El origen de la cura de enfermedades

Óscar Fraile
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El Instituto de Biología y Genética Molecular trabaja desde hace 18 años en el inicio de la investigación de tratamientos que a largo plazo se puedan aplicar en pacientes

El gesto se repite a diario en todo el mundo. Una visita al botiquín doméstico, una aspirina y fin al dolor de cabeza. Pero pocos se paran a reflexionar que detrás de esa comodidad, de ese pequeño comprimido, hay décadas de investigación. El francés Charles Frédéric Gerhardt fue el primero que logró sintetizar el ácido acetilsalicílico en 1853, pero no fue hasta finales de ese siglo cuando el alemán Felix Hoffmann consiguiera mejorar el invento hasta poder empezar a comercializarlo como analgésico en 1899.


Pues bien, el trabajo del Instituto de Biología y Genética Molecular (IBGM), situado en la calle Sanz y Forés, consiste en dar los primeros pasos de las investigaciones que después derivan en la cura de enfermedades. Se trata de un centro mixto creado en 1998 que depende del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la Universidad de Valladolid (UVa).


El IBGM tiene tres líneas básicas de trabajo. La primera, sobre fisiología celular y molecular, que se centra en procesos fisiopatológicos que implican movimientos de iones (calcio, potasio, etcétera). La segunda, sobre la inmunidad innata e inflamación, donde se abordan enfermedades cardiovasculares, la diabetes y la obesidad, entre otras. La tercera línea es la genética molecular de la enfermedad, que abarca un mayor tipo de actividad. Por ejemplo, el alzheimer, el parkinson, el cáncer y el cribado neonatal, que determina si los niños tienen problemas metabólicos. Precisamente, este instituto está ubicado junto al Hospital Clínico Universitario para facilitar la colaboración entre ambas instituciones.


Eso sí, hay que tener en cuenta que en el IBGM se trabaja en un nivel inicial de las investigaciones, hasta el punto de que algunos de los planteamientos se hacen a 20 o 30 años vista. Y sin ninguna garantía de resultados. Así es la investigación. Pese a las grandes inversiones que precisa, puede que al final todo el trabajo no salga del laboratorio. «Muchas de las cosas que se hacen ahora igual no tienen aplicación práctica», asegura el director del IBGM, Jesús Balsinde, quien recuerda las palabras del premio Nobel de Fiosiología y Medicina Bernardo Houssay: «Para aplicar la ciencia primero tienes que hacer ciencia».


Antes de que un fármaco llegue a un enfermo tiene que pasar por un largo proceso. Lo primero es probar en el laboratorio con las células de diferentes partes del cuerpo que cultivan en el propio IBGM. Si ese trabajo es satisfactorio, se pasa a la prueba con animales, un aspecto que también trabajan en este instituto. «Se puede hacer con ratones, conejos o el animal que corresponda, para asegurarse de que la droga no es tóxica, que tiene los efectos esperados y que se tolera bien», añade. La mayoría de los fármacos se queda en esta fase, pero unos pocos logran llegar a los ensayos clínicos con humanos. Se pueden desechar, por ejemplo, por tener unos efectos secundarios con los que no se contaba. Si los ensayos son satisfactorios, el fármaco comienza a comercializarse. Un proceso que se resume en pocas líneas, pero que esconde años y años de trabajo.

 

Actualmente trabajan en este centro unas 110 personas, de las que poco más de 30 son investigadores y en torno a 20 personal de administración (gestión de cuentas, técnicos de laboratorio, personal del animalario, etcétera). Antes de que empezara la crisis la plantilla superaba los 150 empleados. Además, también hay becarios, dado que este centro pertenece a la UVa y la formación es una de sus obligaciones. «Este centro imparte un máster y un curso de doctorado, del que todos los miembros del IBGM somos profesores», explica Balsinde. Además, muchos de los investigadores también son profesores de la Facultad de Medicina y el centro organiza regularmente jornadas de puertas abiertas para institutos de Enseñanza Secundaria, Bachillerato y Ciclos Formativos.


Desde el año 2005 el IBGM ocupa unas instalaciones en la calle Sanz y Forés que tienen una superficie de 3.200 metros cuadrados distribuidos en tres plantas y 23 laboratorios. Antes de esa fecha estaba situado en la cuarta y quinta planta de la Facultad de Medicina, donde hoy en día todavía tiene alguna actividad.


Balsinde lleva cerca de seis años al frente de este instituto y su balance en este periodo es bueno, aunque reconoce que los recortes han evitado que se pudieran hacer muchas más cosas. «Hemos estado haciendo maravillas», dice. Su objetivo es seguir haciéndolas, pero, si puede ser, con unos recursos adecuados a la importancia de la labor que desarrollan estos profesionales.