Caminos de poniente

Ernesto Escapa
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Castillo de Fuensaldaña. - Foto: El Día

La carretera regional de Rioseco a Toro amplía su horizonte en la bajada de Tiedra a Benafarces, que ya despide la provincia por este margen. A la izquierda del asfalto, verdea el paisaje el arroyo del Valle del Monte, que baja a confluir con el Bajoz entre los viñedos de Morales de Toro. Benafarces es un pueblo de adobe y tapial que ya no conserva vestigios de la fortaleza, mientras su templo ofrece un aspecto extraño. La iglesia de la Asunción, con buena planta del dieciséis, es de sillería y lleva adosada una sacristía un par de siglos posterior. Pero con todo su empaque carece de torre, que después de varios latigazos de rayos y centellas, cayó abatida por las inclemencias del abandono a comienzos de los años noventa. En su derrumbe arrastró la torrecilla gemela que cobijaba el caracol para subir hasta sus campanas. Una cristalera moderna cubre el roto que provocó a los pies del templo la caída de la torre. Lo más llamativo de la iglesia es su portada renaciente, ilustrada con escudos de los Ulloa. El pórtico de sillería que la arropa abre tres arcos y adorna su ático con bolas y pirámides. 
 
ALREDEDOR DE TIEDRA. Pobladura de Sotiedra refleja en su nombre la ubicación y su dependencia de Tiedra, que es el centro de este poniente provincial hasta el que se alargan las pendientes de los Torozos. El templo de San Andrés de Pobladura ha ido enmascarando con sucesivas reformas sus trazas góticas. Lo mejor del conjunto es la armadura mudéjar que cubre el presbiterio. Castromembibre se anuncia por el cubo de un viejo molino de viento, que los vecinos llaman la atalaya. El pueblo se recoge en la hondonada y su iglesia de Santa María del Templo es apaisada, de escaso alzado. Villavellid  ostentó el apellido del Oro y a estas alturas no se sabe si fue aquel tesoro o una veta de caolín lo que enceló a quienes escarbaron bajo el muro de la fortaleza, que acabó por los suelos. El castillo disimula sus rotos entre sembrados, en el camino de Tiedra. Es un recinto cuadrado que tenía cubos en tres ángulos y la torre en el otro. Fue residencia del marqués de Alcañices. El derrumbe echó por tierra la cara sur con uno de los cilindros. También la torre quedó mocha por algún cercén intempestivo. Al otro extremo del pueblo se encuentra la iglesia de San Miguel, hermosa en su ruina. Al viajero le llama la atención una portada plateresca con medallones en las albanegas. Algunas casas de Villavellid se parapetan tras amplias corraladas, a las que se accede por portones. Una enmarca su entrada de medio punto en un alfiz renacentista. Otra, situada en la plaza, vuela una torrecilla angular que amortigua la arista de su esquina. En medio del caserío destaca la iglesia de Santa María, hecha de piedra con tapial y ladrillo. Para la pila de agua bendita se usa un capitel corintio apoyado en otro románico. 
 
ALMENAS DE PELÍCULA. De vuelta a la carretera autonómica entre Benafarces y Villavendimio, el primer cruce a la izquierda nos acerca por Villalonso a Casasola de Arión. Villavendimio exhibe en su iglesia moderna parte de la sillería de nogal del coro de La Espina, además de un órgano barroco procedente del convento de Madre de Dios de Valladolid. En plena llanura comunera, alza su estampa impecable el castillo de Villalonso, sin duda el más veces utilizado como escenario cinematográfico. Hasta hace un par de décadas, este castillo permanecía abierto y con su interior ocupado por la tramoya cinematográfica de la última película que se hubiera rodado en su recinto. Aquellos andamiajes ayudaban a recorrer sus muros y permitían asomarse a los ventanales, de manera que la incursión tenía un aliciente añadido. Luego, su silueta aparecía de repente en las pelis de aventuras o en añejas reposiciones de cine histórico con ese fogonazo de la memoria que nos avisa de lo ya visto. Entonces la propiedad de la fortaleza estaba en manos de la duquesa de Osuna. En febrero de 1984 adquirieron el castillo los hermanos Cueto Vallejo, que han precintado la entrada con una verja de hierro. El primitivo alcázar de esta línea defensiva que integran las torres de Mota, Torrelobatón, Tiedra, Villavellid y Toro perteneció a la Orden de Calatrava. Luego fue adquirido por los Ulloa, que invirtieron mal en la causa sucesoria al apoyar los derechos de Juana la Beltraneja frente a los triunfantes de Isabel la Católica. En la batalla murió Juan de Ulloa, artífice de la fortaleza actual, que su viuda retuvo como prenda, a cambio del resto de sus posesiones, en la almoneda de la derrota. Luego el hijo se sumó a los comuneros y salvó el pellejo a cambio de una fuerte suma de dinero. Los escudos que presiden la fortaleza corresponden a sus fundadores, los Ulloa y Sarmiento. 
En el entorno inmediato del castillo resulta evidente la hendidura del foso, que todavía sigue muy pronunciada. En cambio se ha perdido la cerca exterior, de la que apenas quedan algunos restos. La torre del homenaje forma parte del muro norte, mientras el perímetro de la fortaleza remata en las esquinas con cubos circulares y rompe la monotonía de los muros con vistosas garitas colgantes. El lienzo orientado hacia el pueblo presenta signos de su uso tradicional como frontón. El recinto del castillo es de una perfección envidiable, casi sin rasgaduras. De camino hacia la fortaleza, que emerge solitario y elegante en medio de los campos, llama la atención, en la misma esquina de la carretera comarcal que cruza por Villalonso, un soportal apoyado en columna de mármol que tiene como base y remate sendos capiteles mozárabes. La iglesia de San Martín y las paredes de adobe ofrecen el contrapunto urbano a la desnudez del paisaje que rodea al castillo, cuyas almenas han sido testigos de siglos de historia y sueños de película.
De vuelta hacia Villalar pasamos por Casasola y Pedrosa del Rey, pueblos donde la autarquía de posguerra estimuló una floreciente industria de máquinas aventadoras, cuyos talleres artesanales se repartían por este poniente de Valladolid, con su centro neurálgico en Casasola de Arión, pueblo abrazado por el Bajoz. En la calle de la Iglesia puede verse la casa de los duques de Arión, hecha de adobe y tapial, en la que llama la atención una reja del dieciséis. De aquel brote industrial de posguerra queda el barrio Pingarrón, una colonia de medio centenar largo de viviendas construida a mitad de los años cincuenta.