Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Prisionero de la realidad

18/02/2019

Atados con grilletes cabeza, pies y manos desde su nacimiento, un grupo de prisioneros malvive en una caverna lúgubre y fría. Su forzada posición, que impide que se puedan girar a uno u otro lado, sólo les permite ver una parte concreta de la cueva. A sus espaldas y a escasa distancia se eleva un muro rudimentario y detrás de él se ubica una hoguera, cuyo fuego, casi siempre encendido, sirve para que varios hombres se paseen delante de las llamas, con diferentes figuras de piedra y madera con formas de animales y singulares objetos, y proyecten sus sombras en la única pared que los reos pueden contemplar. Su universo se resume a lo que observan y escuchan entre tinieblas. No hay nada más.
Una mañana, con el alba, uno de los cautivos es despojado de sus cadenas. Inquieto, se gira y decide caminar hacia la luz. Tras superar el muro y dejar atrás las ascuas de la fogata, accede a la salida de la caverna, pero la enorme claridad, tras años viviendo en penumbra, le ciega. Poco a poco, sus ojos se van acostumbrando a la nueva realidad, al mismo tiempo que se va asombrando con todo aquello que se topa. Formas, colores, sonidos, olores... La realidad es muy distinta a todo lo que le ha rodeado en ese lugar siniestro e inhóspito donde continúan encarcelados sus compañeros.
Tras divagar por el campo, contemplar los astros, saborear diversas frutas y hasta beber agua de un río, el esclavo decide volver a la cueva. Nervioso, relata a los prisioneros lo que hay más allá del muro de piedra; una nueva realidad, alejada de la falsedad de las sombras de la caverna. Sin embargo, todos se ríen de él y ninguno quiere ser liberado. Defienden con vehemencia que la claridad le ha dejado ciego y que la única verdad sigue siendo lo que se ve proyectado en la pared húmeda de la gruta. Le acusan de mentir con descaro y le condenan a muerte. 
 Como sucede en la alegoría escrita por el filósofo griego Platón, Pedro Sánchez se dio de bruces con la realidad el pasado miércoles, cuando el Congreso de los Diputados tumbaba su proyecto de Presupuestos y daba por finiquitada una legislatura, que pasará a la historia como la más corta de la democracia.
El líder del PSOE, que llegó a la Presidencia gracias al apoyo recibido por Podemos y nacionalistas en la moción de censura contra Rajoy, comenzó su andadura dejando claro que su idea era la de convocar elecciones «cuanto antes». Pero pronto cambió el paso y, con medidas más efectistas que prácticas, comenzó a dejar claro que su única finalidad era la de agotar la legislatura a toda costa. 
Con sólo 84 escaños, la aventura del socialista estaba abocada al fracaso, al tener que ir concediendo dádivas a un crecido Pablo Iglesias, que ha actuado de consegiere; a un PNV, que miraba con recelo el impulso de Ciudadanos; así como a un nacionalismo catalán, que, aprovechándose de la debilidad de Sánchez, chantajeaba a un presidente al que hacía prisionero y le empujaba a un laberinto sin salida.
El líder del PSOE trataba de ganar tiempo, pero las polémicas no tardaron en aparecer. La dimisión de dos de sus rutilantes ministros -Maxim Huerta y Carmen Montón-, la marcha atrás de varias de sus propuestas, su controvertida tesis doctoral, la querencia a utilizar el Falcón para cualquier acto -ya fuera un concierto en el Festival de Benicasim o la boda de su cuñado- o la exhumación de Franco fueron deteriorando su imagen, que contaba y cuenta con un buen número de detractores tanto dentro como fuera de su propio partido. 
Todo queda en peccata minuta hasta que el Gobierno comienza a acercar posturas con los secesionistas catalanes. Sabedores de que necesitaba de sus apoyos para sacar adelante unas Cuentas que le garantizaran continuar en La Moncloa, Torra, arropado por Tardá y Rufián en Madrid, con Puigdemont moviendo los hilos en la sombra, trató de imponer a Sánchez distintas medidas, presionando para que el Ejecutivo influyera en el poder judicial y recondujera a su antojo el juicio del procés, logrando un 40 por ciento más de partidas presupuestarias e imponiendo la figura de un polémico relator para mediar entre el Estado y Cataluña. Pero los independentistas querían más, llegando a exigir una autodeterminación, que provocó la ruptura de negociaciones y, en definitiva, a propiciar el fin de la legislatura. 
Sánchez, como los prisioneros del Mito de la caverna, ha gobernado de espaldas a una gran parte de la población en estos ocho meses. Ahora, que no tiene más remedio que salir de la cueva, serán las urnas el 28 de abril las que le sitúen en el lugar que le corresponde.