La laguna del poeta Gil de Biedma

Ernesto Escapa
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La laguna del poeta Gil de Biedma

La cañada de los Gallegos conducía el tránsito de los segadores que en verano bajaban a Castilla para la faena y ahora recoge el paso solitario y todavía escaso de los peregrinos que siguen el Camino de Madrid para subir hasta Sahagún. En el límite provincial con Segovia discurre por la izquierda del Eresma y antes de sumergirse en el pinar de Ordoño pasa al lado del bodón de la Vega. Aunque son más numerosos en la zona de Segovia, el mayor de estos lavajos, que ya ostenta nombre de laguna, decora con sus espadañas la frontera entre Villeguillo y Llano de Olmedo. Es la laguna de Caballo de Alba, hasta la que llegaba en sus excursiones ecuestres el poeta Jaime Gil de Biedma (1929-1990) para disfrutar con el descanso de las aves que allí hacen un alto en su largo viaje. Hay patos, cigüeñas y garzas en la soledad campestre.

La iglesia de Fuente Olmedo yergue su torre de ladrillo entre la ondulación de unos cerros que durante siglos fueron guardianes de un tesoro primitivo, que escondía un rico ajuar funerario. Apareció en el pago de Perro Alto y su legado de vasijas cerámicas, diadema de oro, puntas de metal, puñal de lengüeta y un vaso campaniforme constituye uno de los hallazgos más importantes de la arqueología vallisoletana. La iglesia tiene tres naves decoradas con dibujos de yeso. El pórtico que arropa la entrada es de mediados del dieciocho, posterior al comienzo de las obras del templo. El retablo principal muestra al patrono, San Juan Evangelista, ya mayor y adornado de luenga barba, con el águila a los pies.  

EL CÓNSUL DE LOS ALISOS. Hasta la laguna de Caballo de Alba estiraba sus paseos el más barcelonés de la izquierda divina catalana, que era castellano por los cuatro costados. Nieto de Santiago Alba, primo de Miguel Delibes y tío de Esperanza Aguirre o de la fotógrafa Ouka Lele, Jaime Gil de Biedma se acreditó como uno de los poetas más interesantes del siglo veinte. Los Gil fueron condes de Sepúlveda y vizcondes de Nava de la Asunción, en la campiña segoviana. El cuarto de siglo transcurrido desde la desaparición del poeta ha ido apagando los ecos de su presencia habitual por estos pagos pinariegos del Eresma, a menudo a caballo, aunque a veces la compañía de amigos de la intelectualidad catalana le obligaba a pasearlos en su viejo Mehari amarillo, una furgoneta casi de la edad de la pérgola.

Antes de emplearse en el negocio familiar de los Tabacos de Filipinas, Gil de Biedma había malogrado su carrera diplomática por glosar la villa de Arévalo, en lugar de París, Estambul o Londres, cuando a los opositores les pedían una postal literaria de su destino preferido. A los bedeles de Castiella aquel desahogo les pareció una provocación y seguramente lo fue. Su abuelo paterno había hecho el negocio de convertir un robledal del piedemonte serrano en la colonia veraniega de San Rafael. Después de la guerra, su padre acaparó las propiedades de Nava y para convertir la Casa del Caño en un oasis apetecible contrató a un grupo de jardineros de La Granja, dotándola de la primera pista de tenis de la provincia. La edad de la pérgola que evocó el poeta en sus versos. La calle lateral todavía conserva el azulejo talaverano que la asigna al Vizconde de Nava de la Asunción.

Muerta la madre, su familia vendió la finca episcopal que albergaba aquel Jardín de los Melancólicos, convertido ahora en recipiente de una hilera de adosados, junto a los que sobreviven algunos cipreses. La magia de aquel recinto, que conocemos por fotografías, versos y testimonios escritos, se ha esfumado. Durante décadas fue el lugar de acogida de la entonces rutilante izquierda divina barcelonesa y el refugio preferido de Gil de Biedma, hasta que las inquisiciones familiares derivaron al poeta hacia un Ampurdán más tolerante. Pero incluso entonces, para vestir aquella torre, se surtió de muebles, cuadros y antigüedades adquiridos en la secreta almoneda de un convento segoviano. En las vísperas del aniversario de plata del poeta, ni siquiera está claro el destino del palacio esgrafiado, que aguanta su declive por la traba de protección que lo blinda.

En la ribera del Eresma, hacia Coca, está el pinar de los Alisos, paraíso del poeta e hipódromo veraniego de sus paseos. «Un pequeño rincón en el mapa de España / que me sé de memoria, porque fue mi reino». La casita de campo, con porche y en triste ruina, cobijada por la copa de varios pinos gigantescos, muestra el ultraje de aquellas jornadas felices. Por allí, el río ya discurre al fondo de un barranco, entre acantilados de arena, demorando su curso  en meandros sinuosos poblados de alisos y helechos. Este bosque de la ribera del Eresma fue el paraíso del poeta Jaime Gil de Biedma, el hipódromo de sus paseos veraniegos con Hila. Una casita de campo con porche y en triste ruina, sombreada por la copa de varios pinos gigantescos, guarda la memoria ultrajada de aquellas jornadas dichosas: «Fueron, posiblemente, los años más felices de mi vida».

El viajero actual por estos pagos provinciales fronterizos con la campiña segoviana puede seguir la lanzada fluvial del Eresma hasta Hornillos, donde sus aguas se unen al Adaja. De camino, pasado el pinar de Ordoño, prosigue por el despoblado de Valviadero, un caserío que se esconde junto al río, detrás de la urbanización La Luz. Su despoblamiento acarreó la ruina del templo y el despojo de sus piezas más valiosas. También desaparecieron la fuente renacentista que para su plaza hizo en el siglo dieciséis el escultor Esteban Baños y la cruz de piedra, que estaba situada delante de la iglesia, como en Hornillos. Lo que queda del templo de la Visitación tiene factura mudéjar, del catorce, construido con ladrillo y mampuesto. La torre es chaparra.

Más adelante, al otro lado de la carretera, Hornillos preside un paisaje fluvial rodeado de pinares, en la confluencia del arroyo Sanguero con el Eresma. Su nombre responde a la dedicación que tuvieron sus vecinos al carboneo vegetal. Fue señorío de los Dueñas de Medina, que construyeron en la Navilla, hacia Olmedo, un palacio renacentista que llamó la atención por la riqueza de sus ventanas y balcones. Era una réplica modesta de la Casa Blanca de Medina. Ahora se ve muy deteriorado y con el acoso molesto de un cerco de escombros, pero hace menos de un siglo Francisco Antón lo describía con una planta en ladrillo y cubierta a cuatro aguas, de la que sobresalía en medio una torrecilla cuadrada a modo de linterna.