El imaginero del ajo

R. GRIS
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Miguel Ángel Tapia trabaja desde hace más de 20 años en su taller 'Aquí se hacen santos' de Viana de Cega • Lo tiene clarísimo. Su futuro pasa por vivir en el pueblo • Aún persigue el objetivo de esculpir un paso de la Sagrada Cena o un Descendimient

Entusiasmado. Así se muestra Miguel Tapia cuando habla de Viana de Cega. Reconoce que no entendería una vida fuera del pueblo, un municipio que le ofrece todo.  Tiene el taller en su propia casa y la libertad suficiente para encontrar una inspiración necesaria para completar sus obras. Conocido por pasos como La Oración en el Huerto de los Olivos, El Prendimiento de Cristo o La Virgen de la Alegría, entre otros, este vallisoletano afincado en Viana reconoce que aún tiene obras pendientes que desea realizar: Una Sagrada Cena o El Descendimiento.

Atento y siempre con una sonrisa en la boca, recorre con la mirada el taller donde pasa horas y horas midiendo, modulando, pitando. Explica de forma concienzuda la laboriosidad que conlleva el simple hecho de plantearse un nuevo trabajo. Se levanta a las ocho de la mañana y muchas veces con la taza del desayuno todavía humeante acude al taller, coge las herramientas y se pone manos a la obra. «Tú sabes la gozada que es tener el trabajo en casa. Lo malo es que se me pasan las horas que no me entero, alguna vez cuando miro el reloj me doy cuenta de que ya llego tarde».

La rutina de unos de los escultores imagineros más famosos del panorama nacional se basa en trabajo de mañana, caña de mediodía y ejercer como profesor de escultura por la tarde. Cursó sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid y aún hoy está ligado a la enseñanza. Su taller, Aquí se hacen santos, es notablemente conocido y los encargos no faltan.

Algunas personas relacionadas con la escultura le conocen como el imaginero del ajo. «A la madera, cuando le das ajo sirve de repelente para las bacterias y sirve de pegamento natural». Y es que Miguel Ángel Tapias continúa haciendo las cosas de la misma forma que se hacía hace siglos. «Yo he estudiado cómo lo hacían genios como Gregorio Fernández y continuo por el mismo camino».

Llegó a Viana de Cega en 1995 buscando un pueblo donde tener un taller. «Quería un pueblo que tuviera río, sino no lo quería». Llega al pueblo porque su mujer tiene una hermana residiendo en Viana y nos gustó mucho. «Aquí tienes de todo y además el pinar a la puerta. Encima buscaba la posibilidad de tener el taller en casa». En 2015 fue nombrado Maestro Artesano y su casa está reconocida como Taller Artesanal. «El reconocimiento es a la obra. Llevo 20 años trabajando».

Pero más allá de todo reconocimiento exterior, Miguel Ángel habla de forma ferviente de la enorme satisfacción que supone el hecho de que una persona sienta veneración por una obra que él mismo ha hecho con sus manos. «Eso no se puede explicar. En el caso de que no me pagaran por hacerlo, continuaría haciéndolo».

Cuando está a punto de abandonar el taller para reconocer algunos puntos de la localidad donde realiza su vida diaria, el escultor sorprende con un último detalle. Le da la vuelta a un cuadro: «Alejaos, el óleo se debe ver desde lejos». Y muestra una enorme pintura del torero Enrique Ponce mirando hacia el suelo con todo lujo de detalles. «Aún no está acabada». Pero la figura representa la esencia del toreo, me meditación del torero antes de saltar al ruedo.

Abandona el taller con las ideas claras sobre lo que pretende mostrar. «En este pueblo se vive muy bien. Hace años tuve algo de miedo de que hicieran una gran urbanización que estaba proyectada. «Al final no la hicieron y respiré». No quiere masificaciones, está muy tranquilo en el ambiente relajado, sale sin preocupaciones y se encamina hacia el lugar de la ciudad donde se siente más cómodo, el río. El agua representa un elemento sumamente importante para Miguel Ángel. «Ahora nos han hecho una senda que va desde aquí hasta Boecillo, de unos cinco kilómetros que está de lujo. Yo vengo muchos días para despejarme».  

Cuando ve el agua se le alegra la mirada. «Yo me siento muy bien aquí». Tanto que reconoce que no se plantea un futuro lejos de Viana. «Este es mi pueblo y casi me gustaría que no hablaras de él para que no venga mucha gente, que estamos muy buen así». Después acude al centro del municipio, las calles colindantes a la Plaza Mayor le recuerdan a los antiguos pueblos castellanos. «Viana aún mantiene «ese encanto» de las casas antiguas tradicionales de Castilla. «Me apasiona», comenta casi con la emoción de un niño.

Miguel Ángel Tapia se empeña en acabar la jornada en El Péndolo, el bar donde todos los días toma una cerveza antes o después  de comprar el pan. Es un lugar de descanso. Mientras se sienta a la mesa, un hombre de unos 60 años de edad, le aborda y entablan una conversación. Cuando termina explica que se trataba de uno de los alumnos donde imparte clases. «Tenía una duda sobre una pieza y le he dicho que la veíamos y le asesoraba».

Tapia se despide a la puerta de su taller, donde reza un nombre tremendamente llamativo. «Aquí se hacen santos». Santos esculpidos por unas manos sencillas y con un profundo amor por Viana.