El árbol de Valladolid

César Combarros (Ical)
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A través de sus personajes, rurales y urbanos, el escritor y periodista Miguel Delibes alumbró como nadie el carácter y la personalidad del hombre castellano

El escritor Miguel Delibes en la puerta de su estudio en la localidad burgalesa de Sedano en una imagen de archivo. - Foto: Ical

«Soy como un árbol, que crece donde lo plantan”. La frase es de Miguel Delibes y preside la placa en bajorrelieve de Belén González instalada en el portal del número 12 de la Acera de Recoletos de Valladolid, donde el inolvidable autor de ‘El camino’ vio la luz el 17 de octubre de 1920. «Quisieron los hados que yo naciera frente al Campo Grande -el parque de mi ciudad-, seguramente porque desde que abrí los ojos necesité amplios espacios para respirar», recalcaba él mismo el 19 de abril de 1993, al recoger la Medalla de Oro de la Provincia.

El agradecimiento y la ‘deuda’ contraída con la ciudad que le vio nacer fue un tema recurrente en los discursos que pronunció cada vez que recibía un homenaje, como al ser nombrado Hijo Predilecto de Valladolid en septiembre de 1986, cuando explicaba los vínculos subterráneos que le unirían a su ciudad hasta la muerte: «A mí me nacieron aquí, en la vallisoletana Acera de Recoletos, y aquí arraigué en poco tiempo tan profundamente que, ya de niño, trasladarme otro lugar hubiera comportado un desgarramiento, el dolor y los riesgos que lleva consigo todo trasplante». Como contaba él mismo en la serie documental ‘Esta es mi tierra’ (Adolfo Dufour, 1987 para TVE), «en rigor mi tierra es Castilla, donde discurren todas mis novelas, y su visión no es precisamente optimista».

La saga Delibes había llegado a España de la mano del abuelo de Miguel, Frédéric Pierre Delibes Roux, un ingeniero francés que vino para construir el ferrocarril del norte, entre Reinosa y Santander. «En el pueblito de Molledo Portolín, las dificultades que encontraron los obreros al abrir el túnel en la montaña le obligaron a prolongar la estancia. En este pueblo conoció a mi abuela (Saturnina) y se casó con ella. Durante toda mi infancia pasé mis vacaciones en Molledo Portolín y es el escenario de mi novela ‘El camino’, desgranaba el autor en ‘Miguel Delibes à Paris’, publicado en ‘Les Lettres Françaises’, en 1979.

Ya en Valladolid, el abuelo paterno de Delibes instaló un negocio de carpintería mecánica. Su padre, Adolfo, consiguió la cátedra en Derecho Mercantil que ejercía en la Escuela de Comercio y en Valladolid conoció a una joven burgalesa llamada María Setién, con quien tendría ocho hijos.
«Tuve una infancia normal, dentro de lo que cabe. Quiero decir que formé parte de una familia numerosa y relativamente estable, y he dicho ‘en lo que cabe’ porque, en realidad, viví una infancia muy alegre en un aspecto, pero con accesos de melancolía más o menos acentuados», detallaba el escritor entrevistado en los 80 para ‘Autores españoles contemporáneos’.

Tras realizar un curso de modelado y dibujo («a mí me gustaba el dibujo, e incuso me hubiera agradado dedicarme a él», le confesaba a César Alonso de los Ríos en el libro que recoge las jugosas conversaciones que mantuvieron en Sedano, el refugio del escritor en las tierras burgalesas de La Lora), el estallido de la guerra civil le sorprendió con quince años e impidió en 1936 su acceso a la Escuela de Comercio. Tras dos años de contienda decidió alistarse en la Marina. Fruto de su experiencia en el crucero Canarias cobraría vida Gervasio García de la Lastra, protagonista de ‘377A, madera de héroe’.

«Cuando acaba la guerra, me encuentro con un padre de cerca de 70 años, ocho hermanos por colocar, el bachiller terminado, tres años de peritaje mercantil y una idea muy difusa sobre lo que quería ser. Exigencias económicas me llevaron a estudiar Derecho y Comercio», decía a Alonso de los Ríos.

Una exposición de caricaturas le abrió en octubre de 1941 las puertas del diario ‘El Norte de Castilla’ como dibujante, donde recibía veinte duros al mes, y entre tanto consiguió una oposición para trabajar en el Banco Castellano, donde trabajó durante medio año.

Las presiones políticas que acabaron con Francisco de Cossío como director de ‘El Norte de Castilla’ motivaron el despido de dos redactores en 1943, y Delibes fue llamado para sustituir a uno de ellos. De esa forma accedería al periódico (donde aprendió a «observar y sintetizar») como redactor, y que desde 1945 simultaneó con su cátedra en la Escuela de Comercio de Valladolid. «En 1958 fui nombrado director interino y, dos años más tarde, director-director», reflexionaba.

El equilibrio. Anteriormente, la estabilidad profesional permitió que el 23 de abril de 1946 se casara con Ángeles, su novia y su «equilibrio» desde finales de los años 30, a quien había conocido en uno de sus permisos como militar. Los años que compartieron de noviazgo, cuando Delibes contaba con apenas veinte años en plena posguerra, él recorría en bicicleta los cerca de cien kilómetros que separaban el pueblo cántabro de Molledo, donde veraneaba con sus padres, del burgalés Sedano, donde la mujer de su vida pasaba el verano.

«En estos años de penuria y de dificultades -dice Delibes- se iluminó mi horizonte con una carrera verdaderamente vocacional. Desde que leí a Joaquín Garrigues me di cuenta de que me atraía la escritura», desgranaba en la citada entrevista de televisión.

Fue así como cobró forma ‘La sombra del ciprés es alargada’, su primera novela, con un protagonista abulense, en un guiño a una ciudad que Delibes visitó en repetidas ocasiones durante su infancia. «Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer», relata Pedro, el primero de su inolvidable galería de personajes. El día de Reyes de 1947 la novela se alzaba con el Premio Nadal en su cuarta edición, sucediendo en el palmarés a José María Gironella, José Félix Tapia y Carmen Laforet, y abriendo una trayectoria literaria donde su tierra jugaría un papel determinante.

«Cuando yo tomé la decisión de escribir, la literatura y el sentimiento de mi tierra se imbricaron. Valladolid y Castilla serían el fondo y el motivo de mis libros en el futuro. Y me siento deudor porque de ellos he tomado no sólo los personajes, escenarios y argumentos de mis novelas, sino también las palabras con que han sido escritas», reflexionaba en las páginas de ‘He dicho’ (1996), colección de ensayos.

«En mis novelas, en mi afán por abarcar la totalidad de la región donde he nacido y vivo, no podía desdeñar ninguna de sus expresiones paisajísticas», escribe él mismo. Si bien Delibes refleja el espíritu de Castilla, le presta especial atención a la provincia de Valladolid, pero sobre todo a la ciudad, cuyos rincones se cuelan entre sus páginas como escenario inequívoco de multitud de ellos. De todas formas el escritor menciona explícitamente el nombre de Valladolid pocas veces. Sin embargo en ‘El hereje’, su última novela, el autor no le pide ningún esfuerzo al lector, ya que no sólo empieza la primera página con la dedicatoria: ‘A Valladolid, mi ciudad’, sino que cita un centenar de veces el nombre Valladolid.