«Necesitamos un relato colectivo sin excluir a nadie»

M.R.I
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Entrevista con Luis Díaz Viana, antropólogo, filólogo y escritor, que acaba de publicar 'Todas nuestras víctimas', su segunda novela, que tiene el tema de la memoria histórica como telón y trasfondo del argumento.

«Necesitamos un relato colectivo sin excluir a nadie» - Foto: Jonathan Tajes

El escritor pone en este libro voz a vivos y muertos, otorga la palabra a víctimas y asesinos, para intentar conformar una obra de amplias perspectivas sociales e históricas. Una novela por capítulos, con saltos temporales, historias e intrahistorias, buenos y malos que resultan familiares, conformando así el argumento y el panorama cotidiano español. «Leyendo la novela algo puede ocurrir, para bien o para mal te puedes identificar más con unas voces u otras. Casi nadie se sentirá excluido o tratado como enemigo», asegura.

¿Por qué es necesario recordar en este momento a las víctimas?

En realidad es un libro sobre la memoria de las víctimas, desde las de la Guerra Civil a las de 11-M. Esta es una de las originalidades del libro. En la trama del mismo aparece también un atentado, que puede ser el 11-M, aunque ni siquiera se le nombra como tal porque se deja un poco indefinido el asunto. Y digamos que ambas memorias, la de gente muerta o desaparecida, juegan en ese mismo escenario de la novela, que es un territorio conocido, que podría ser de la provincia de Valladolid, aunque tampoco se precisa el lugar. Son voces, tanto de vivos como de muertos. La novela podría, en ese sentido, tener una tesis de fondo, que es la necesidad de tratar de la mejor manera posible la memoria como relato colectivo.

Un problema que tenemos pendiente en España, donde cada vez que se apela a la memoria colectiva se genera algún enfrentamiento. ¿Esto ha influido en que haya optado por la fórmula de la novela y no del ensayo? 

Yo me dedico de manera profesional a la antropología, soy el equivalente a catedrático de Antropología en el CSIC. Esto me permitió estar trabajando un periodo largo el tema de la memoria. Formé parte de un equipo de investigación en el proyecto ‘El archivo del duelo’ sobre la expresiones populares que surgieron en las estaciones tras el atentado del 11-M, sobre todo en la de Atocha. Ahora se van a cumplir 15 años y casi es el tiempo de la gestación de la novela. A partir de ahí, sí que hay una relación con el 11-M, pero como resorte que me hace funcionar sobre estas cosas. 

 Mis novelas, tanto esta como la anterior, son un compendio de distintas indagaciones e investigaciones en varios formatos: artículos científicos o de prensa, ensayos e incluso poemas. Para mí todo está relacionado. Después de pasar algún tiempo de mi vida esforzándome en distinguir mis facetas para que no se ‘contaminaran’, o se pudieran cruzar de manera no deseable, he dejado de preocuparme por eso y dejo que se fecunden en lo posible, con el riego que puede tener pero que creo que es menor. Veo a la novela, cada vez más por mi propia dedicación a ella, como un género de géneros, transfronterizo en sí mismo, que permite todos esos formatos. Y de hecho en la novela los hay en forma de testimonios, memorias o diarios y voces que podrían ser relatos orales. 

¿La ficción ayuda a encontrar ese nexo común?

En este caminar mío entre géneros diversos he decubierto los límites de cuando llego a plantearme tratar cuestiones que sería difícil expresarlas solamente en un artículo científico o un ensayo. Y la novela puede ser un relato en el que cabe casi todo, otra cosa es cómo se trabaje. En la primera que escribí recogía indagaciones sobre la globalización y los mundos que se destruyen momentáneamente, pero que llevan tiempo agonizando. En este hablo de cuestiones complicadas, que ya había abordado en un libro de narración y memoria, publicado por la Uned en 2008 y en el libro colectivo sobre el 11-M y el archivo del duelo, donde había cosas que no podía expresar y poco a poco fue la novela, otra vez, el género y el camino por el que pude encauzar estas preocupaciones.

