Seminci, 60 años de pasión

César Combarros (ICAL)
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Los cuatro directores del festival que permanecen vivos rememoran la historia del certamen, analizan su evolución y reflexionan sobre sus retos de futuro en vísperas de la 60ª edición

La Semana Internacional de Cine de Valladolid alcanza hoy su sexagésima edición. Es el segundo festival más veterano de España y uno de los más longevos del mundo, pero su andadura a través de las décadas no ha resultado sencilla. Al frente de la Semana ha habido siete directores: Antolín de Santiago (1956-1973), Carmelo Romero (1974-1975), Rafael González Yáñez (1976-1977), un comité integrado por Fernando Herrero, Germán Losada, José María Muñoz, José Ángel Rodero y el propio González Yáñez (1978-1983), Fernando Lara (1984-2004), Juan Carlos Frugone (2005-2007) y Javier Angulo (2008-2015). La Agencia Ical ha hablado con los cuatro directores del certamen que siguen vivos para recrear la historia del certamen desde sus inicios, analizar su evolución y reflexionar sobre los retos de futuro que aguardan a esta cita cultural.

Cuestionados por las señas de identidad del certamen, Carmelo Romero no titubea en destacar “la seriedad” y “el calor del público vallisoletano”. Su apuesta por “un cine humanista y nuevo, de autor”, son los principales valores para Fernando Herrero, que aunque no ocupó el cargo de director como tal sí fue la cabeza visible del comité de dirección en los seis años que funcionó ese organismo. Fernando Lara, por su parte, destaca la apuesta de la Semana por “la búsqueda, el conocimiento y el análisis” de las cinematografías, además de recalcar “la participación del público y los medios de comunicación”, y la indagación en el aspecto teórico del cine a través de las publicaciones o la revista. Para el actual director del certamen, Javier Angulo, “la Seminci es el festival donde, durante años, la gente ha ido a ver un cine diferente, de sentimientos, que emociona y que conmueve, y que te cuenta las historias de una manera distinta, desde el punto de vista de un autor que es el director”.

Para todos ellos, la Semana ha sido algo decisivo en sus vidas. En el caso de Romero y Herrero, originarios de La Rioja y Zaragoza, respectivamente, el festival fue un elemento decisivo a la hora de decantarse por Valladolid como su destino personal y profesional tras conseguir superar sendas oposiciones. Cinéfilos los dos desde la adolescencia, Romero recuerda que “en aquellos años la Semana de Cine era todo un acontecimiento, porque permitía la entrada de un aire fresco del cual que estábamos absolutamente necesitados”. Así lo refrenda Herrero, que explica que “la limitación para ver películas en aquellos tiempos era muy grande, y en Valladolid se veía un tipo de cine que no se veía en el resto de España”. El más contundente a la hora de valorar el peso del festival en su propia vida es Fernando Lara: “Durante veinte años la Semana lo fue todo para mí. Incluso ahora sigue muy presente en mi vida; raro es el día o la noche en que no piense en ella”, confiesa tras recalcar que entregó “gustosamente” veinte años de su vida a “un festival en el que creía y en el que me sentía feliz, donde tenía un equipo a mi lado que era espléndido, con el que siempre íbamos en la misma dirección”. Además, apunta que “la Semana es algo consustancial con Valladolid. Después de 60 años no se puede entender la ciudad sin la celebración cultural que en ella tiene lugar, que ha creado generaciones de espectadores y de conocedores del cine de primer nivel”.

La historia de una celebración

El festival echó a andar como Semana de Cine Religioso el martes 20 de marzo de 1956, a las cuatro en punto de la tarde, con la proyección de 'Una cruz en el infierno', de José María Elorrieta. El delegado de Información y Turismo, Antolín de Santiago, aceptó el envite de un estudiante de la Universidad de Valladolid llamado Luis Huerta y, con el apoyo del gobernador civil de la ciudad, Jesús Aramburu, y la asunción de la organización por la propia Delegación, el certamen daba así sus primeros pasos.

“La etiqueta del cine religioso quedó obsoleta desde el primer momento”, reflexiona Fernando Herrero, que recuerda que “ya en la segunda Semana se pusieron películas complicadas sobre esa temática, de Jules Dassin y Robert Bresson, y a partir de la quinta edición, con la inclusión de la denominación 'y de valores religiosos' prácticamente todo tenía cabida”.

Semanista desde la novena edición, Herrero subraya las “curiosas contradicciones que existían desde un festival que organizaba la Delegación de Información y Turismo, donde afortunadamente estaba al frente una persona como Antolín de Santiago, que dejaba trabajar a quienes colaboraban en la Semana y no tenía ningún inconveniente en romper fronteras”. Así, recuerda la polémica suscitada en la sexta edición (calificada como 'la Semana antinazi' por la programación de películas como 'Todos a casa', de Luigi Comencini; 'Kapò', de Gillo Pontecorvo; y 'Mein kampf', de Erwin Leiser) o la “bronca” que le supuso a Antolín con el arzobispo y con la Cátedra de Cine programar en 1969 una sesión con 'Simón del desierto' y 'La Vía Láctea', de Luis Buñuel. “Él siempre le decía a su gente: 'Yo no entiendo de cine, pero quiero que sigáis adelante’”, resume.

