«Vamos a proponer quedarnos con el horario de otoño»

Óscar Fraile
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Entrevista al presidente de la Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles: «Si no se complementa con otras medidas, acabar con el cambio horario solo va a ser jugar con las manecillas del reloj»

Me fastidia que mi equipo, el Atlético de Madrid, juegue hoy martes a las 22.00 horas. ¿Cuántas personas estarán mal descansadas mañana?». Este mensaje en su cuenta de Twitter resume la filosofía de vida de José Luis Casero, el presidente de la Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles (Arhoe). Acumula a sus espaldas años de trabajo en favor de la conciliación y ve en el fin del cambio de hora una oportunidad para dar un paso adelante.

¿Qué le parece la propuesta de la Comisión Europea de acabar con los cambios de hora cada seis meses?

Llevamos diez años explicando a la sociedad española que el cambio de hora no tiene mucho sentido en el año 2018. Hay que tener en cuenta que esta medida se estableció en los años 70 por la crisis energética y ahora utilizamos otro tipo de energías. Está demostrado que el impacto económico que tiene el cambio de hora es marginal. En cambio, las consecuencias para la salud de las personas son mucho más importantes de lo que se pensaba. Esto es algo que recoge la propuesta de la Unión Europea. Nos alegra que se tomen medidas en el ámbito comunitario, aunque nos hubiese gustado que nuestro Gobierno lo liderara un poco más. El camino de la supresión es el bueno porque no existe una justificación para cambiar el horario. La verdad es que no entiendo por qué hay que explicar los beneficios de suprimir algo que es artificial. Son los que defienden el cambio de hora los que deberían hacerlo. Si a ti te obligan a caminar con una piedra en el zapato, estarás incómodo, pero al cabo de un mes te acostumbras y lo asumes. Pues esto es lo mismo. Para nosotros, como asociación, lo más importante es la salud de las personas. Ese jet lag reiterado dos veces al año no tiene ningún sentido. Los últimos Premios Nobel de Medicina fueron científicos que descubrieron la importancia del ritmo circadiano, es decir, el reloj interno de los organismos vivos, y cómo la alteración de esos ritmos tiene consecuencias para la salud.

Dice que el impacto económico de esta medida es marginal, pero hay sectores a los que perder horas de luz por la tarde les podría venir mal. Por ejemplo, el comercio y la industria del ocio.

Una vez que estamos de acuerdo en que el cambio horario no aporta nada y se suprime, hay que tomar una decisión: con qué hora nos quedamos entre los mal llamados horarios de verano y de invierno, porque los cambios se adoptan en marzo y octubre. Hay que darle valor a estas cuestiones terminológicas, porque hablar de horario de verano parece que implica ‘veranizar’ todo el año. Y no es así. Todos los países del mundo tienen las mismas horas de luz y de oscuridad, lo que pasa es que se distribuyen de forma diferente en función de la posición geográfica y el paralelo en el que estén. Nuestro país tiene una situación muy buena, con una distribución muy equilibrada del número de horas de luz y de oscuridad a lo largo del año. En verano hay más horas de luz y en invierno, de oscuridad, por eso tenemos que buscar un equilibrio que satisfaga a casi todos, pero con una visión de interés general, no particularizada. ¿El horario de invierno perjudica a los intereses turísticos? Yo garantizo que en junio, julio y agosto va a haber luz en Baleares a las ocho de la tarde, la cuestión es si Baleares quiere tener luz a las ocho de la tarde el 20 de diciembre. Si la respuesta es ‘sí’, hay que tener en cuenta que esas horas de luz hay que quitarlas por la mañana. A lo mejor tiene que amanecer a las 10.30 horas. ¿Queremos que los niños vayan al colegio siendo de noche? ¿Nos interesa como país? Los estudios que manejamos dicen que cuando eso pasa, suelen ir dormidos y no son productivos ni eficaces en su proceso educativo. De hecho, en algunos estados de Estados Unidos eso está prohibido por ley. Lo mismo sucede con la masa productiva. Como empresario, quiero que la gente sea productiva desde el primer momento y que se vaya a su casa a las 17.00 horas para que disfrute de las horas de luz que haya en esa época del año. ¿Para qué queremos que haya luz a las 19.00 horas el 20 de diciembre si el 35 por ciento de la población sigue estando en la oficina.

Pero para disfrutar de ese horario hace falta un cambio de mentalidad a nivel colectivo, respecto a horarios, costumbres, etcétera.

