La chopera que inspira las historias de Rubén Abella

M. Rodríguez
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El escritor Rubén Abella recorre con El Día de Valladolid sus diez lugares favoritos de la capital

Rubén Abella (Valladolid, 1967) consiguió con su primera novela ‘La sombra del escapista’ el premio Torrente Ballester en 2002. A partir de ahí todas sus obras han sido reconocidas con algún galardón y ‘El libro del amor esquivo’ logró ser finalista del premio Planeta. Actualmente es profesor de la Escuela de Escritores y de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. Y aunque vive en Madrid sigue muy en contacto con Valladolid. Una ciudad que sigue muy presente en su memoria, tanto que en esta lista de diez lugares hubiera necesitado de diez más para incluir lugares como el Café Galván, en la calle Simón Aranda, pero también lugares desaparecidos ya como el Cine Groucho y el Café Costa Verde, en los que el escritor vivió momentos inolvidables de su juventud.

 

1. Paseo del Cid. Este paseo, que el escritor bautizó hace años como ‘el verde’, protagoniza parte de sus vivencias personales y profesionales. Recuerda Rubén Abella que toda la vida llamó a este espacio ‘el verde’ y fue cuando escribió ‘Baruc en el río’ cuando descubrió que  se llamaba realmente Paseo del Cid. Relata que allí pasó una gran parte de su infancia -vivía en la calle Magallanes-, y sonríe cuando comenta que este ‘verde’ era el espacio ideal para jugar con sus amigos a ‘policías y ladrones’ y ‘verdad o consecuencia’; luego llegó la etapa en el que el protagonista de sus juegos era el fútbol, para después, ya adolescente, descubrir la orilla del río y pasar allí las hora muertas. «Y nunca nos pasó nada», asegura sorprendido porque ahora parece que a la gente le da reparo. Eso sí, comenta que volvían a casa con la ropa llena de manchones verdes y alquitrán.

2. Sala de exposiciones de San Benito. Rubén es fotógrafo, aunque ahora solo dedica tiempo a la fotografía por afición. Añora la etapa en que exponía con asiduidad, la última vez fue en  Oporto en 2008, pero su otro oficio, la escritura, necesita de su plena atención. Eso sí, sigue haciendo fotos y por eso le encanta esta sala, que está inserta en el circuito nacional y le permite poder ver exposiciones de fotógrafos de talla internacional.

3. Zona de la catedral. En este entorno se sitúan dos de sus bares favoritos: El Farolito y el Cafetín. Dos novelas que le encantan dan nombre a dos de sus bares favoritos. El Farolito es el bar  al que iba el protagonista de ‘Bajo el volcán’, Malcom Lowry y El Largo Adiós, más conocido como el Cafetín, toma su nombre del libro de Raymond Chandler. De este último bar también le maravillan los retratos que adornan sus paredes. Rubén Abella lamenta que no se haya abierto ningún bar más así en Valladolid y también recuerda con añoranza los billares cercanos. Relata que se piraba las clases para ir allí, y tampoco se olvida que lo regentaba un señor que no veía, «un personaje muy literario».

4. Biblioteca de Castilla y León. Un escritor no podía dejar de elegir una biblioteca entre sus diez lugares favoritos. Abella no sabe por qué se la conoce como la biblioteca de San Nicolás, pero lo que tiene claro es que es una de las mejores de España. Destaca que aquí encuentras las últimas  novedades y valora que funciona como un reloj. «Hacen una labor impagable», afirma, además de destacar su amplia programación.

5. Museo de Escultura, calle Cadenas de San Gregorio.  Este museo tiene una joya para Rubén: el Cristo yacente de Gregorio Fernández. Asegura que es una pieza que lleva a la contemplación. «¡Es muy potente!». El escritor vallisoletano describe como contemplando este imagen se ponen las cosas en perspectiva sobre lo que se está haciendo, además de señalar que es otro tesoro de Valladolid del que no está seguro que los vallisoletanos sean conscientes.

6. Capilla del Museo Patio Herreriano, calle Jorge Guillén, 6. Este espacio es un lugar muy especial para Abella desde hace años. Y es que recuerda cuando estaba sin restaurar, en ruina y sin techo, y allí se celebraban conciertos de música barroca. «Este espacio es una maravilla» y celebra la que considera una magnifica restauración porque respeta toda la potencia de la construcción. Un ambiente que señala aprovechó muy bien una instalación que pudo ver hace años de la artista Marina Núñez.

7. La orilla del Pisuerga. Este maestro de la palabra opta por la orilla y no la ribera del río. Es su espacio favorito para pasear y su ruta suele ir desde el Cuatro de Marzo hasta los puentes del Cabildo, sin salirse de la orilla, un recorrido que ha realizado «mil veces». Abella tiene una colección de fotos de este entorno en todas las épocas del año, aunque hay un rincón «muy especial» que le encanta fotografiar: donde el Esgueva se junta con el Pisuerga. Allí había una central, que se llamaba la fábrica de la luz. El escritor, siempre bien documentado, comenta que es del siglo XIX y se hizo con los hierros de los altos hornos de Vizcaya.

8. Pasaje Gutiérrez. Este espacio se repite una y otra vez en la lista de los diez lugares. Abella explica que era una galería comercial que imitaba a las de París y Bruselas. El escritor comenta que se construyó en el siglo XIX para conectar la zona de la catedral con la de la Plaza Mayor. Además, narra una curiosidad , y es que el día de la inauguración un cuarteto de cuerda tocó en el balconcillo del pasaje y asegura que le gustaría poder revivir esa escena mientras toma algo en alguna de las terrazas de los bares que hay en el pasaje.

9. Plaza del Viejo Coso. Este espacio fue la primera plaza de toros de la capital, ya que con anterioridad los espectáculos se realizaban en la Plaza Mayor. A Rubén le gusta el bar que hay en la plaza, en medio de un remanso de paz, que comenta, salvando las distancias, que recuerda a la plaza de los Vosgos, en París.

10. Bar Mónaco, calle Calixto Fernández de la Torre, 3. Este bar es una institución para Abella y un reducto de tranquilidad, donde recuerda que solía ir a leer el periódico todas las tardes. Explica que era y es el bar donde queda con sus amigos cuando vuelve de Madrid, su lugar de residencia habitual. Y comenta que tardó mucho tiempo en averiguar que sus dueños eran dos hermanos gemelos.