El gran golpe del Grupo VIII

Alfonso G. Mozo
-

Los nueve agentes del grupo de Menudeo de la Brigada de Policía Judicial de Valladolid vigilaron durante más de cinco meses, hasta 15 horas al día, a Salvador R.L.

Cinco de los nueve miembros del Grupo VIII de la Brigada de Policía Judicial de la Comisaría Provincial de Valladolid posan para ‘El Día de Valladolid’, preservando su identidad y su imagen. - Foto: J. Tajes

Miércoles 21 de mayo. Once de la mañana. Los agentes del Grupo VIII de la Brigada de Policía Judicial de la Comisaría Provincial de Valladolid están apostados en el entorno de la calle Alta, una vía de aceras estrechas y un solo carril que une la carretera de Villabáñez con los llamados ‘Pajarillos altos’. Vigilan la casa del ‘Negro’, nuevo líder del clan de los Monchines y cabecilla de una incipiente red de venta de heroína que, en esos días, aspiraba a volver a controlar el mercado vallisoletano como hizo su familia en los 90 a través de la red de chalés interconectados del Poblado de La Esperanza. Este equipo de policías llevaba ya algo más de cinco meses siguiendo los pasos de Salvador, con ‘tronchas’ (vigilancias), como lo llaman ellos, de hasta quince horas diarias.


Fue a principios de este año cuando empezaron a llegar a oídos de estos investigadores «noticias» que decían que el ‘Negro’ estaba «volviendo a funcionar en el tema de la heroína» y que el que era ya el nuevo líder de los Monchines (su hermano mayor, ‘Monchín’, había muerto de cáncer y ‘Maruja’ seguía todavía en prisión) «estaba intentando captar gente, gente de confianza en distintas partes de la ciudad para tratar de establecer una estructura de venta parecida a la que hubo en el antiguo Poblado de La Esperanza, pero en lugar de concentrada en una única zona, deslocalizada, es decir, repartida por distintos puntos de la ciudad». Salvador R.L. llevaba poco más de un año en libertad condicional de su condena a 14 años de cárcel. «Él conseguía la droga y buscaba a gente dispuesta a venderla».


Habla el jefe del Grupo VIII. Habla el inspector responsable de la Operación Cholo. Habla el líder de un equipo de policías que llegó a vigilar hasta «quince horas al día» los movimientos de esta familia a fin de evitar que toda la droga de Valladolid volviese a pasar por sus manos.

Arresto del ‘Negro’, el pasado 21 de mayo, en su casa de la calle Alta. Arresto del ‘Negro’, el pasado 21 de mayo, en su casa de la calle Alta. - Foto: J. Tajes


Los Monchines, con ‘Negro’ a la cabeza y con su hijo Salvador (‘Caín’) de mano derecha, habían decidido captar al grueso de los consumidores de heroína que se desplazan cada día a Salamanca y Zamora a comprar su dosis. «En Valladolid siempre ha habido una sensibilidad especial con el tema de la heroína, por lo que se movía en su momento en el Poblado de La Esperanza y aquí se ha luchado mucho, policialmente, contra ello. En cuanto sabemos de un punto de venta, atacamos e intentamos que no vuelva a enquistarse, ya que la heroína genera una gran delincuencia», tal y como explica este joven, pero experimentado inspector desde el anonimato al que le obliga su profesión.

Un gran poblado. La base del plan del ‘Negro’ era algo así como convertir Valladolid en un gran Poblado de La Esperanza, con diversos puntos de venta capaces de estar ‘abiertos’ a todas horas, aunque alejados de las personas que realmente distribuían, ellos, los Monchines. Lo querían hacer a través de una red de camellos que ya había establecido un par de puntos de venta en pisos de La Rondilla; a partir de ahí, querían controlar toda la heroína (era su droga ‘estrella’) de Valladolid. El objetivo del Grupo VIII era acabar con esta incipiente estructura establecida por ‘Negro’ y que aún tenía en su casa de la calle Alta su base de operaciones, en una vía de muy difícil vigilancia. «La calle es muy estrecha, muy complicada, sin apenas tránsito y en la que ellos ejercen un control absoluto, sobre vecinos y sobre cualquier vehículo que pasa por allí; ellos te miran, te tantean... Resulta muy complicado, pero conseguimos hacerlo», recuerda el responsable de la Operación Cholo.


Y el golpe policial llegó en la mañana del día 21 de mayo en el barrio de Pajarillos. El Grupo VIII iniciaba un operativo que, horas más tarde, acabaría con el arresto del presunto traficante, toda su familia y varios de sus ‘machacas’.

La entrega la hizo ‘Negro’. «Buscábamos un movimiento del ‘Negro’ y coincide que ese día que íbamos a desarrollar el operativo, observamos cómo acude uno de sus correos, ‘Robocop’, con el coche familiar y con parte de la familia. Y después de hacer movimientos extraños alrededor de la casa, ya vemos cómo le entregan algo que parece una cantidad de droga y cómo aparece un taxi a recogerle. Él va en taxi para evitar que algún policía le pare porque no sería muy habitual parar a un taxi, pero le seguimos y le identificamos en la puerta de casa; le encontramos la droga (65 gramos de heroína) escondida donde vimos que se lo había metido: en la ropa interior. Habíamos visto cómo la entrega la había hecho el ‘Negro’. Era una prueba incontestable y decidimos intervenir».