Efectivamente. El otro día hablaba con un alto cargo del Gobierno y le dije que tenían la oportunidad de aprovechar esta situación para hablar no solo de la forma, que es importante, sino de abordar el fondo de la cuestión, que va mucho más allá de jugar con las manecillas del reloj. Hay que hablar sobre modelos de flexibilidad, intensificación de jornadas laborales y adelantar el primer time televisivo. No nos podemos conformar solo con una cosa. Lo queremos todo. La supresión del cambio de hora no deja de ser una palanca para el cambio. Si no se complementa con otro tipo de medidas, solo estaremos jugando con las manecillas del reloj. Habremos perdido una oportunidad única para ponernos a la par de otros países con modelos de conciliación y corresponsabilidad mucho más avanzados.

¿A qué países se refiere?

Por ejemplo, Francia, Alemania y Portugal. El mundo, en general, arranca con la luz solar temprana. Este verano he estado en un hotel de Viena cuya hora del desayuno era entre las 7.00 y las 9.00. ¿Quién bajaba a las nueve menos diez? Los españoles. Cuando el resto de gente ya ha desayunado y se está moviendo. El resto arranca antes y termina antes. Por eso disfruta del ocio a una hora más temprana

Usted es una de las nueve personas que van a formar parte de la comisión de expertos que el Gobierno ha designado para estudiar esta reforma. ¿Cuáles van a ser las líneas de trabajo de este grupo?

Tenemos muy claro que el horario más adecuado y equilibrado para los intereses generales es el horario de otoño: GMT+1. Es la primera decisión que vamos a poner encima de la mesa. Espero que impere el sentido común porque contamos con estudios de la Sociedad Española del Sueño y de investigadores de cronobiología que dicen que no podemos vivir con un desfase de dos horas respecto a la luz solar. La hoja de ruta que vamos a poner encima de la mesa incluye un calendario de racionalización, conciliación y corresponsabilidad que aborde temas escolares, laborales y de ocio.

Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los españoles trabajan 320 horas más al año que los alemanes, pero son menos productivos. ¿Hay que resignarse a que esto forme parte de nuestra idiosincracia?

Me niego a que nos pongamos la etiqueta del ‘Spain is different’ si eso nos lleva a unos caminos improductivos como el que ha señalado. ¿Es más listo un alemán que un madrileño o un vallisoletano? Creo que no. Lo que pasa es que ellos tienen más capacidad de intensificar su jornada laboral. Por ejemplo, la gente va desayunada al trabajo y aquí lo hacemos en horario de oficina. Hay una serie de ladrones de tiempo que son muy importantes en nuestro país. Los trabajadores se ven abocados a hacer paradas de dos horas y media para comer, cuando sobra con 45 minutos para después poder salir antes. En muchas empresas se intensifica la jornada laboral durante algunas épocas del año, habría que valorar por qué no lo hacemos durante el resto del tiempo si se tiene en cuenta que los resultados económicos son los mismos. Hay que recordar que la jornada partida tiene una explicación histórica en España vinculada a la Posguerra, cuando había gente que comía y se iba a trabajar a otro sitio para ganar un sobresueldo porque no llegaba a fin de mes. Y eso no nos ha llevado a nada. Somos la cuarta economía de Europa y los octavos en productividad. Hay algo que no cuadra.

Pero este cambio de organización exige un esfuerzo por parte de empresarios y trabajadores.

Es una cuestión de responsabilidad de todas las partes. Las nuevas generaciones de empresarios lo que buscamos es ganar dinero de forma legal. Es decir, productividad, rentabilidad y captación de talento. Yo no busco amigos cuando contrato, ni gente que sea maja, lo que quiero es que tengan talento, porque eso está vinculado a la productividad. Por otro lado, los jóvenes siguen valorando el salario, pero cada vez tienen más en cuenta modelos de organización de las empresas vinculadas a conciliación. Y si me tratas mal, me voy, porque la gente que está bien formada tiene esa posibilidad. Es evidente que el presencialismo ha sido una cultura muy cultivada por el empresario y muy asumida por los trabajadores. Hay una responsabilidad mutua.

Más datos. El Barómetro Anual de Motivación y Bienestar de los Empleados dice que un tercio de los españoles trabaja fuera de su horario y no logra desconectar. ¿Es esto un fracaso organizativo?

No me gusta hablar de fracaso, sino de la necesidad de adaptar el sistema laboral al año 2018, porque tenemos un Estatuto de los Trabajadores del siglo pasado. Es recurrente eso de las ocho horas para trabajar, ocho para el disfrute personal y ocho para descansar. Yo creo más en un sistema que denomino de las cuatro ‘des’: descanso, muy necesario para ser productivo; dedicación, que es el tiempo destinado al trabajo; disponibilidad, con los márgenes que permiten las nuevas tecnologías; y desenganche, es decir, esos momentos en el que no cojo el teléfono a nadie porque estoy cenando con mi familia o haciendo los deberes con mis hijos. Es un modelo más adaptado a las circunstancias actuales.

