Ellas fueron las primeras

A. G. MOZO
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Las cabos Velasco y Gazapo, la capitán Elena y la guardia Uña son cuatro de las 51 mujeres de la Comandancia de Valladolid. Fueron pioneras en la Guardia Civil y vivieron en sus carnes el asombro que generaba su presencia en cuarteles y pueblos

La cabo Belén Velasco fue la primera mujer en llegar a la Comandancia de la Guardia Civil de Valladolid; era 1988 y fue destinada a Mayorga, donde sus salidas de servicio eran todo «un espectáculo», llamando por igual la atención de los lugareños que de sus compañeros. La cabo Carmen Gazapo fue pionera en la Agrupación de Tráfico de la pequeña isla canaria de La Palma, en donde se topó con algunos conductores que no atendían sus indicaciones hasta que no había un compañero (hombre) que se lo confirmaba. Los veteranos de menor graduación que la capitán Elena González tenían que hacer de tripas corazón para cuadrarse ante esa joven de 27 años, que acababa de aterrizar de teniente en la Escuela de Tráfico de Mérida. La guardia civil Begoña Uña fue la primera mujer en un puesto de un pueblecito de Cuenca en el que le colgaban el teléfono cuando ella la que respondía aquello de ‘Guardia Civil, dígame’.

Las cuatro fueron pioneras. Las primeras. Cada una a su manera. Comprándose los zapatos con los que evitar tener que patrullar con los tacones ‘oficiales’, demostrando que no se mareaban al ver a una víctima de un accidente de tráfico, abriendo un camino que este año celebra ya el 30 aniversario de la integración femenina en uno de los cuerpos de seguridad patrios más masculinizados; ese en el que el bigote formaba casi parte de un uniforme y en el que el tricornio hasta fruncía el ceño del que se lo ponía.

LA PRIMERA. Mª Belén Velasco es cabo en la Agrupación de Tráfico. Ella es una de las integrantes de la primera promoción de mujeres que llegó a la Guardia Civil. «Entré el día 1 de septiembre de 1988 y mi primer destino fue Mayorga. Era la única mujer guardia civil en toda la provincia y todo era una novedad no solo entre los compañeros, sino también entre una población a la que aquello le llamaba la atención muchísimo, porque, claro, no era un destino de costa, sino que era un pueblo de Castilla, Mayorga, en Tierra de Campos... Cuando salía de servicio, era un espectáculo», recuerda. «Era un puesto tranquilo, únicamente se hacía seguridad ciudadana y no teníamos grandes intervenciones», añade la cabo.

Hija de un militar, también es nieta y sobrina de guardias civiles. «Lo mío es vocación total, porque yo he vivido la disciplina militar en mi casa desde que nací. Lo intenté en la Policía Nacional y la Policía Loca, pero, afortunadamente, no entré, porque así conseguí entrar en la Guardia Civil cuando se nos dio la posibilidad». De sus 30 años en el Instituto Armado, lleva 26 en Tráfico, actualmente, en el equipo de Atestados.

«No diría que está totalmente normalizada nuestra presencia en el Cuerpo. Yo he sido de la que me he encontrado muchísimas trabas, incluso de los mismos compañeros que dudaban hasta de cómo ibas a responder».

LA CAPITÁN. Elena González tiene 36 años y es la mujer de más alta graduación en la Comandancia de Valladolid: capitán. «Primero hice la carrera de Psicología, pero como soy hija del Cuerpo y mi hermano también es guardia civil, pues me tiraba mucho. Accedo por la Escala Facultativa después de concluir la carrera; oposité en 2007 y en 2008 ingreso a la Academia», recuerda la psicóloga de la Comandancia, que salió con el empleo de teniente y luego ascendió a capitán. 

«Yo llego a mi primer destino, de profesora de la Escuela de Tráfico de Mérida, siendo teniente y con 27 años. Y en las academias suele haber gente mayor y sí costaba el asumir que era mujer, jovencita y teniente, y a ciertos veteranos sí les chocaba el tener que saludarme militarmente», recuerda.

LA CABO. Carmen Gazapo entró en el Cuerpo en septiembre de 1992, también por amplia tradición familiar (una hermana, su padre, su tío...). «Yo pertenezco a la cuarta promoción de mujeres y mi primer destino fue el aeropuerto de Madrid-Barajas, donde, claro está, no fui la primera mujer. Luego hice el curso de Tráfico y fue destinada forzosa a la isla de La Palma (Canarias), en donde sí que fui la primera mujer», detalla. «Yo era la novedad, hacer los controles de alcoholemia, vas a accidentes de tráfico... había hasta expectación cuando estaba. Me ha llegado a pasar el estar en un cruce cortando la circulación en un rally y un señor ya mayor, tener que ir a preguntarle a mi compañero para ver si era verdad lo que yo le estaba diciendo de que no se podía pasar», confiesa.

Llegó a Valladolid tras pasar por Tenerife, Benidorm y Bilbao (tras su ascenso a cabo). Actualmente, esta extremeña de 46 años está en la Plana Mayor de la Comandancia, en servicios burocráticos.

