Cambio de hora o cambio de vida

Óscar Fraile
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Los expertos coinciden en que avanzar en el camino de la conciliación supone un esfuerzo que va mucho más allá de modificar la hora del reloj e implica adoptar nuevos hábitos en el ámbito laboral, el consumo de ocio y las costumbres sociales

Las políticas de conciliación laboral y familiar han estado en la agenda de los últimos gobiernos nacionales y regionales, con mayor o menor éxito. También las empresas privadas las han impulsado, conscientes de su rentabilidad. Sin embargo, pese al camino recorrido, España sigue siendo un país con los comercios abiertos a las ocho de la tarde, con trabajadores en la oficina a las siete y con millones de personas delante del televisor a la una de la madrugada. Los cambios sociales son lentos, aunque haya medidas legislativas que los impulsen. Y así seguirá siendo después de que el Gobierno elija un horario u otro.

Al menos eso es lo que opinan los expertos. La profesora de la Universidad de Valladolid (UVa) Almudena Moreno, Doctora en Sociología y experta en Estado del Bienestar y políticas públicas, opina que desde el ámbito político debe ofrecerse «un diseño y ejecución» de medidas legislativas que deriven en «cambios institucionales». Según ella, España lleva un «retraso importante» en las políticas de conciliación, aunque ya se ha recorrido parte del camino. «Adoptar un horario u otro va a tener poca incidencia socialmente, realmente lo que necesitamos es un cambio cultural», asegura. Moreno recuerda que la vida de la gente seguirá girando en torno a los horarios de la empresa en la que trabajen, de las guarderías y los colegios, independientemente de que anochezca a las siete o las ocho de la tarde. «Hay que diseñar políticas que intervengan en los tiempos que podemos dedicar a nuestra vida laboral, familiar y de ocio, porque no creo que el tema de elegir un horario vaya a ser muy efectivo... a lo mejor es más conveniente abordar la desconexión tecnológica», dice la profesora de la UVa. La Doctora en Sociología apoya su postura en su experiencia personal, aparte de sus conocimientos. «Yo he ido a actos culturales a las nueve de la noche, algo que es impensable en otros países de Europa, y algunas veces he salido de clase a las diez de la noche», señala.

Fernando Muñoz Box es doctor en Ciencias Físicas, experto en astronomía y profesor titular de la UVa. Lo primero que pone sobre la mesa es una cuestión básica, pero que conviene no olvidar: «el sol sale cuando quiere, no cuando le conviene a España o a Cracovia». Es decir, todos los cambios sociales tienen que proponerse en función de un factor que no se puede modificar. Para él, países como Francia tienen unos horarios mucho más adecuados que los españoles y, si la aspiración es imitarlos, avisa de que hay que afrontar cambios que tienen que ver con los horarios del trabajo, el comercio, la televisión, etcétera. Y «educar» a toda una población «no es nada fácil».

Muñoz es partidario de que la Comisión Europea tome una determinación y no delegue en los países la decisión de adoptar un horario u otro. Para él, lo más lógico es que Europa se divida en dos, con una hora para los países que están más al este y otra para los del oeste, ya que estos dos grupos tienen diferencias geográficas muy marcadas. «En España tenemos nueve horas de sol en invierno y quince en verano, mientras que al norte las horas de sol en verano son más de 15 y el en invierno, menos de nueve», explica.

Cuestión médica. El debate de la racionalización de horarios también es importante desde el punto de vista de la salud pública. El ser humano está muy expuesto a los cambios en el tiempo, ya sean los horarios que se acuerdan por convención social o los fenómenos naturales. Por ejemplo, los niños y las personas mayores pueden irritarse los días posteriores a un cambio de hora porque se modifica su reloj biológico. Y las personas con demencia suelen sufrir lo que se conoce como síndrome del ocaso, que se manifiesta en mayor agitación y confusión cuando cae el sol.

«El cambio de hora que hacemos cada seis meses tiene un impacto muy individualizado, es como un pequeño jet lag que se produce por una modificación de la inercia de nuestro ritmo», asegura Francisco Javier Puertas, médico y miembros de la junta directiva de la Sociedad Española del Sueño. Por lo tanto, el impacto puede variar mucho de una persona a otra. «Depende del cronotipo de cada uno, pero puede provocar problemas de sueño que pueden durar hasta un mes», dice. Y la deuda de sueño es el origen de un peor rendimiento en horario vespertino.

Evidentemente, también influyen las costumbres sociales. «El prime time de la televisión en España es escandaloso, se nos ha ido de las manos», añade. Y para demostrar cómo ha evolucionado todo, recuerda que la Familia Telerín animaba a los niños en los años 60, desde la televisión, a irse a la cama a las ocho y media. «Hoy en día es raro que un niño de seis años haya cenado a las ocho de la tarde», dice.

El doctor, partidario de que el país elija el horario de invierno, incide en que España en particular, y las sociedades industrializadas en general, duermen muy mal, «porque quieren tener servicios las 24 horas». Y eso hace, según él, que haya más contaminación lumínica, ruido, polución y desplazamientos más largos.