Flechazos

Paco Alcántara
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Hay que saber mirar, porque la belleza solo le pertenece a quien la entiende, no al que la tiene. Esa belleza, Amarilis la encontró muy pronto en la música. Fue un flechazo. Armonía. Paz. Emoción. Felicidad. Desde muy niña quiso tocar el chelo, «siempre he sabido que era mi instrumento, quería ser violoncelista», expone con rotundidad. No olvida la fecha, un 26 de septiembre de 2003, con cinco años, acarició el primero.

 Amarilis Dueñas acaba de cumplir 18 años. Está a punto de acabar segundo de Bachillerato en el Instituto Zorrilla y ya prepara la maleta para marchar a Colonia. En el Conservatorio de esta ciudad alemana pasará los próximos cuatro años para estudiar el Grado Superior de violonchelo, junto a Maria Kliegel y ahondar en la música con criterio historicista. Otro flechazo cuando apenas tenía 10 años. Conoció a su maestra en la localidad italiana de Atri, donde esta concertista imparte unas cotizadas Masterclass, «fui a la aventura y me acogió». Desde entonces la visita dos veces al año para sentir que tocar la música que alguien escribió en el pasado no se parece a nada, es una experiencia totalizadora.  

Esta mujer, aún adolescente, habla con resolución, abriendo sus ojos chispeantes, con una sonrisa fresca y  risa melodiosa. Una mirada pícara, que posee misterio, intensidad e inteligencia. Intuyo que el agujero tallado en la voluta de su viola da gamba es la mirilla por la que descubrió un territorio oculto, «conviértete en quien eres», debió de sentir como si de repente rasgara un velo, permitiendo que se filtrase por un resquicio todos los misterios que atesoraba ese nuevo mundo repleto de melodías, que la elevaban. Un pentagrama que solamente toma vida, y de forma fugaz, cuando alguien lo interpreta y le acerca a lo divino, a ese lugar donde se olvida todo.

Trenza sucedidos con facilitad. En los próximos meses andará de gira con Amancio Prada en conciertos que el cantautor berciano ofrece en Argelia y en varias ciudades españolas. Dice que aspira a la excelencia. Da a entender que solo las personas aburridas, se aburren. Confiesa que, a veces, se ha sentido extraña con otros chavales de su edad. No todo el mundo valora el esfuerzo y el afán de superación. Aunque para esta concertista, tocar nunca ha sido un deber, «la música da sentido a mi vida, mis padres siempre la escuchaban en casa y con tres años me apuntaron a clases de música», comenta, mientras recuerda el disfrute de ver en televisión a Fernando Argenta presentando el ‘Conciertazo’. Escuchar a sus ídolos, Jacqueline Du Pre y Janos Starker. Y, sobre todo, Bach. No sé si fue el popular locutor quien le inculcó su amor por el ‘viejo peluca’. Lo cierto que es ahora reconoce que disfruta buceando entre los misterios de las partituras del maestro de Leipzig, donde el oleaje solo es la entrada a un mundo fabuloso, «de una energía colosal».

Con la ‘Tercera suite’ de Bach ganó el concurso de Música Antigua de Portugal, Le animó a participar su profesor de chelo en el Conservatorio de Salamanca, Javier Aguirre. Fue quien le introdujo en el barroco. Descubrió la música en la corte de Luis XIV. Viajar con Bach, Monteverdi o Marais. Sus padres, siempre detrás, le compraron un chelo barroco. Luego se enamoró del sonido de la viola da gamba. También acudieron al auxilio económico, «no me puedo quejar, me ayudan en todo». Curiosidades y premoniciones, el nombre de Amarilis, no fue en honor de esa flores rojos, sino en recuerdo de ‘Amarilli mia bella’, el aria que compuso Caccini. Esta pareja de melómanos, pronto comprobó la presteza musical de su hija. Con 10 años, se alzó con el primer premio en el concurso Ruperto Chapí de Villena y el primer premio en el XI Encuentro de Intérpretes Noveles Villa de Sahagún en la modalidad de cuerda.

La inquietud por conocer de Amarilis Dueñas quizás un día le haga saber, como apuntó Jordi Savall, que la música no sirve para comprender por qué estamos aquí, sino quizá lo inexplicable de que estemos aquí. Por ahora, se limita a aprender y a disfrutar. No es poco.