«Había unos quinquis en Avilés que ya decían: 'Han sido los moritos'»

María Albilla
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Eslabón necesario. El periodista narra a través de la historia de Gabriel Montoya, el único menor condenado por el 11-M, cómo este joven marginal se implicó en el atentado más brutal cometido en Europa

 
De cómo un joven pasa de fumar porros y trapichear con drogas en la localidad asturiana de Avilés a ser un cooperador necesario en el atentado terrorista más brutal que ha sufrido Europa sabe mucho el periodista Manuel Jabois. El informador ha puesto negro sobre blanco en Nos vemos en esta vida o en la otra (Planeta), la historia de Gabriel Montoya, el apodado por la prensa como El Gitanillo, un delincuente común que terminó ayudando, sin saberlo, a cometer 191 asesinatos al transportar los explosivos utilizados para volar los trenes aquella fatídica mañana de 11 de marzo de 2004.
Montoya, Baby, ha tardado muchos años en contar su versión, al margen del juicio en el que fue el primer condenado. Siempre evitó a la prensa después de cumplir su pena, pero un día decidió que había llegado el momento. «Nunca le pregunté por qué hablaba ahora. Supongo que cambiar de ciudad, irse a vivir a otro sitio, le daba la distancia necesaria», explica Jabois, pero reconoce que siempre temió que se levantara de la mesa y abandonara el diálogo. 
El periodista gallego incide en que a él le interesaba qué había detrás de aquel delincuente común, cuál era la historia del chaval de 15 años que se mete en un atentado de este tamaño. Agrega una y otra vez que no entra en juicios porque eso ya lo hicieron los tribunales, «y yo confío en la investigación». 
Condenado a seis años de internamiento y cinco de libertad vigilada, en julio de 2014 el cooperador necesario de este atentado volvió a respirar en libertad. «Creo que sí está rehabilitado. Desde que salió del centro de menores no ha tenido ninguna implicación delictiva, ha estado trabajando en empleos precarios, saltando de uno a otro y viviendo de sueldos muy jodidos... Ahora, lo que pase el día de mañana, tampoco lo sé. Yo le he tratado como fuente, no como amigo», concreta.
Quizá la peor condena para Montoya no hayan sido los años de privación de libertad, sino la carga que le va a acompañar a lo largo de su vida. ¿Cómo se le cuenta, por ejemplo, a tu nueva pareja que transportaste los explosivos para el 11-M? Esta es una de las situaciones que el joven le desgrana a Jabois. «Creo que para él, empezar una vida de cero no va a ser posible jamás», explica el periodista.
Rehabilitado. ¿Y arrepentido? Jabois es más que claro: «Jamás hubiera accedido a hacer este libro si me hubiera sentido utilizado como portavoz oficial del arrepentimiento de uno de los condenados por los atentados del 11-M, que él se presentara como víctima del sistema o de las malas compañías o que dijera que se vio metido sin querer en una trama de este calibre». Y no, Montoya no rehuye su responsabilidad. «Cuando piensa en qué pasaría si supiera que la dinamita era para atentar en Madrid, «recalca que volvería a hacer los mismo. Me parece suficientemente incómodo como para saber que él no está haciendo una operación de blanqueo del criminal», zanja el escritor.
«Me arrepiento de lo que pasó, no de lo que hice». Esta es la conclusión de El Gitanillo más de una década después. Entonces le pagaron 200 euros y un coche robado por el transporte de la dinamita desde mina Conchita hasta la capital. Poco valor el de tantas almas. «Es la vida del quinqui». Jamás pensó en qué se iban a usar, pese a que podría imaginar que no iban a ser para robar joyerías.
La trama de Avilés fue clave para la consecución del 11-M, pero Jabois aclara que no imprescindible, pues sin ellos se hubiera perpetrado igualmente el ataque. «La idea de hacer el mayor daño posible estaba en la mente de los islamistas. Hubieran conseguido la dinamita en cualquier otra parte».
Desde un punto de vista más analítico, Jabois cuenta que, en algún momento, «la historia de Montoya me ha parecido de ópera bufa», pero una de las cosas que más le impactó fue la de saber de primera mano que a las nueve de la mañana de aquel día había dos quinquis de 15 y 17 años y vida infame en Avilés que ya decían que habían sido «los moritos», mientras el presidente del Gobierno llamaba a la prensa para anunciar que había sido ETA».
No hay moralejas para este relato. Ni para el de Baby, ni para el de España. «Después de 192 muertos nadie supo ponerse de acuerdo. Respondió a las expectativas», recalca irónico Jabois, que cree que se volvió a caer en el guerracivilismo de siempre.