Tras el nombramiento de Antolín como gobernador civil de Cádiz, asume la dirección del certamen Carmelo Romero, que dirigió el certamen en 1974 y 1975. “Eran años de cambio sociopolítico, con el movimiento obrero de Fasa-Renault en Valladolid en pleno apogeo o el cierre de la universidad, que fue una venganza y una especie de castigo en cabeza ajena para que aprendieran los demás”, recuerda Romero sobre una época de la cual añora que “todas las manifestaciones culturales, como el cine o el teatro, se vivían con pasión”.

Cuestionado sobre los logros de los que está más satisfecho de aquella etapa, recuerda los esfuerzos y la “ilusión” de su “equipo” por “presentar una serie de películas consustanciales con el hecho del conocimiento y del amor al cine”. Entre otras, cita los estrenos en la Semana de 'La naranja mecánica' (de Stanley Kubrick), 'Amarcord' (de Federico Fellini) —“la programamos antes que el Festival de Cannes”, subraya—, y 'Jesucristo Superstar' (de Norman Jewison) —“que una película como ésa tuviera que llegar al Consejo de Ministros de Franco para que nos autorizaran a proyectarla es totalmente absurdo y refleja claramente la situación político-religiosa que se vivía”, sentencia.

Con la incorporación de Carmelo Romero a la Dirección General de Cinematografía, el liderazgo de la Semana queda nuevamente vacante, y el 12 de febrero de 1976 se nombra director a Rafael González Yáñez, el único vallisoletano que ha ocupado el puesto en solitario en toda la historia del certamen. “Rafa prestó un servicio extraordinario a la ciudad y al cine como director de la Semana”, recuerda Fernando Herrero, que dos ediciones después sería uno de los responsables de garantizar la supervivencia del certamen junto al propio González Yáñez.

“En 1978 surgió el gran problema: ¿quién hacía la Semana?”, recuerda Herrero. “La llegada de la democracia, con la transición, supuso un replanteamiento absoluto de los festivales cinematográficos como acontecimientos culturales. Muchos desaparecieron y otros tuvieron que reconvertirse. Cualquier manifestación cultural que tenga auténtica razón de ser debe evolucionar y convertirse en un elemento lo más útil posible en el momento histórico en que tiene lugar”, sentencia Carmelo Romero.

Cobijada hasta entonces en el seno de la Delegación de Información y Turismo, la desaparición de este organismo dejó en tierra de nadie al festival hasta que el entonces alcalde, Manuel Vidal, convocó una sesión extraordinaria en el salón de plenos del Ayuntamiento para decidir el futuro del certamen. “Aquella sesión pudo haber sido la clausura final de la Semana. En ella el propio Manolo decidió que el Ayuntamiento asumiría el festival y, a los dos días, asesorado por José Luis Parra, un funcionario, decidió encargarnos su organización a Carmelo, Rafa, José Ángel Rodero, Germán Losada, José María Muñoz y a mí, con la inestimable ayuda de José Peña, un religioso francés que fue vital”, asegura Herrero.

Hoy, Herrero confiesa que lo que le hace estar más orgulloso de su paso por la dirección del festival es, junto a sus compañeros del comité, haber “salvado la Semana”. “Hay que agradecerle siempre a Manolo Vidal que hiciera que el Ayuntamiento asumiera la Semana, y afortunadamente tanto Tomás Bolaños como Javier León de la Riva refrendaron aquella decisión durante sus mandatos”, valora. Además, recuerda que en esa etapa se logró dar estabilidad jurídica al certamen con la creación de la Fundación Pública Municipal de la Semana Internacional de Cine de Valladolid y se consiguió recuperar el Teatro Calderón como sede principal.

“Durante los seis años del comité de dirección hicimos la Semana lo mejor que pudimos. El festival siempre ha sido un espejo de la sociedad, y en cada momento se ha hecho o se ha intentado hacer la Semana de Cine que procedía. En esa época teníamos interés en programar un tipo de cine que no se veía, un poco extraño, casi invisible, que es lo que se sigue haciendo ahora en muchos festivales; también nos interesamos mucho por los ciclos, con las retrospectivas dedicadas al cine marginal en España y el cine independiente americano, y los ciclos de Mizoguchi, Ozu, Edgar Neville, Carlos Serrano de Osma o Yilmaz Güney”, evoca tras asegurar que siempre ha considerado que, “en un festival, los ciclos son mucho más importantes de lo que parecen”.

Después de seis años de provisionalidad, el 26 de marzo de 1984 Fernando Lara es nombrado director de la Semana. En toda la historia del festival, él ha sido el profesional que durante más tiempo (21 ediciones) ha ocupado el cargo. Tras pedirle un balance de su etapa al frente, él insiste en resaltar la labor de su equipo en todo ese periodo. “En mi opinión, el logro más importante de esa etapa es que se consiguió crear

confianza en el festival: que la gente, tanto el público como los medios y la industria del cine, supieran a lo que se iba a Valladolid. Eso es sinónimo de que el festival había conseguido una identidad y una personalidad propia”, valora ahora Lara.

