Antonio Machado: La huella eterna

César Combarros (Ical)
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Leonor y Guiomar, Soria y Segovia, fueron santo y seña en la vida y poética de Antonio Machado, uno de los que mejor reflejó el espíritu castellano

Foto de Segundo; Fotografía de Antonio Machado y Leonor con su traje de boda. - Foto: Ical

«Soy hombre extraordinariamente sensible al lugar en el que vivo. La geografía, las tradiciones, las costumbres de las poblaciones por donde paso, me impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu. En 1907 fui destinado como catedrático a Soria, un lugar rico en tradiciones poéticas. Allí nace el Duero, que tanto papel juega en nuestra historia. Allí, entre San Esteban de Gormaz y Medinaceli, se produjo el monumento literario del Poema del Cid. Por si ello fuera poco, guardo de allí recuerdo de un breve matrimonio con una mujer a la que adoré con pasión y que la muerte me arrebató al poco tiempo. Y viví y sentí aquel ambiente con toda intensidad».

Las palabras de Antonio Machado a ‘La Voz de España’ en 1930 resuenan aún hoy con contundencia, subrayando la influencia que las tierras sorianas tuvieron en uno de los escritores más importantes que han dado las letras castellanas en toda la historia. Los cinco años que vivió en Soria y los trece que residió en Segovia convirtieron a Machado en uno de los narradores que mejor supieron reflejar el carácter, el paisaje y el paisanaje de esta tierra.

«Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura el limonero; / mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; / mi historia, algunos casos que recordar no quiero», escribía en ‘Retrato’, el poema que inaugura su obra magna, ‘Campos de Castilla’, que vio la luz en la primavera de 1912. Nacido en pleno verano de 1875 en el Palacio de las Dueñas de Sevilla (alquilado por aquel entonces a familias modestas), sus padres emigraron a Madrid cuando surgió una vacante en la Universidad Central. Allí, el joven disfrutó de una vida más o menos bohemia hasta que a los 29 años falleció su abuela paterna, que «desde la muerte del padre y el abuelo del poeta era el único sostén de la familia», según detalla el hispanista Geoffrey Ribbans.

Discípulo de Giner de los Ríos y de Cossío, a punto de alcanzar la treintena decidió opositar como maestro de Secundaria, en un proceso para el que se examinó el 1 de agosto de 1905 y que tardó veinte meses en cerrarse. 125 candidatos optaban a siete plazas y, según el investigador Heliodoro Carpintero, el poeta consiguió el sexto puesto cuando sólo quedaban dos opciones: Soria y Orense.

El 17 de abril de 1907 le nombran oficialmente catedrático de Lengua Francesa por oposición en Soria, cargo del que toma posesión el 1 de mayo. Aquella fugaz estancia duró apenas cinco días, y el 22 de septiembre llegó para asentarse definitivamente a orillas del Duero.

La llegada a Soria. Tras once horas de viaje, en la línea férrea Madrid-Zaragoza y la conexión diaria Torralba-Soria, Machado pisó la Estación de San Francisco, hoy desaparecida, sin ser consciente de que su estancia soriana cambiaría su vida para siempre. Allí comenzó a impartir clase de Francés a siete alumnos de primer grado y otros nueve de segundo, con edades entre los 12 y 14 años a cambio de un sueldo de 3.000 pesetas anuales.

Su carácter reservado no le impidió trabar una entrañable amistad con José María Palacio Girón, funcionario de Montes y redactor del periódico local ‘Tierra Soriana’, donde publicaría poemas como ‘Los sueños malos’ y ‘Sol de invierno’. Su vinculación con la prensa de la provincia se extendería después a ‘La Prensa Soriana’, ‘El Porvenir Castellano’ y ‘La Voz de Soria’.

A finales de año llegaría a las librerías españolas ‘Soledades, galerías. Otros poemas’, donde incluyó in extremis el poema ‘Orillas del Duero’, dedicado a su nuevo destino.

A finales de diciembre, el casero del poeta se muda, y todos los huéspedes del hostal se trasladan a otro, adonde se acababa de mudar la cuñada de Isidoro, Isabel Cuevas, junto a su marido Ceferino, un guardia civil retirado. Ellos eran los padres de una niña de trece años llamada Leonor Izquierdo, que despertaría la llama del amor en Machado.

Poco a poco estrechan lazos y la joven (prima carnal de la mujer de su amigo Palacio) se convierte en la musa del poeta, que le dedicará poemas como ‘Soñé que tú me llevabas’, publicado tiempo después en ‘Campos de Castilla’.

