Más viva que nunca

Ruth E. Hernández (EFE)
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Quince años después de su muerte, los millones de admiradores de Celia Cruz recuerdan a la 'reina de la salsa' con varias exposiciones, musicales y numerosos tributos por todo el mundo

El 16 de julio de 2003 los seguidores de Celia Cruz lloraron en todo el mundo, porque ella, con su extrovertida personalidad, su carisma y su poderosa voz sobrepasó fronteras más allá del mundo hispanohablante: se había convertido en la reina de la salsa y la reina había muerto.

Quince años más tarde, amantes de sus sones en EEUU homenajean a la cantante cubana con distintos eventos, entre los que se incluyen la exhibición de sus vestidos, sus divertidas pelucas y otros artículos, que podrán verse en Nueva York, Miami y Washington.

Los admiradores de la excesiva artista caribeña ya no disfrutan de su «azúcar», su dulce grito en los escenarios con el que enloquecía a las masas, y ya no la ven junto a su inseparable cabecita de algodón, como llamaba a su marido, el trompetista y director de orquesta Pedro Knight, con quien protagonizó una eterna historia de amor.

Extrañan sus pelucas y llamativos vestidos de brillantes colores, sus peculiares zapatos de plataforma, su energía, su alegría con el público, al que amó incondicionalmente. Celia fue una mujer que triunfó en un mundo de hombres, que la querían y respetaban y con quienes compartió escenarios.

A pesar de su éxito, de haber puesto al mundo a bailar, en su país fue vetada por su oposición a Fidel Castro y no fue hasta 2012 cuando su voz se escuchó por primera vez en la radio en Cuba, donde nació en 1925.

La pena de no poder regresar a la isla, de donde salió de gira a México en 1960 junto a la Sonora Matancera y no regresó -ni siquiera para enterrar a su madre-, siempre la acompañó.