El quirófano de la arqueología

C.V.G.
-

Los objetos 'enfermos' llegan al laboratorio del Museo de Palencia para ser sometidos a una restauración 'curativa'

Carmelo Fernández Ibáñez. - Foto: Bragimo/ICAL

Entrar en el laboratorio de restauración del Museo Arqueológico de Palencia es adentrarse en un mundo donde ni el tiempo ni el valor material de los objetos tienen sentido. En las estancias que lo conforman sólo tienen cabida el interés por descubrir y conservar los restos del pasado, mucha curiosidad por conocer la información que albergan y la paciencia necesaria para sacar a la luz el tesoro que esconde cada pieza.
 
Nada más traspasar la puerta un cartel avisa: «Que el valor relativo de los objetos restaurados no influya en ti». La pregunta obligada: ¿cuál es la pieza de mayor valor restaurada en el Museo? ni se formula. Ni esa ni otras muchas.
 
 El laboratorio es casi una casa de los ingenios: máquinas ‘prestadas’ de otras profesiones, experimentos en curso e, incluso, un ‘aparato maravilloso’, nombre con el que su inventor, el restaurador del Museo, Carmelo Fernández Ibáñez, llama a una máquina todavía en pruebas y que de funcionar supondrá toda una revolución en la restauración del hierro arqueológico porque detendrá su infrenable deterioro.
 
Carmelo Fernández empieza a explicar que lo más importante de un objeto es la materia y que cuando llega al museo, normalmente procedente de una excavación arqueológica pero también de hallazgos en obras, está «enferma porque el objeto ha sido fabricado hace cientos o quizás miles de años y ha sufrido una alternación, un cambio que ha hecho que deje de ser el que se fabricó». Compara el laboratorio con una clínica y como responsable de una de ellas, lo primero que hace es abrir una ficha con características, datos, fotografías y cualquier anotación que aporte información que lleve a su ‘curación’. No hay plazos, cada objeto requiere su tiempo; puede ser tres días para un gran capitel o años para una diminuta moneda.
 
Pulsera del siglo I AC. Inquieto y curioso, y muy apasionado por su trabajo Carmelo Fernández interrumpe su elocución. Sus ojos se dirigen a los fragmentos de una pulsera del siglo I AC encontrada durante las obras del colegio de las Filipenses de la capital. Las preguntas sobre su estado o valor no tienen sentido porque el hallazgo verdaderamente sorprendente no es tanto la pulsera como el descubrimiento de una laña con la enigmática inscripción ‘Good until 1948’. La pieza, explica mostrando todavía asombro, fue reparada en la década de los 40 con estaño y sellada con una laña que parece proceder de alguna pieza de la Fábrica de Armas de Palencia, lo que daría sentido a que aparezca grabada una fecha de caducidad en inglés.
 
El restaurador retoma su exposición y añade que las piezas pueden llegar a sus manos bien porque su estado de deterioro requiera una actuación inmediata bien porque se prepare una exposición y formen parte de ella.
 
Junto a la recuperación y conservación, su otro objetivo es extraer la información que esconde cada objeto y que aporta conocimiento sobre las costumbres, usos y formas de vida de las culturas antiguas. Recuerda que una de las labores de los museos es, precisamente, difundir esa información.
 
Como médico de su clínica, Carmelo Fernández ejerce una ‘restauración curativa’ que requiere tratamientos químicos y físicos. Trata todo tipo de material arqueológico: oro, plata, hierro, cobre y diferentes aleaciones de metales, cerámica, cerámica vidriada, vidrio, hueso, marfil de distintos animales, concha, madera, pintura mural... que requiere un exhaustivo conocimiento de la composición de cada uno de ellos, de su fabricación y sus posibles alteraciones.
 
Para el tratado de las piezas arqueológicas se utilizan muy diversas y variadas herramientas, pero el más singular es el que él llama el ‘maravilloso’. Es fruto de años y años de trabajo y de su empeño, casi obsesión, por tratar de frenar el imparable deterioro al que se ve sometido el hierro arqueológico una vez se extrae del medio en el que está depositado (tierra o agua) y que provoca la pérdida de piezas de gran valor patrimonial. Su inventor explica que ya ha hecho pruebas con piezas pequeñas con excelentes resultados y cruza los dedos para que los ensayos con objetos de mayor tamaño arrojen idénticos resultados.
 
El Museo Arqueológico de Palencia recupera y restaura al año unas 6.000 piezas. Todos los Museos provinciales de Castilla y León cuentan con un restaurador en plantilla que trabajan con objetos y piezas procedentes de excavaciones y hallazgos dentro de su territorio provincial.