Además de haber logrado hacer accesible al público y a los profesionales una serie de películas, y haber puesto en contacto el trabajo de diferentes cineastas, Lara subraya “la interrelación con la ciudad” que se logró establecer en ese periodo. “Sabíamos que no éramos más que los ejecutores de los deseos y los anhelos de un público. Nunca nos sentimos aislados, ni pretendimos hacer una programación 'exquisita', sólo para nosotros, ya que éramos conscientes de que respondíamos a las necesidades, a los deseos y a las búsquedas de toda una ciudad”, valora.

“Fernando Lara logró ahormar el festival, darle una personalidad definitiva en torno al cine de autor. Él es quien le da forma definitiva y lo estructura. Además, lo sitúa entre los festivales como una referencia en España y en el mundo, y crea un equipo permanente que le da estabilidad al festival y lo profesionaliza al cien por cien”, sintetiza Javier Angulo sobre ese periodo.

El nombramiento de Fernando Lara como director general del ICAA en la Navidad de 2004 hace que, en plenos preparativos de las bodas de oro del certamen, comience a buscarse un sustituto. Finalmente quien fuera su adjunto a la dirección entre 1984 y 1992, el argentino Juan Carlos Frugone, es elegido como sucesor. Él ocuparía el cargo durante las tres siguientes ediciones, en las que se organiza la exposición más visitada de la historia del certamen (‘Vestir los sueños’) y por primera y única vez un largometraje español conquista la Espiga de Oro (‘14 kilómetros’, de Gerardo Herrero). Su etapa tuvo un brusco final cuando se destapan fricciones con el Consistorio municipal y renuncia al puesto el 21 de abril de 2008, mes y medio antes de que Javier Angulo sea elegido director, cargo en el cual ha permanecido desde entonces.

De estas últimas ocho ediciones, el propio Angulo señala que sus principales logros pasan por “haber podido remontar el festival con el equipo que dejó Lara, que es un tesoro, haber participado en la modernización y adaptación a las nuevas tecnologías, y  haber abierto el festival a nuevos contenidos, con la reconsideración de Punto de Encuentro como sección de primeras y segundas películas, la creación de secciones para niños, jóvenes y cineastas de Castilla y León, así como de Cine&Vino, que refuerza  otras excelencias evidentes de Valladolid”. También destaca la organización “cada año, salvo los cuatro de mayor dureza de la crisis”, de proyecciones con música en vivo a cargo de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, y su intento por “rejuvenecer el equipo de selección y de asesoramiento de Seminci, con personas de menos de cuarenta años que aman el cine, que tienen una visión distinta pero que saben muy bien lo que es y lo que necesita la Seminci”.

Los retos del futuro

Para Fernando Lara, “el festival es un claro ejemplo de cómo una actividad cultural de primer nivel ha sabido evolucionar al mismo ritmo que la ciudad, el país y el mundo que nos rodea”. “Las diversas etapas que ha vivido la Semana son muy claras en su vinculación con esos tres niveles. Para mí, el festival ha tenido la virtud, de saber sentir el aire de los tiempos y evolucionar a medida que éste iba cambiando”, añade.

Cuestionados sobre los retos de futuro del festival, Carmelo Romero y Fernando Herrero coinciden en apuntar que el principal pasa por “mantener el interés de un público joven, distinto, que se renueva”. “El público es muy voluble, y despertar su interés es ahora muy difícil, con la cantidad de ofertas culturales que no implican la necesidad de ir a las salas”, señala el primero. Herrero, por su parte, lamenta que “la gente, desgraciadamente, no va al cine, y menos a ver este tipo de películas”; por ello, considera “muy importante” que “el cine sea multitudinario” al menos durante la celebración del festival. “Cada momento tiene su Semana, y el público de hoy es diferente al de hace unas décadas”, señala.

Angulo también alude en su reflexión a la necesidad de un “rejuvenecimiento absoluto del público”, que para él es “el gran reto que tiene este festival, sin perder sus señas de identidad”. Además, alude a la exigencia de “completar el proceso de renovación tecnológica y la modenización, ante la prácticamente total desaparición del celuloide, e incorporar a equipos cada vez más jóvenes”.

Para Fernando Lara, por último, los retos de la Semana son “los mismos que pueda tener cualquier manifestación cultural de su nivel: seguir siendo permeable a la evolución de la sociedad”. “Si esa sociedad se ha vuelto muy tecnificada con el dominio de internet y la presencia virtual, tiene que estar atenta a esa evolución, sin que eso resulte determinante. El hecho fundamental sigue siendo el ir al cine en una sala, con un número de espectadores congregados ante una pantalla para degustar una película. Ése es el hecho fundacional de un festival de cine, y nunca debería perderse”, concluye.