Un río maltratado

Óscar Fraile
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Amigos del Pisuerga limpia regularmente las márgenes y el fondo para retirar la basura que tiran los ciudadanos, como bolsas y botellas. «Hemos llegado a encontrar urnas de cenizas de difuntos, máquinas de escribir e incluso un perro decapitado»

Dice Luis Ángel Largo, presidente de Amigos del Pisuerga, que hoy en día se respeta el río mucho más que antes. Y cree que es la consecuencia de haber hecho hincapié en la educación medioambiental en las escuelas. Pero basta un breve paseo por sus aguas para comprobar que todavía hay mucho margen de mejora en el cuidado del Pisuerga.

Los voluntarios de estas asociación llevan muchos años saliendo regularmente a hacer tareas de limpieza, pero su capacidad de sorpresa todavía no se ha agotado. Las vallas de obra y los carritos de los supermercados son un clásico que habitualmente tienen que sacar del fondo del río. También las miles de botellas y bolsas de plástico que se quedan atrapadas en las ramas de las orillas. Pero en este ‘museo de los horrores’ hay espacio para objetos mucho más extravagantes. Por ejemplo, una urna funeraria, una máquina de escribir y varias embarcaciones que acaban en el fondo del río después de estar años abandonadas en la orilla. En ocasiones hay sorpresas mucho más desagradables. «Hace unos días encontramos a la altura de Huerta del Rey un perro que estaba decapitado y que desprendía un olor horroroso», recuerda Largo.

El Día de Valladolid ha acompañado a dos integrantes de esta asociación en uno de estos trabajos de limpieza. A los mandos de una embarcación con suelo de madera, el vicepresidente, Juan Antonio Crespo, navega hacia Las Moreras. Todos los veranos suelen adecentar esta zona antes de que la gente empiece a utilizar la playa. Desde el centro del río las orillas parecen estar en buen estado, pero la sensación cambia cuando la embarcación se aproxima.

La frondosa vegetación esconde botellas, bolsas de plástico y otros objetos difícilmente identificables desde una cierta distancia. El primer paso consiste en acercarse lo suficiente como para poder ‘podar’ las ramas. Es una labor que no está exenta de cierto peligro, pero que Crespo realiza con habilidad. Los voluntarios suelen salir equipados con motosierras porque a veces hay que quitar grandes troncos que se secan, caen al río y se convierten en diques que acumulan basura. Cuando eso sucede, en pocos días empiezan a aparecer los mosquitos, las ratas y los malos olores. Finalmente, Crespo y Largo consiguen hacerse hueco y limpiar los residuos.

El trayecto continúa en dirección al puente de Poniente. A medio camino hay que hacer otra parada porque en la orilla asoma otro objeto, mucho más grande que los anteriores. De nuevo se inician los trabajos de desbroce y se procede a retirarlo de la orilla, con mucha más dificultad que antes. Misterio resuelto. Se trata de una máquina expendedora de golosinas de un metro de altura. ¿Cómo ha llegado allí? Es mejor ni pensarlo. «Es mucho más fácil llevarlo a un contenedor que tirarlo aquí», se queja el vicepresidente de la asociación.

Pero el sentido común no siempre es el más común de los sentidos. En muchas ocasiones son chicos jóvenes los que hacen «la gracia» de tirar estas cosas al río, sobre todo los fines de semana. Cosas del exceso de alcohol. En otras, es la simple ‘comodidad’ de tener el río a mano y una preocupante falta de civismo.

También hay objetos que caen de forma accidental. Y uno de ellos es el que motiva la tercera parada de este viaje: un balón de voleibol. «Solemos coger unos 20 al año, algunos de ellos pinchados y otros en perfectas condiciones, como en esta ocasión», dice Largo. 

EN EL FONDO. El trabajo de los voluntarios no se ciñe a las orillas. Cuando el río lo permite, también limpian el fondo. De hecho, cuentan con un buzo entre sus integrantes que se encarga de un labor que también se hace desde las embarcaciones. «Solemos mirar y, cuando vemos algo, utilizamos ganchos tipo potera para sacarlo», explica el presidente. 

El trayecto sigue en dirección al barrio de Arturo Eyries. En esta ocasión Crespo navega hacia un punto concreto porque tiene localizados dos sofás. No sabe si están allí porque alguien ha pensado que el Pisuerga es un punto limpio o porque alguna persona sin hogar los ha utilizado para dormir. Junto a los sillones también hay un asiento infantil para coches y varias bolsas de basura. Después de un último esfuerzo para subir estos objetos a la embarcación, se inicia el camino de vuelta. No hay sitio para coger más cosas, aunque, en teoría, este trabajo podría ser infinito. «Si te tiras 20 horas aquí, estas 20 horas sacando cosas», añade el presidente. Una vez en tierra, los voluntarios descargan todo y lo llevan a un contenedor de obra que tienen disponible en Las Moreras. Después llaman al Servicio Municipal de Limpieza, que acude a recoger todo. En este caso, lo hicieron en apenas media hora.

Amigos de Pisuerga tiene actualmente unos 150 socios que pagan una cuota de 20 euros al año para sufragar gastos como la gasolina, el mantenimiento y las herramientas, aunque también cuentan con algunas ayudas públicas. Los más activos a nivel de trabajo se pueden contar con los dedos de una mano. Lo hacen desinteresadamente, por el amor que les une al río, y pese a ser una labor ingrata, poco reconocida y a veces peligrosa. Pero a ellos les compensa. Toca volver a casa. «Cuando queráis, repetimos».