Unas reflexiones que se publican en un momento en el que se ha vuelto a avivar la polémica y el enfrentamiento entre las dos españas, donde parece que hay dos clases de víctimas. ¿Voces como la suya tienen cabida en medio de este barrullo mediático?

Es complicado pero espero que sí. Para nada es una novela o un texto oportunista, puede ser oportuno y ojalá lo sea, pero lleva en torno a trece años de gestación. En el libro utilizo materiales varios, recogidos algunos por mí mismo y otros testimonios recogidos en libros de sesgo antropológico, fundamentalmente sobre relatos orales. Verdaderamente creo que se necesita, y que es una cuenta pendiente con la memoria de este país, construir un relato colectivo que no excluya a nadie. Un relato en el que nos reconozcamos como país. 

Es muy lamentable esta especie de disputa de muertos, de estos son mis muertos y estos son los tuyos. Me parece espantoso con los propios muertos. Eso en este país ocurre. A veces se oyen voces que vienen a decir que somos un país muy particular y que no tenemos remedio. Esa es una mirada muy corta. Basta con mirar a la guerra civil de los EEUU, que todavía de alguna manera en algunas zonas del sur tiene sus ecos hasta en la propia bandera, que aún se exhibe, y han pasado más años que aquí. También en Alemania hasta hace relativamente poco casi no se podía hablar del nazismo. 

Estas situaciones son complicadas de gestionar y si lo políticos, que son los que deben dar formar a la salida posible a estos problemas, no solamente no los solucionan sino que los dificultan. Es muy lamentable no entender que una nación para funcionar como tal tiene que articular un relato en el que el mayor número posible de gente pueda identificarse y reconocerse.

¿Podría poner un ejemplo?

Poco después de ocurrir el atentado del 11-M hubo una solidaridad, empezando por la que se efectuó in situ. Hay quien ha comparado esto que, por ejemplo, no fue igual cuando las torres gemelas (11-S) en EEUU o en otros lugares. Yo lo viví en primera persona. Pasaba todos los días por delante de la estación de Atocha al Instituto de Estudios Históricos. Vi a la gente bajando de las casas con mantas y con agua para ayudar a quienes estaban sacando las camillas. No solamente ocurrió eso. Allí llegaron mensajes, manifestaciones y expresiones que lanzaban un mensaje muy claro: todos íbamos en ese tren y todos somos madrileños. Estoy hoy parece difícil de entender que fuera así, por ejemplo, en Cataluña que para algunos ya parece otro país. Y esto ocurrió.

¿Esto representa una dualidad de los españoles: ser capaces de lo mejor y a la vez de lo peor?

Es totalmente cierto, y es verdad que nos comportamos así. He escrito mucho sobre esto, siguiendo en eso las críticas y el análisis del que considero uno de mis maestros: Julio Caro Baroja, que escribió un magnifico libro, que deberían leer algunos intelectuales muy significados de este país y novelistas, sobre el carácter nacional, pero para desmontarlo. Es verdad que tendemos a comportarnos, sobre todo en los últimos tiempos, de manera bastante ciclotímica. Las mismas gentes pasan del soy español al somos una mierda, esto no tiene remedio,... Hay que equilibrarse un poquito. Ni lo uno ni lo otro. 

Hay una responsabilidad de intelectuales, escritores, estudiosos,... En este país, voces que suenan alto y que se escuchan, están en aquello que un autor definió como desfachatez intelectual. Y es verdad. Hay bastante desfachatez intelectual y hay una responsabilidad por esa parte. En el mundo de la Academia manejamos las cosas con mesura, precisión y sutileza, que cara a los medios es un poco plúmbea porque procuramos tener rigor. Pero hay otros que no, que son los que despotrican desde su intelectualidad consagrada. Y la gente se lo puede creer y lo interioriza de maneras muy perversas. Quién cree ya, con un poco de formación en temas culturales y antropológicos, en el carácter nacional. Está más que superado, pero todavía son banderas que pueden agitarse. 

¿Somos fácilmente manipulables?

