El disparo de la infamia

A. G. Mozo
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Pedro Pablo acabó con su ex -y madre de su hijo- de un tiro a quemarropa en la cabeza · La abordó por las calles de Medina del Campo y la encañonó en la cabeza · La pistola se encasquilló hasta dos veces y a la tercera la mató

La infamia se define como la maldad o vileza en cualquier línea. Matar a la madre de tu hijo es vil. Hacerlo con premeditación (después de amenazarla dos días antes) y alevosía (armado con una pistola) es de una maldad infinita. Y dispararla a quemarropa en la cabeza es infame. Mucho más si tu arma falla en lo dos primeros intentos y tienes que recargarla ante los ojos atónitos y bañados en lágrimas de tu ex, a la que vas a matar sí o sí.

 

Pedro Pablo O.T. tenía 40 años cuando la tarde del 26 de marzo de 2014 decidió desplazarse hasta Medina del Campo para acabar con la vida de María Henar G.L (de 32 años), madre de uno de sus hijos -tiene otra niña con otra mujer que le denunció en 2010 por amenazarla de muerte- y desde hacía 15 meses, su expareja. El móvil del crimen fue tan infame como el método elegido. Henar no quería volver con él y Pedro Pablo no acataba su decisión. La custodia del niño había elevado un punto más la tensión entre una pareja que, según contaban los vecinos de la zona, arrastraba una relación «tormentosa». «Esto que ha pasado era la crónica de una muerte anunciada», llegaron a asegurar algunos vecinos horas después del crimen. Y tanto que lo era.
 

Último aviso. Dos días antes del crimen Pedro Pablo O.T. se lo anunció a María Henar. «O vuelves conmigo o te mato». Era lunes. El miércoles volvió a Medina a por la respuesta. Eran las cuatro de la tarde. La llamó por teléfono. No se lo cogió. Tampoco le hacía falta. Sabía que ese día, a esas horas, su ex iría al gimnasio. La esperó al pie del puente de Aguacaballos. «Sube al coche», la dijo. Ella se negó y continuó su camino. Pedro Pablo arrancó su Rover 620, pero no se fue. Adelantó a la joven, aparcó y se bajó armado con su pistola. Era el momento de cumplir con su vil amenaza. Se fue a por ella y sin mediar más palabra, la disparó en la cabeza.

 

Con Henar desangrándose en el suelo, Pedro Pablo solo pensó en huir. Cogió la A-6 y se dio a la fuga sin mirar atrás. Él pensaba esconderse en la vivienda de unos familiares en el pueblo palentino de Villarramiel, pero la Guardia Civil y la Policía dieron con él en cuestión de una hora. Cuando le encontraron ni siquiera se molestó en negar la autoría.

 

Mientras tanto, María Henar se debatía entre la vida y la muerte en una cama del Hospital Clínico. A las diez de la mañana del jueves, fallecía para regocijo el asesino. El infame criminal que no dudó en mentir cuando declaró que no sabía cómo se le había disparado la pistola. ¿No sabía cómo se le pudo disparar una, dos y hasta tres veces? La única tesis con la que Pedro Pablo trató de eludir sus culpas se diluyó más rápido que un azucarillo en un café. La juez de guardia le envió a prisión.
 

Pactó la condena. Y de allí solo salió para acudir, 14 meses más tarde, al juicio, a la Audiencia Provincial de Valladolid. Allí, solo unos minutos antes del arranque de la vista oral, decidió pactar su condena con la Fiscalía. Aceptó el acuerdo por el cual se declaraba culpable a cambio de una rebaja de tres años: 19 años y medio de cárcel.