Un pueblo para dos vecinos

R. GRIS
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Aguasal es el pueblo con menos población, con 26 vecinos censados • Hay siete mujeres • Pero en realidad, solo reside un matrimonio de forma permanente y, además, viaja todos los días a Valladolid

Una imagen lamentable. Desilusión y nostalgia. Pasear por sus calles trasmite un estado de ánimo desalentador. Cualquier persona podría permanecer en la Plaza Mayor de Aguasal durante horas sin ver a nadie. Solo los ladridos lejanos de un perro atado a una pared rompen el impresionante silencio existente en la localidad. Este pequeño municipio situado al sur de Olmedo tiene el ‘honor’ de ser el más pequeño de la provincia. Únicamente tiene censadas a 26 personas, siete de ellas mujeres y, evidentemente, con una media de edad tristemente elevada.


Tradicionalmente, Simancas es conocido en Valladolid por ser el pueblo de la siete mancas, pero el día a día ha convertido a Aguasal en el municipio de las siete mujeres. Solo siete, nada más. En una breve visita a sus casas, a sus calles, se puede observar el terrible estado de semiabandono que se ha apoderado del pueblo.


Tejados levantados, casas sin puertas..., una absoluta quietud se respira entre sus calles que solo se rompe con el volar de las palomas desde la torre de la iglesia. El ladrido de un perro se vuelve protagonista con el pasar del tiempo demostrando que los años han hecho daño en el pueblo. Tanto en sus gentes como en sus tierras, que hoy se ven apagadas y solas.


A pesar de que las estadísticas dicen que 26 personas residen en el pueblo, la realidad cotidiana es bien distinta. Es otra, mucho más cruel. Esta realidad aclara que solo una casa del pueblo está habitada, que los demás vecinos están de paso. Este matrimonio tiene un negocio en Valladolid y van y vienen a diario hasta la capital. Se podría decir que el pueblo pertenece a Constantino y Mercedes, los nombres de esta pareja , que tiene el ‘honor’ de contar durante todo el invierno con el pueblo para ellos solos. Tienen la posibilidad de andar por sus calles sin ver absolutamente a nadie. Un honor que seguramente querrían evitar.


La única persona que acude a diario es un albañil que está reformando una casa. «Llevo ya un año trabajando aquí y nunca ves a nadie. Yo vivo en Olmedo, solo vengo a trabajar», afirma mientras entra de nuevo en casa para continuar con su empleo.
De nuevo, soledad. Sensación de vacío. Caminando por sus calles, aparecen dos ocas alteradas en medio de un corral. Pertenecen a unos vecinos de Olmedo que han arrendado la parcela para esos animales. Solo vienen de pasada. Atienden a las aves y se van de nuevo. Nada más.  

El alcalde del pueblo es José Nieto, tiene 74 años y recuerda el pasado con una cierta nostalgia en la mirada. «Yo fui a escuela con otros 26 niños en la década de los 40 en este pueblo». Él tampoco reside en el pueblo, está en Olmedo y acude casi a diario a su casa familiar en Aguasal. «Doy una vuelta y me voy otra vez. Aquí no hay nadie».


A las puertas de casa, deja el coche, abre la vivienda y se apoya para recordar. «La gente comenzó a irse en los 70. Aquí no había dónde trabajar y en esos años nos quedamos sin escuela». «Poco a poco, cada vez menos gente y al final...». «Ahora, vienen unos cinco matrimonios los fines de semana, pero a diario solo hay uno, solo están ellos y parte del día están en Valladolid», afirma con un sensación de vacío en la mirada.


Vivir en este municipio no es fácil. Los servicios brillan por su ausencia. No hay bares, no hay forma de comprar el pan, la fruta, la carne o el pescado. No hay tiendas, casi se podría decir que no hay nada. La pregunta que cualquiera se podría hacer andando por sus calles es simple: ¿Qué le deparará el futuro a pueblos como Agusal? La respuesta, aunque triste, parece clara.