Basta con ver lo que pasó después del 11-M y  la pugna por manejar -que es una palabra fuerte pero no hay otra-, unos muertos y unas víctimas, que es algo que muchas personas seríamos incapaces de hacer. Es un tema muy delicado. Yo lo trato haciendo novelas para llamar la atención de que no se haga de esa forma. Pero en ese momento, por parte de la administración, hubo un afán  porque aquello que estaba pasado desapareciera y poder pasar página cuanto antes con el espacio que se creó de las palabras. Querían que todas esas expresiones que estaban en las estaciones, incluso había obras de arte porque eran expresiones muy bellas, desaparecieran. Renfe lo iba a destruir, pero hubo un acuerdo con nuestro equipo del CSIC para que eso se guardara en el Museo del Ferrocarril, en un archivo que tenemos allí. Y luego lo que pasa 11-M tras 11-M, que van unos políticos y no otros. Es un poco penoso. Aquí hay bastante gente que tiene que reflexionar y mirárselo.

¿Es necesaria una refundación del país como apunta en su libro?

Creo justamente en esa palabra. En los capítulos finales del libro hablo de dos momentos, de la propia Guerra y el 11-M, basados en la sangres, como suele ocurrir con las fundaciones de las naciones, que son dos ocasiones en que se necesitó o casi se clamaba por una refundación. La primera se hizo en buena medida en falso porque era la de los vencedores y se basaba en una opresión evidente y dictatorial. La segunda se desaprovechó, casi diría por la mala cabeza de algunos políticos, o simplemente por esa tendencia que hay a tirarse los muertos, que a mí solo decirlo me espeluzna, pero por desgracia es un poco así. 

¿Tiene solución?

En el libro hay una panorámica desde distintos puntos de vista, que creo que es una acierto. Al final está mi voz, en el sentido profesoral, que en donde me siento más cómodo para decir ciertas cosas sobre las que vengo trabajando muchos años. Pero también hay otra aproximación polifónica, de varias voces, desde varias perspectivas. Esas voces, de vivos y muertos, cuentan la historia. Me dicen que se lee bien. Y si he conseguido que algo tan denso se lea bien es un éxito. Yo nunca me había planteado escribir novela. Como mucho me reconocía como poeta, pero ahora me empiezo a sentir cómodo como novelista. A lo mejor todo eso me lleva a esto. No es que necesariamente un novelista tenga que complicarse la vida tanto como yo, pero a lo mejor en mi caso me ayuda. Para un tema como este todo ello contribuye a que puedas tejer un relato. Es un intento modesto de tejer ese relato colectivo que se necesita. 

¿Qué reacciones ha palpado ya?

Leyendo la novela algo puede ocurrir, para bien o para mal te puedes identificar más con unas voces u otras. Casi nadie se sentirá excluido o tratado como enemigo. Y eso ya iría en la línea del relato colectivo que, desde mi punto de vista se necesita. Si no hay un relato colectivo puede peligrar en parte el futuro de nación.   A lo mejor, algunas de las cosas que hemos vivido tienen esa explicación porque no hemos sabido contar y construir un relato. Esas refundaciones de las que hablábamos, que en su momento pudieron hacerse y se desbarataron esas opciones. 

Esperemos que se pueda reconstruir, refundir o reconducir el relato de país y de nación sin que haya que esperar a otra desgracia.  Creo que hay ejemplos  de otros países que se han reconstruido con un relato que la gente abraza como suyo y se reconoce en él. Eso está aún pendiente, por desgracia.

 

«Ahora hay una especie de sobreactuación de la memoria porque nunca ha habido menos memoria que ahora»

Qué supone hacer una novela que invita a pensar en la sociedad de lo efímero y donde predominan los mensajes cambiantes, con vacíos importantes en el conocimiento de nuestra memoria más reciente?

En la nota aclaratoria de la novela hablo de estas cosas que estamos hablando y al mismo tiempo desmonto posibles etiquetajes: esto va de la guerra, del 11-M,... No. Pretende ir de más cosas, de cómo gestionar y manejar la memoria. Durante muchas generaciones no se llegaba a estudiar la historia más reciente, como mucho se finalizaba en la República. Y se sigue sin llegar con eso de que está al final. Esto es terrible. 