Comenzaba la última fase de la Operación Cholo, el golpe que acabaría con la reorganización de los Monchines tras el paso por la cárcel de su vieja cúpula y tras el fallecimiento por enfermedad del antiguo cabecilla, Miguel. Volvían a caer los Monchines. Y no era un golpe cualquiera. Era histórico. La Policía, por primera vez, había presenciado un pase de droga de un cabecilla de la mítica banda. Era el último golpe al clan de los clanes de Valladolid. Era el gran golpe del Grupo VIII.


«Fue un trabajo muy duro de muchas horas, de paciencia, de ver, de vigilar, de hacer nuestras investigaciones y, al final, pues también tener un pequeño golpe de suerte que es el que hace que muchas veces las cosas salgan bien del todo», enfatiza.

Los Monchines: ‘prestigio’. Se acababa con algo más que un grupo de narcotraficantes. «Es una familia que tiene un peso en el mundo delincuencial de esta ciudad, lo ha tenido siempre y se usa en muchos ámbitos. Trabajar para ellos da ‘prestigio’. Los que pueden decir que están con ellos lo utilizar para coacciones o para ganarte un respeto dentro de este mundillo. Solo con decir que eres del clan o que eres ‘amigo de’, pues ya te sirve para que el resto de los delincuentes te tengan un respeto especial», apunta este inspector.


Los vendedores y ‘muleros’ que había ido aglutinando ‘Negro’ con la ayuda de ‘Caín’ provenían del mundo delincuencial y eran, además consumidores. Por ello, se conformaban con muy poco. Con poder decir que están con los Monchines y poco más. «Eran personas que se quedaban una pequeña cantidad para consumir ellos y con muy poco margen del dinero; el grueso de lo recaudado iba para ‘Negro’. Ellos cobraban tan poco que varios de ellos seguían cometiendo pequeños hurtos y robos en supermercados. Vendían para sobrevivir, para pasar su día a día, para pagar el alquiler y, sobre todo, para sustentar su consumo», explica el jefe del Grupo VIII de la Brigada de Policía Judicial.


«Es sin duda la operación más importante que ha hecho este grupo en estos últimos dos años, pero más que de cara a la Policía, es de cara al ciudadano. Porque lo que se ha conseguido con esta intervención policial es evitar que se cree una gran infraestructura de venta de heroína en la ciudad, con la enorme problemática que lleva la droga, directa e indirecta, por la delincuencia que genera. Por eso, ya no es tanto la cantidad de droga intervenida, ni siquiera el número de personas detenidas, sino que la importancia radica en el proyecto que pretendían hacer y que se ha cortado de raíz».


Lo dice el jefe del Grupo VIII, el de Menudeo, como se le conoce en la Comisaría de Las Delicias. Este inspector lleva ya dos años y medio al frente de un equipo encargado de evitar que funcionen los puntos de venta al menudeo. «Es un trabajo que, a veces, es muy difícil de explicar al ciudadano», tal y como apunta este inspector vallisoletano fajado en Madrid, en investigaciones de corrupción y delincuencia económica como la Operación Malaya.


Ahora lidera un grupo que se encarga de ‘clausurar’ los puntos de venta de droga de Valladolid. Lo del Grupo VIII no son tanto las grandes incautaciones de droga, sino demostrar que las personas investigadas venden decenas de dosis a diario a toxicómanos que vagan por parques y plazas sin más rumbo que su papelina. Y eso genera una «problemática» que este equipo trata de abortar y que está acabando con un «altísimo porcentaje de condenas».


«Por la crisis económica, hay menos droga en circulación, pero también por esa crisis hay más gente que vende. Delincuentes y personas que no encuentran otro medio de vida y que aprovechan la rentabilidad que les reporta la venta de droga. Y esto es mucho más visible para el ciudadano, que tiene la percepción de que hay más venta de droga, cuando la cantidad no es tan elevada», tal y como explica este policía, que enfatiza la «importancia» de la lucha contra el menudeo.

El grupo VIII. Este inspector de Policía es el alma máter de un grupo de nueve investigadores que no saben de horarios ni de turnos. En su oficina conviven placas, pistolas y walkis con tres o cuatro ordenadores, las fotos de todas sus operaciones del año, alguna de ciertos delincuentes ya detenidos por ellos y carteles con mensajes motivadores. Son un equipo cuyos vínculos van más allá del trabajo contra el tráfico de drogas. Hasta entrenan cada lunes varias técnicas de defensa personal en el propio gimnasio de la Comisaría de Las Delicias (en donde posan, pero sin desvelar su rostro, para El Día de Valladolid). «Conocer esas técnicas de defensa personal es fundamental para nuestro trabajo, pues, a veces, hay que ir al cuerpo a cuerpo con unas personas que no tienen nada que perder y que te pueden atacar lo mismo con una jeringa que con una pistola». Son el Grupo VIII. Son los policías que dieron el último golpe al clan. El gran golpe.