Melgar de Arriba, esplendor junto al Cea

Ernesto Escapa
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Melgar de Arriba, esplendor junto al Cea

Los pueblos centrales de la ribera del Cea acusan, en diversos momentos de su historia, la colonización del vecino monasterio de Sahagún. El Plan Tierra de Campos le endosaba al río dos embalses, no se sabe bien para qué aguas. El titular, que llevaría su nombre, situado aguas arriba junto a Almanza, y otro subsidiario en el Valderaduey, a la altura de Santervás. Fue la fase retórica de aquel plan de la década prodigiosa, cuyos proyectos se esfumaron como dibujos en el agua, mientras la comarca iba quedando sin gente. Al cabo de los años, se hizo una retención recreativa en Galleguillos, que sirve para que refresquen el vuelo las golondrinas.  
El atropello de las fuentes y su manejo indiscriminado ha atribuido la repoblación de los Melgares del Cea, que miran hacia León, al conde repoblador de los Melgares del Pisuerga, limítrofes entre Burgos y Palencia. Lo explica con claridad el joven historiador José Luis Rodríguez en su monografía premiada por la Diputación en 2006, que hace recuento del disparate, cuyo manantial se remonta a un desliz decimonónico de Ortega Rubio en su obra sobre los pueblos de Valladolid. En el ramo se encuentra incluso algún debate gerundiano de discernimiento entre Hernán Mentales o Fernán Armentales, que son la misma denominación del vasallo de Fernán González que dio nombre a Melgar de Fernamental, en la puerta burgalesa del Pisuerga. 
 
LA RIBERA MONÁSTICA. Los Melgares se suceden en la bienvenida del Cea a la provincia y comparten una historia dilatada y una toponimia transparente. El nombre les viene de los «campos de mielgas, una pobre yerba parásita». El repoblador de Melgar de Arriba, que durante la Edad Media se llamó Melgar de la Frontera, fue Foracasas, un cachorro mozárabe de la corte de Ordoño II.  
La iglesia de San Miguel ocupa el extremo del pueblo, en su despedida hacia León. Por fuera, nada llama la atención en su aislamiento. Enfrente, al otro lado de la carretera solitaria, se encuentra la nave abandonada de una cooperativa vinícola que impulsó el cura y que no prosperó por el desdén vecinal de los melgarejos de abajo, que siempre tuvieron mejor viñedo. San Miguel fue priorato del monasterio leonés de Trianos, cuyos canónigos administraban también los molinos de Melgar. Pero aquella intromisión chocaba con los derechos de la iglesia de Santiago (ahora pura ruina), a la vez que tenía amoscados a los vecinos. En 1260 despachó una carta de excomunión el arcediano de León contra los alcaldes de Melgar por andar metiendo el cazo en «las casas de San Miguel, las cuales son del monasterio de Trianos». 
Aunque el Cea es un río con más conventos que agua, el ingenio popular ha querido que sean los frailes de Trianos quienes carguen con la fama de perdularios. La copla popular es contundente: ‘Peceñil y Codornillos, / Villamol y Castellanos, / tienen los hijos a medias / con los frailes de Trianos’. Son los pueblos distribuidos por su entorno. Otras versiones sustituyen hijos por trigos, pero esta variante, gazmoñerías aparte, no expresa sino la doble vertiente de aquel dominio. Es curiosa la profusión monástica del Cea, que como río vale poco. Y la fama mundana de Sahagún, cuyo cenobio benedictino conoció sucesivas reformas que no lograron atemperar los ecos de perdición de este Pigalle del Camino, como lo bautizó el gran Cunqueiro.  
Dejando aparte esas disquisiciones comarcales, el templo de San Miguel guarda en su interior un retablo gótico que figura en la Historia del Arte junto a los mejores de su estilo. Atribuido por Post al Maestro de Calzada de los Molinos, su reciente restauración lo muestra en todo su esplendor cromático. Dieciocho tablas arropan a una excelente talla de San Miguel. Las seis bajas representan a otros tantos profetas, inspirados en los pintados por Berruguete para Santa Eulalia de Paredes; las del primer cuerpo, escenas de la vida del santo; y las superiores, la Pasión de Cristo. Una joya temprana, entre los retablos de la provincia, y poco conocida. 
 
VESTIGIOS DE MELANCOLÍA. El plano de Melgar de Arriba tiene forma de alubia, dejando a San Miguel fuera de la cerca. En aquel extremo se encuentra el Cuarto de El Postigo, al que da paso el Pontón. Luego, el Cuarto de Piedras Negras y el de la Mediana forman la ensenada donde un foso aislaba la mota que ocuparon sucesivamente el castro primitivo, la fortaleza medieval y el palacio condal. La arruinada iglesia de Santiago ocupó el espigón del Cuarto de Barrio Vega. Sus muros vencidos de adobe dan paso a las naves del templo, que enmarca el vuelo de los arcos de ladrillo a la intemperie. Se ha recuperado la torre como mirador y a su lado un jardincillo que asoma al río, todo ello afeado por la vecindad del depósito de agua. 
La armadura policromada de la iglesia de Santiago, que ilustró la obra clásica de Pavón Maldonado sobre el arte mudéjar, desapareció con la ruina. También la bellísima pila bautismal de piedra, con su copa decorada por medallones clásicos y amorcillos, del primer tercio del dieciséis, aunque de esta consta su venta. El área recreativa del puente sobre el Cea es punto de partida de un circuito peatonal que siguiendo la cañada zamorana conduce hasta el azud de Galleguillos y retorna por las lagunas de Perales y de la Nube, cerca ya de Valdespino Vaca.
 
ALARDES MUDÉJARES. Melgar de Abajo se acomoda en la cornisa de Campos que vigila el paso del río hacia Joarilla de las Matas, entre palomares y bodegas. En su paisaje urbano descuellan las torres de ladrillo del Salvador y de San Juan. Repoblada a fines del siglo diez por el mozárabe Abduz, fue señorío del abad de Sahagún y del conde de Grajal. Tuvo una ermita dedicada a Nuestra Señora del Castillo, cuya imagen se conserva en el templo del Salvador. Esta iglesia tiene tres naves, portada mudéjar y bóvedas góticas en la cubierta del crucero. El grupo de la Visitación muestra una Virgen ataviada de peregrina. Junto a la iglesia de San Juan, también del dieciséis, una casona de ladrillo exhibe en su fachada un buen repertorio de alardes decorativos mudéjares: pilastras cajeadas en el muro, un arco trilobulado en el balcón, y sobre él, un bigote daliniano con las puntas enroscadas. En sus calles, que combinan la trama enrevesada con el desahogo de espacios generosos, encuentran acogida modernas esculturas del proyecto Artecampos, que sembró durante años la comarca de sorprendentes señuelos estéticos. Hacia el Cea, la zona recreativa del Mimbrajo aprovecha la umbría de la ribera fluvial. Al otro lado del río, la sociedad Melgarejo, creada por los vecinos, recuperó la tradición vinícola del pueblo con una plantación de setenta y cinco hectáreas de viñedo.