A veces esas nuevas tecnologías pueden convertirse en un peligro para la necesaria desconexión.

Las nuevas tecnologías nos tienen que hacer más libres, más humanos. ¿Teléfono inteligente? Solo es una maquinita, los inteligentes somos nosotros, para encenderlo y apagarlo. Eso también forma parte de nuestra responsabilidad individual, porque, si no, al final vamos a ser esclavos de la tecnología y no vamos a tener tiempo para nosotros.

¿Se le está sacando todo el partido posible al teletrabajo en España?

Estamos en torno a un siete por ciento de teletrabajadores, muy lejos del 18 por ciento de otros países. Aquí no está bien regulado. Hace dos semanas presentamos un estudio sobre su implantación en la administración pública y concluimos que hay que regularlo de otra forma. Ni es la panacea, ni hay que demonizarlo. Creemos que un modelo cien por cien de teletrabajo no es bueno ni salubre, porque acabas trabajando en pijama. Hay que ir hacia modelos mixtos en función de la empresa y el sector productivo. Además, yo siempre reclamo el derecho a retrotraer la situación si la experiencia no es buena. En general, los resultados de productividad son importantes, así como los beneficios para la sostenibilidad y el medio ambiente en las grandes ciudades. Gente que teletrabaja es gente que no se desplaza. Eso sí, los empleados tienen que entender que el teletrabajo es trabajo. Nada de hacer las lentejas o cuidar a los niños en ese tiempo.

¿Qué nivel de intervencionismo cree que debe tener el Gobierno en la racionalización de horarios?

Yo, que me considero un poco liberal, tengo dudas en este sentido. Me gustaría hacer un paralelismo con la ley antitabaco. Si no se hubiese abordado como se abordó, es decir, con una ley en lugar de apostar por la sensibilización, hoy se seguiría fumando en restaurante, hospitales, cines y transporte público. A veces los comportamientos requieren leyes. La exministra Fátima Báñez anunció el 12 de diciembre de 2016 un pacto de racionalización de los horarios que nosotros aplaudimos. Y al final este tema se metió en las negociaciones entre patronal, sindicatos y Gobierno. Dos años después solo se ha dedicado una línea entre todos los papeles a este tema. La conciliación y la corresponsabilidad, igual que la igualdad, no es negociable. Es un derecho fundamental. Se trata de establecer medidas, mejores o peores, pero medidas al fin y al cabo. Pedimos al Gobierno que tome decisiones.

¿Y cuáles tomaría usted de forma más urgente?

El tema de la televisión.

¿Puede conciliar horarios un país que tiene su prime time a las once de la noche?

El Gobierno lo tiene sencillo con la televisión pública. Y hay que recordar que las privadas están sometidas a una Ley de Interés General que permite dar un golpe sobre la mesa. Hay consejeros, como Vasile, que nos venden la moto de que a los españoles nos gusta cenar y ver la televisión tarde. Y no es así. Lo que haría es que los informativos empezasen a los ocho y el prime time acabase a las once y media, como muy tarde. Todo el mundo dice ver los documentales de La 2, pero el año pasado el programa más visto fue la final de Gran Hermano, con siete millones de espectadores. Y mira los índices de audiencia de Master Chef, que se emite los domingos, y al día siguiente hay trabajo, colegio y universidad. La siguiente medida sería implantar procesos de flexibilización horaria en las empresas a nivel de convenio. Por ejemplo, establecer la hora de entrada entre las siete y las diez y salir en consonancia. Eso mejora la conciliación. También hay que hacer un replanteamiento de los horarios escolares. ¿Para quién están pensados? ¿Para los niños, los padres o los profesores? Para los niños, desde luego que no. Y tampoco para los padres.

¿Cómo afecta a la convivencia familiar estos desajustes horarios?

Antes de nada, me gustaría hacer un alegato a la conciliación personal. Esto también tiene que ver con los que no tienen hijos ni quieren tenerlos. Respecto a la pregunta, tiene un efecto demoledor. Somos casi líderes en fracaso escolar. Algo estaremos haciendo mal. Cargamos a los niños con actividades extraescolares porque los padres no llegan a estar con ellos. El año pasado hicimos una encuesta en la que el 80 por ciento de los padres reconocían que se sentían mal porque no estaban con sus hijos. Hay un sentimiento de frustración tremendo. No podemos dejar que la próxima generación sea educada por los abuelos. Ellos ya educaron a sus hijos y ahora están para disfrutar de sus nietos. No se les puede exigir esa responsabilidad.