 Hay un declive, casi se podría decir un derrumbe, que tiene efectos muy perniciosos sobre la sociedad actual, que lo he cifrado en tres claves. Una es la pérdida de la percepción de lugar, en realidad se comparte tiempo pero ya no se comparte espacio. El territorio pasa a ser el tiempo que dedicas, pero al mismo tiempo el tiempo ya no existe porque es fugaz y lo de hoy ya no cuenta. Y todo ello tiene unos efectos demoledores sobre la verdadera memoria. Parece que hay un auge de memoria, pero es lo contrario. Es una especie de sobreactuación de la memoria porque nunca ha habido menos memoria que ahora. Al tiempo que la memoria que ligaba tiempo y lugar casi ha desaparecido. 

¿Qué efectos tiene?

Era fundamental porque te ligaba a quienes habían estado antes en un lugar. En todo caso, la memoria en las ciudades es más leve, deja menos huella. En el medio rural era muy evidente. En la novela comento, aunque ya me había referido a ello en el libro de ‘Canciones populares de la Guerra Civil’, el impacto que a mí me había producido de niño el que en casa de mis padres o abuelos se contaran cosas de la guerra. Veía que las claves de mi presente estaban en esas cosas, en esos relatos que eran de uno y otro lado, de gente que le habían pillado en el medio. Eso hay que recordarlo porque aunque haya muchas películas y relatos sobre la guerra, desde el punto de vista de la memoria de los años siguientes -que es lo que se trata en la novela-, eso lo que pienso que estaba todavía por escribir. A veces no hay que culpar a nadie, cosa se hace y responsabiliza a la ligera, en el sentido de que se dice que la Transición de aquella manera. Hay que ver de dónde se venía. La memoria de la guerra, en la generación a la que pertenezco, estaba marcada por el propio silencio general pero había todavía una memoria. Ahora qué es lo que sabe la gente si no lo han estudiado y les han contado una cosa y la otra.

¿Ha detectado que se hayan puesto voces falsas o distorsionadas en la memoria de esas víctimas de uno y otro lado?

Hay gente trabajando de manera muy distinta, independientemente de cuál sea a veces la utilización última o los fines con los que se hace. De hecho, en la novela hay un prólogo de un compañero de CSIC, Francisco Ferrándiz, que lleva algún tiempo con otros colegas trabajando en el tema de las fosas de la memoria. Ferrándiz invoca tanto la recuperación de memoria y que no queden impunes determinadas cosas. Creo que los antropólogos e historiadores que tratan estos temas, independientemente de sus militancias posibles en lo ideológico, lo hacen siempre con rigor. Pero hay mucha otra literatura al respecto.  

 Yo escribí hace poco un artículo en este sentido, que tiene bastante que ver con el libro ‘Narración y memoria’, que escribí hace tiempo, sobre la necesidad de recuperar los nombres de los desaparecidos y las víctimas. El morir en una circunstancias en las que casi desapareces o te aniquilan, independientemente de quién lo haga, es terrible porque te roban la humanidad. Te tienen que devolver el nombre para que esa humanidad se recupere. 

Otra cosa que me han señalado algunos como interesante de la novela es que están también de algún modo las voces de los verdugos. Esto no suele ocurrir y no es, además, lo políticamente correcto. Muchas veces la desaparición de otro ser humano se basa en que lo deshumanices, en cierto modo es una animalización. 

¿Cómo se puede revertir?

Eso es lo que hay que solucionar. Y creo que se está en ello. Las administraciones autonómicas están enfrentando el problema. Vamos a ver qué se hace. Es necesario rehumanizar a las víctimas. No obstante esos silencios de memoria que algunos vivimos no fueron tan perfectos, ni tan sólidos como parecía. Los relatos llevaron a las fosas, las fosas llevaron a los nombres y se está recuperando la humanidad de esa gente.