Un monasterio con almenas

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Antes de recorrer las sirgas del Canal del Duero entre Quintanilla y Tudela, conviene acercarse a visitar su toma en el río, junto al puente de Olivares. Se accede hasta allí a través de un parquecito arbolado, cien metros aguas arriba del puente. Dos compuertas mecánicas, vigiladas por la oscilación de una barca, controlan el caudal. Otra barca varada en la orilla resume los hallazgos del ingenio artesanal. La boca del canal aprovecha el azud construido para las antiguas fábricas de harina y papel.

El paseo por el Canal, que en su primer tramo pliega el trazado a los meandros del río, arranca en Quintanilla y concluye en la huerta de Tudela, junto al antiguo priorato del Duero o de las Mamblas, convertido en palacio romántico por el conde de la Oliva. En su primer tramo, el canal discurre subterráneo durante casi medio kilómetro bajo el núcleo de Quintanilla. Este arranque escondido se hizo para evitar la destrucción del caserío más cercano al río.

CANAL DE MAMPOSTERÍA. El túnel de mampostería abovedado cuenta con mechinales para el drenaje cada dos metros y su salida a la luz, al final del pueblo, se produce a una profundidad considerable, para garantizar la pendiente de su primer recorrido. Varios escalones de hormigón retienen el terraplén en el asomo. A la derecha discurre el Duero protegido por una tupida infantería arbolada. Apenas cien metros adelante por el camino de la izquierda se sitúa una fuente bien empedrada de mampostería.  Aunque el canal fue concebido para el abastecimiento del Valladolid industrial, ante la precariedad de los manantiales de Argales, actualmente comparte el suministro con la dedicación al riego en los términos de Villabáñez, Tudela, Laguna y Valladolid. Sus 52 kilómetros de recorrido son una de las rutas naturales más atractivas del entorno urbano. Y ese encanto se multiplica en el tramo de ribera en que discurre como compañero de viaje del Duero, enmarcado por una variada vegetación de chopos, pinos, álamos y fresnos.

EL JARDÍN DEL CARRETERO. Sardón de Duero, como la granja de la otra orilla, más diminuta y por ello llamada Sardoncillo, fue un núcleo de colonos dependiente de la abadía de Retuerta. De ahí que apenas cuente con edificios singulares, si descontamos la iglesia de San Juan, el molino del arroyo Valimón o una casa de principios del veinte que los vecinos llaman palacio con evidente exageración.

En todo caso, un repertorio arquitectónico escaso, que explica su naturaleza de granja dúplice, a uno y otro lado del Duero. La iglesia de San Juan Bautista es del XVI y almacena variados despojos monásticos de Retuerta y de La Armedilla: retablos mancos de imaginería, pinturas, objetos de plata y santos sobrantes arrumbados en las trasteras. El retablo mayor de la abadía de Retuerta se trasladó a La Espina.

Pasada la puentecilla hacia Sardoncillo sobre las aguas sosegadas del Canal del Duero, sale a la izquierda la vereda del Jardín del Carretero, que es un paseo ribereño delicioso, bien surtido de alicientes naturales. La senda discurre por la margen derecha del canal. Enseguida, en un leve ensanche entre el canal y el curso del río, aparece imponente la talla desmedida de los árboles gigantescos y exóticos que pueblan el Jardín del Carretero. ¿Por qué ese nombre? Tenemos constancia documental del traslado desde las Exposiciones Universales de París de 1889 y 1900 de partidas de plantones de especies exóticas, que luego eran distribuidas en carreta por la península a solicitud de caprichosos hacendados, que de este modo adornaban sus jardines con la última novedad parisina. Este núcleo vegetal bien pudo ser el plantío provisional de un carretero que no logró colocar toda su mercancía.

Los caminos del canal prosiguen junto al río y se interrumpen a la vista de Peñalba de Duero, por el derrumbe de sus peñas blancas. El vuelo de un acueducto de hierro traslada a la otra orilla las aguas encauzadas del canal. Junto al río, una fábrica de luz y el caserío de Peñalba de Duero, que hace años dejó de ser pueblo para convertirse en granja. La iglesia emerge poderosa entre restos de casas y naves agrícolas. Es un templo de piedra y de una sola nave. La capilla mayor está cubierta con crucería del dieciséis, de bella traza, y el resto con yeserías del siglo diecisiete. Tiene una torre a los pies del templo con huecos de medio punto. La portada es sencilla y exhibe un relieve con las llaves de San Pedro. Su estado parece un homenaje al Cristo del Desprecio, que veneraba en este templo una cofradía pasional. No hay paso del río en Peñalba. Después de la voladura de su puente en la guerra de Independencia, una barca comunicaba las dehesas de la orilla izquierda con el pueblo y las bodegas excavadas en el collado.

Cerca del camino de Villabáñez y debajo del cerro de las Mamblas, una cerca vegetal protege al priorato de Santa María, adquirido en 1893 por el conde de la Oliva, quien embutió la iglesia en un cascarón con apariencia de castillo. En realidad, la palabra mamblas no es otra cosa que un piadoso disimulo de mámulas o mamas, o sea, tetas. Y un priorato fundado por los monjes de Silos no se iba a bautizar así de sopetón y sin cautelas. Por eso se antepone el delantal de Santa María. El templo, que consta de una única nave rematada con el trébol que forman los brazos del crucero y la capilla mayor, fue aprovechado para acomodar la vivienda. Esta estructura, semejante a la disposición de las iglesias de Rueda y Renedo de Esgueva, la sitúa en el dieciocho. La arbolada finca del priorato se encaja entre el curso del canal y el Duero.