sociedad en que vivimos, pero también que deben dar ejemplo. La ejemplaridad en la vida privada de un médico, un profesor, un abogado y un periodista es conveniente. Nos hace mejores personas. En la responsabilidad política es exigible, se ha convertido en una demanda ciudadana ineludible. Sin honradez en los comportamientos privados, no se puede «mantener una perfecta probidad» en los públicos. Difícil sin grandes dosis de cinismo. Además, la credibilidad en política depende de muchos factores pero, sustancialmente, de la confianza que sean capaces de generar a la ciudadanía. Esta confianza se gana con buenas prácticas, a través del ejercicio de virtudes cívicas. No lo son conducir ebrio, ni amenazar a la Policía y menos, pasada la resaca, no mostrar síntomas de contrición.


Por cierto, entre Medina de Rioseco y Valladolid hay autobuses de Alsa por tres euros a las 23.40 horas de la noche y, si la noche y la cogorza se alargan, también a las 3.35 horas de la madrugada. Los taxis son más caros, pero les habría salido a cuenta a Presencio y a Ciudadanos.