LA GUARDIA. Begoña Uña es la de menor graduación de las cuatro y la única que no entró siguiendo la tradición familiar ni una intensa vocación. Ingresó en noviembre de  1997 después de una etapa de su vida en la que estuvo estudiando en el extranjero: «Me planteé un panorama laboral en el que se me cruzó la oposición de la Guardia Civil; me presenté y aprobé», según detalla esta agente que se estrenó en una ‘operación verano’ en Conil de la Frontera antes de pasar a ser la primera mujer de un puesto muy pequeño de la provincia de Cuenca: Villarejo de Fuentes. «La gente me trató con mucho cariño, aunque mi presencia se le hacía extraña hasta a los vecinos del municipio. Había gente que llamaba al cuartel y te colgaba porque pensaban que se habían equivocado. Contestaba aquello de ‘Guardia Civil, dígame’ y nada, colgaban. Otra vez, volvían a llamar y... ‘Guardia Civil, dígame’, un silencio y ya me preguntaban ‘¿pero estoy llamando a la Guardia Civil?’».

Tras ser la primera de Villarejo, fue destinada ya a Galdácano, a la fábrica de explosivos, donde estuvo seis años, antes de obtener plaza en la Comandancia de Valladolid, en Intervención de Armas. «Cada una de nosotras ha sido pionera en alguno de los sitios a los que hemos ido. Yo también fui la primera, junto con una cabo, en Intervención de Armas de Valladolid», apostilla.

Los tiempos ya han cambiado, pero continúa habiendo actitudes que rechinan, como el hecho de que «siga habiendo gente que en un servicio de atención ciudadana como es Intervención de Armas prefiera dirigirse al hombre que a la mujer», relata la agente Begoña Uña. «Cuando iba a un accidente y había un fallecido notabas que los compañeros estaban pendientes de ti, por si te afectaba. Luego, al ver que cumples como uno más, pues ya sí que van confiando en ti», recuerda la cabo Gazapo. «Ha sido cuestión de tiempo para todos, los compañeros y la sociedad, que le ha costado aceptar nuestro papel como guardia», añade la cabo Mª Belén Velasco, quien cree que «ya está todo muy normalizado».

Igualmente, Uña cree que «poco a poco, todo se va normalizando, pero cuesta por ser tan poquitas», circunstancia en la que esta guardia entiende que «influye la dispersión geográfica que hay en la Guardia Civil», ya que «cuando una mujer se plantea el entrar en Fuerzas de Seguridad, se piensa en la Guardia Civil como un trabajo en núcleos rurales, algo que no ocurre en la Policía, por lo que todo se ve más complicado, la conciliación, pese a que se está trabajando mucho en este aspecto».

MINORÍA. Las cuatro son parte de las 51 mujeres que integran ese 7,2% femenino de una Comandancia de 704 efectivos. En España, hay un porcentaje es similar, con un 3,1% de mujeres en la escala de oficiales y de un 2,8% en la de suboficiales, mientras que en cabos y guardias se va al 7,5%. «En suboficiales hay pocas, pero si vamos a oficiales, todavía somos menos», apostilla la capitán Elena González, quien explica que «una vez que la mujer entra en la Guardia Civil se plantea mucho el ascender, porque sabe que eso supone mayor entrega de tiempo, mayores responsabilidades y movilidad, por supuesto. Y si una tiene hijos, igual pone por delante a la familia, por lo que a medida que se asciende en las escalas ese porcentaje del 7% se reduce aún más». «En el Comité de Igualdad de la Guardia Civil (creado en 2014) se está efectuando un diagnóstico de esta situación para estudiar por qué el grueso de las mujeres está integrado en la escala de cabos y guardias, y ver por qué no se opta por ascensos», apunta Uña, quien no cree «lógico que, en la sociedad en general, estudien más mujeres que hombres y que en la Guardia Civil suceda al contrario». 

El casi obligado cambio de destino se produce tanto en el caso de los ascensos como al integrarse en una especialidad. «Yo, por ejemplo, tras hacer el curso de Tráfico, me tuve que ir forzosa a la isla de La Palma», apunta Carmen Gazapo. «Entonces tenía 20 años y me dio igual, pero ahora tengo dos niños pequeños y ya no sería tan sencillo. Me he quedado en cabo porque sé lo que implica, porque mi ascenso me conllevó un destino forzoso a Bilbao. Y si estás casada con un guardia civil, pues más complicado todo aún; nosotros hemos estado separados durante casi siete años hasta que nos hemos podido juntar aquí», confiesa la cabo.

LOS RETOS. La Guardia Civil no hace distinciones entre el hombre y la mujer. Todos pueden acceder a cualquier puesto, a pesar de que, tal y como reconoce Uña, «existen diferentes especialidades en las que la mujer lo tiene complicado por una simple cuestión física». «Las mujeres no estamos en todas las especialidades y, poco a poco, hay que ir acabando con eso, ya que la mayor parte está en seguridad ciudadana en lugar de buscar una especialización. Además, el empleo mayor que ostenta una mujer es el de teniente coronel y eso también debe ir cambiando», concluye la guardia.