En nombre de la madre del novio, Zunón pide la mano de la chica y la pareja consuma su matrimonio el 30 de julio de 1909 en la Iglesia de La Mayor, provocando algún incidente a la salida del templo y en la estación de tren (camino de Zaragoza), al increparles algunos jóvenes del pueblo por la diferencia de edad de los contrayentes.

Tras pasar el verano en Fuenterrabía, regresan a Soria para el comienzo del curso y en el otoño de 1910 una excursión por la Laguna Negra, visitando Cidones, Vinuesa, Covaleda y Salduero, le inspirará el romance ‘La tierra de Alvargonzález’.

La estancia soriana se verá interrumpida unos meses después, ya que la Junta de Estudios le concede una pensión en París, adonde el matrimonio se desplaza a mediados de enero de 1911 para encontrarse con el fatal destino que allí aguarda a la muchacha.

El 14 de julio, mientras Francia conmemora la toma de la Bastilla, Leonor sufre un vómito de sangre y es ingresada en la Clínica Saint Denis, aquejada de la enfermedad más mortífera del momento: la tuberculosis. Allí permanece mes y medio pero el 16 de septiembre regresan a Soria.

La agonía del amor. En los meses siguientes, los tradicionales paseos que Machado y su amada realizaban antaño entre las márgenes del río, de San Polo a San Saturio, se oscurecen. Hasta el final de sus días Machado confió en la recuperación de su amada, como relataba en el estremecedor ‘A un olmo seco’.

El 1 de agosto fallece Leonor y el funeral se oficia en la misma iglesia donde, tres años atrás, se casaron. «Mi niña quedó tranquila, / dolido mi corazón. ¡Ay, lo que la muerte ha roto / era un hilo entre los dos!», escribía en ‘Una noche de verano’.

El 15 de octubre de 1912 Machado cesa como catedrático en el Instituto de Soria por traslado a Baeza (Jaen), donde tomaría posesión de su nuevo cargo el 1 de noviembre.

Por tierras de Segovia. Tras una estancia de siete años en Baeza, el 30 de octubre de 1919 se publica la Orden que recoge su traslado al Instituto General y Técnico de Segovia (hoy IES Mariano Quintanilla), frente a los primeros arcos del Acueducto. El 27 de noviembre ‘La Tierra de Segovia’ anunciaba contundente su llegada: «El poeta de Castilla vuelve a Castilla».
Con 44 años y una trayectoria absolutamente consolidada, arribaba a una ciudad que, «con sus arcos de piedra, guarda las vértebras de Roma». Los investigadores achacan la elección de este municipio a su cercanía con Madrid (a 101 kilómetros en tren), que le permitía alternar sus días entre ambas ciudades: «Desde 1919 paso la mitad del tiempo en Segovia y en Madrid la otra mitad, aproximadamente», escribía en 1928 en ‘Vida’, dentro del volumen que reúne su prosa completa.

Una vez allí, tras una breve estancia en el Hotel Victoria, se instala en la casa de huéspedes de Luisa Torrego, donde comparte estancia con modestos funcionarios, cerca de la Plaza de San Esteban. Allí se ubica en la actualidad la Casa-Museo de Antonio Machado, un edificio preservado maravillosamente gracias a la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, que permite a los visitantes viajar en el tiempo hasta los días que el poeta vivió allí.

En esos años se involucra en las tertulias y reuniones de intelectuales y, por las tardes, después de comer, nunca fallaba para tomar café con un grupo de amigos en el taller del ceramista Fernando Arranz, instalado en una vieja iglesia románica abandonada, la capilla de San Gregorio, hoy desaparecida.

En el monótono vivir provinciano de Segovia, entre sus frecuentes escapadas a Madrid para visitar a su madre Ana y sus hermanos Joaquín y José, Machado alcanzó el sosiego. Allí, su firma se dejó ver en ‘El Adelantado de Segovia’, ‘ Heraldo Segoviano’ y ‘La Tierra de Segovia’, y estimuló la revista ‘Manantial’ (1928-1929), órgano de expresión de la tertulia poética del Café La Unión.
En sus años en Segovia se va apartando de su devoción poética para centrarse en el teatro, el ensayo y las colaboraciones en prensa.

A comienzos del año siguiente llegaría a la ciudad Pilar de Valderrama, una mujer de clase burguesa, acomodada y culta, madre de tres hijos y con dos libros publicados. El poeta y Pilar de Valderrama se conocieron el 2 de junio en el hall del Hotel Comercio de Segovia, y al día siguiente cenarían juntos y darían un paseo imborrable para él hasta los jardines del Alcázar. Hasta el estallido de la guerra esa mujer casada, idealizada como Guiomar al estilo de la Dulcinea de ‘El Quijote’, se convertiría en el amor platónico de Machado, aunque la mayoría de encuentros posteriores entre ambos se producirían en Madrid.