La última sesión del Roxy

Óscar Fraile
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Las dos salas de la calle María de Molina, las más antiguas de Valladolid, se cerrarán hoy definitivamente al público después de casi 78 años de historia

Sala principal del Cine Roxy que mañana bajará el telón definitivamente después de casi 78 años de historia unida culturalmente a vida vallisoletana. - Foto: J. Tajes

Hace casi 30 años que Joan Manuel Serrat escribió la canción Los fantasmas del Roxy, que puso música al cierre en 1969 y derribo en 1971 del mítico cine ubicado en el barrio de Gracia barcelonés. Ese estribillo, que decía que se trataba de «un cine de reestreno preferente que iluminaba la plaza Lesseps», rondará hoy la cabeza de muchos vallisoletanos ante la última sesión del cine homónimo de Valladolid.


Porque los paralelismos existen. Si en Barcelona las salas se cerraron para abrir unas oficinas bancarias, aquí lo harán para dejar hueco al casino que ahora está en Boecillo. Dinero, al fin y al cabo.
Así se pondrá hoy mismo fin a casi 78 años de historia (el próximo 4 de marzo se celebraría ese cumpleaños). Casi ocho décadas en las que ha iluminado la calle María de Molina y los sueños de muchos cinéfilos que seguían viendo en estas butacas un refugio para románticos. No en vano, son los cines más antiguos de Valladolid desde que a principios del año pasado bajasen la verja los Mantería, también propiedad del empresario Enrique Cerezo.


La historia comienza el 4 de marzo de 1936, con la inauguración de las salas. Bueno, en realidad comenzó algunos años antes, cuando Emilio, el abuelo del actual responsable, Francisco de la Fuente, compró esos terrenos, ocupados por unas huertas, a unas religiosas vinculadas al convento de Las Francesas. Allí levanto su cine, al que decidió bautizar como Roxy porque así se llamaba una sala recién estrenada en Nueva York y que se anunciaba como «la mejor del mundo».

Francisco de la Fuente, a la entrada de la Sala A delCinema Roxy de Valladolid.Francisco de la Fuente, a la entrada de la Sala A delCinema Roxy de Valladolid. - Foto: J. Tajes


No tardaron el llegar los problemas. Después de la Guerra Civil el brazo inflexible de la censura obligó a cambiar el nombre al estar prohibido utilizar anglicismos. Así, durante tres años el Roxy pasó a denominarse Cinema Radio. «Mi abuelo me contó que al final logró recuperar el nombre gracias a que convenció a la autoridad de que Roxy hacía referencia a una dama de alta alcurnia», recuerda entre sonrisas De la Fuente.


El negocio empezó a funcionar hasta llegar a la época dorada: mediados de los 70. «La sesión vermú de los domingos, a las 20.00 horas, era todo un acontecimiento social». La película por entonces era una excusa para la reunión de familias enteras y autoridades que compartían vestíbulo, café y tertulia bajo la espesa nube de humo de tabaco. Era la época de los pastillas, que era como se conocían a los chicos que vendían patatas y chocolates entre las butacas antes de la película.


Pero llegó la siguiente década y la crisis del 82 acompañada de la generalización del uso del vídeo doméstico. Consecuencia, muerte de las sesiones dobles y los cines de barrio. El negocio familiar aguantó hasta 1990, año en el que se vendió a la empresa de Enrique Cerezo, si bien, De la Fuente siguió al frente de la gestión tras el trabajo de la primera generación (su abuelo Emilio y su tío abuelo José) y el de la segunda (su tío Emilio y su padre Paco). Después hubo que aguantar más crisis, la del aumento de los canales de televisión y después la de Internet. «Por no hablar ahora de la subida del IVA, que nos ha hecho mucho daño».

De la Fuente muestra las antiguas cintas en la cabina del Cine Roxy.De la Fuente muestra las antiguas cintas en la cabina del Cine Roxy. - Foto: J. Tajes


Ahora todo quedará en el territorio de la nostalgia. Anécdotas como los espectadores que tuvieron que acabar de ver El quinto elemento subidos en las butacas porque el agua de una impresionante tormenta inundó el suelo de la sala. Una situación que se repitió en Jurassic Park por la rotura de una canalización de agua. «La gente decía que el cine tenía muy buenos efectos especiales», bromea De la Fuente. Recuerdos emocionados, como el paseo que por allí se dio Brad Pritt durante una visita a la Seminci o los equipos de fútbol de Primera División que iban en bloque al cine cuando se alojaban en el cercano hotel Conde Ansúrez. «Los clubes los traían aquí porque así los tenían controlados», dice De la Fuente, que recuerda, entre otros, al Athletic de Bilbao de Zarra.


Ahora la película se acaba. Apenas quedan los créditos, que darán paso previsiblemente a una profunda reforma del local y a la instalación de un casino.


La última fiesta del Roxy será una proyección sorpresa hoy a partir de las 22.30. No se sabe qué película será, pero De la Fuente asegura que es un evento cerrado a las personas más cercanas. Cuando se acabe esa película, la luz se apagará para siempre.

Fachada con el cartel de Chinatown, estrenada en 1974. Fachada con el cartel de Chinatown, estrenada en 1974. - Foto: Archivo Municipal

Un cine que se adaptó a los nuevos formatos

La evolución tecnológica del cine ha sido espectacular en los últimos años y, en ocasiones, un fastidio para los responsables de este negocio. La digitalización de las salas supone una inversión importante que no todos han podido afrontar. Con esfuerzo, el cine Roxy sí que lo hizo, de modo que en los últimos años ha podido ofrecer películas en 3D y con mejor calidad de imagen.


La evolución de las instalaciones ha sido constante, aunque puede que el cambio más significativo fue la transformación en los 90 de la zona superior para hacer una nueva sala.

Fachada del cine Roxy el día de su inauguración, el 4 de marzo de 1936.Fachada del cine Roxy el día de su inauguración, el 4 de marzo de 1936. - Foto: El Día


De la Fuente puntualiza que con las nuevas tecnologías todo se ha automatizado hasta límites extremos. Las grandes películas que había que unir porque llegaban en rollos de unos 20 minutos de duración cada uno se han sustituido por memorias USB, ‘pinchos’, de cuatro gigas (ocho en las películas 3D) que solo hay que conectar, «y dar al play».


Eso ha hecho que ya no sea necesario que en cada cabina de proyección haya unas cuatro personas, como antes. Ahora con una es suficiente.


Se pierde magia, pero se gana calidad. Se pierden cines pequeños, con encanto, y se ganan grandes salas que hacen mucho más rentable cada proyección.