Huella de trenes campesinos

Ernesto Escapa
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Entre Medina de Rioseco y Moral de la Reina, los campos se ondulan, desnudando o hurtando horizontes en la mecedora del paisaje. A la altura del silo de Rioseco, confluían los ramales del ferrocarril secundario: el que bajaba de Villalón por Moral de la Reina, y el procedente de Valderas por Palazuelo de Vedija. Todo aquel entramado de progreso lo aventó la tolvanera del abandono masivo del campo durante la posguerra. Esta ruta primaveral persigue la melancolía centenaria de aquella audacia por la horqueta ferroviaria de Campos.

Una exposición, que coordinan Sarvelio Villar y Javier Rueda, recupera durante este mes de abril la huella del Charango o Tren Burra en la casa consistorial de Medina de Rioseco. Carteles, billetes, documentos de expropiación y vestigios materiales de sus estaciones ilustran la muestra. El recorrido entre Palanquinos y Medina se inauguró el 30 de abril de 1915, invirtiendo algo más de cuatro horas en transitar por sus catorce estaciones. La velocidad punta no llegaba a los cuarenta kilómetros por hora. El empuje más rápido lo tuvo concluyendo los cincuenta, cuando las máquinas incorporaron los motores diesel. Pero ya entonces la carretera se había convertido en un rival desmedido e inalcanzable para aquel cansino trajinante de humos por los campos de trigo, majuelos y liebres.

La muestra rescata la memoria ferroviaria de Campos y evoca el infortunio y frustraciones de su época contemporánea. La derrota del Moclín, el 14 de julio de 1808, y el consiguiente saqueo de los franceses habían sumergido a la comarca en una profunda depresión. Además de los destrozos materiales, que afectaron a muchas casas y al propio palacio de los almirantes, su censo registró toda suerte de ultrajes, incluyendo unas cuantas muertes. La expectativa del Canal de Castilla, que una vez concluidas las obras en Valladolid, acometió el tramo de Campos entre Paredes de Nava y Medina de Rioseco, empezó a aliviar el plomo de la derrota. Alcanzó Rioseco en 1849. Alrededor del canal, que fue dando salida a la producción agraria de la comarca, se instalan fábricas de harina, molinos de papel, pequeños astilleros, batanes de curtidos e incluso algún taller siderúrgico.

UN APELLIDO FLUCTUANTE

Además, sus aguas encauzadas desde la montaña palentina pusieron en regadío la vega del Sequillo. Este atisbo de prosperidad coincide con el proceso desamortizador, que ocasiona en Rioseco la ruina de los conventos de Santo Domingo y de San Francisco. Precisamente el primero, más cercano a la dársena del canal, sirvió como cantera para su construcción. También se derribó entonces la iglesia románica de San Miguel de Mediavilla. La llegada, en septiembre de 1884, del tren de vía estrecha desde Valladolid había abierto nuevas perspectivas a la comarca. En 1912 aquella línea enlazó con Villada, a través de Moral de la Reina, Cuenca de Campos y Villalón, y tres años más tarde, con Palanquinos, por Palazuelo de Vedija,  Villamuriel de Campos y Barcial de la Loma. Dejó de circular el 11 de julio de 1969.

En 1868, que fue un año infausto para la corona, Moral adoptó el apellido de la Paz, que mantuvo hasta 1909, cuando la regia inauguración del ferrocarril aconsejó volver a la costumbre. Una leyenda pelona y de cuño reciente enreda al Cid con la reina para explicar su nombre. Entonces todavía mostraba tres iglesias, de las que ahora queda una y las ruinas de otra, convertidas en precioso mirador de lejanías. De San Miguel, que fue templo mudéjar y parroquia hasta 1892, no aguantaron ni los rastros.

A la derecha de la carretera que conduce de Rioseco a Villalón se impone la peineta de San Juan, muy arreglada, con su portada renacentista, la entrada por un arco con alfiz y su torre mudéjar. El Inventario monumental de 1971 todavía la encontró en pie, con el retablo rococó adornado por escenas del bautismo de Cristo y diversos pasajes de la vida del santo titular. En realidad, la portada renacentista con medallones, fechada en 1538, corresponde a un pórtico posterior. Se trata de una ruina imponente, capaz de suscitar imaginativas cavilaciones en medio de la austera y ondulante soledad terracampina.  

EL VALLE DE LOS ERIZOS

El pueblo  de Moral se apiña en torno a Santa María, que es un templo con cabecera del dieciséis y entrada por arco conopial protegido por un pórtico de ladrillo. El resto de la nave es posterior, de mediados del dieciocho, y bien se nota. Guarda un valioso repertorio de retablos, alguno procedente de San Juan. El mayor es barroco. Lo que de ninguna manera puede pasar inadvertido en su interior es una magnífica pila bautismal gótica, que está bajo el coro y se destaca como una de las más hermosas de la provincia. 

El broche al triángulo entre las carreteras a Villalón y a Mayorga, que comunica Moral con Berrueces, sigue la hendidura del valle de los Erizos y discurre frente a la ermita de Pedrosa, altiva, solemne y hermosa en su soledad campestre. La romería de septiembre renueva el rito ancestral de sus danzas de paloteo. En dirección a León, se suceden, a la izquierda, el arroyo de la Regoyada, que se distingue por la arboladura del plantío que arropa un lagunajo juncal, y a la derecha, la loma adehesada del monte de Berrueces, que perteneció al duque de Rioseco. Su encinar, raleado para la siembra de cereal, fue en los años duros despensa pródiga de bellotas capaz de aliviar muchas penurias.