Un socio demasiado poderoso

M.R.Y
-

Bruselas intenta que los Estados de la UE accedan a las exigencias de Cameron para impedir la salida del país británico del bloque comunitario

 
Hace poco más de medio año, la Unión Europea recibía con una mezcla de júbilo y expectación la victoria de David Cameron en las generales del Reino Unido. El primer ministro revalidaba su cargo con una mayoría suficiente que le permitía gobernar sin alianzas, como la que había mantenido en la última legislatura con los liberales. Los euroescépticos no cumplían con los pronósticos y apenas recibían apoyo y desde Bruselas esto era un cúmulo de buenas noticias. Pero se sumaba la incertidumbre sobre si el líder conservador cumpliría con su promesa electoral de convocar un referéndum sobre la permanencia del país en la UE, la principal apuesta del premier en la campaña y que, apenas unos días después de ser refrendado en las urnas, volvía a aparecer en la palestra con una fecha límite: antes de 2018. 
La preocupación ante una posible salida del Reino Unido del grupo quedó apartada, cuando a mediados de 2015, Grecia y otro presumible abandono del grupo por su incumplimiento en materia económica, conocido como Grexit, copó toda la atención. El primer ministro, Alexis Tsipras, no solo causaba quebraderos de cabeza a las autoridades de Bruselas, sino que llegó, incluso, a plantear un órdago a la UE, al BCE y al FMI con su plante ante las exigencias de sus acreedores. La posibilidad de que la nación helena abandonase la eurozona y tuviese que regirse con una nueva divisa hizo temer un fracaso del planteamiento de la moneda única, pero nunca llegaron a tambalearse los cimientos de la Unión. Finalmente, Tsipras tuvo que claudicar ante sus superiores.
Pero el Reino Unido no es Grecia y eso es evidente. El país es la quinta economía del mundo y la segunda de Europa, solo por detrás de Alemania, además de contar con un poder político y diplomático que, desde luego, no tiene el Estado mediterráneo, así como unos respaldos de los que Atenas carecía.
 
Atenciones y mimos. Desde que Cameron anunció su plan de convocar la consulta sobre la continuidad en el bloque, el mandatario tory no ha dejado de recibir mimos por parte de sus aliados. Desde Alemania, la canciller, Angela Merkel, no ha cesado sus conversaciones con su homólogo británico con el fin de convencerle de que quedarse en la UE es lo mejor para todos. Y como Merkel, las principales autoridades comunitarias. Tanto Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, como Donald Tusk, máximo responsable del Consejo Europeo, han despachado en medio año un buen número de veces con el premier para negociar qué pasos son necesarios para garantizar la permanencia.
Consciente, antes y después de estas atenciones, de la importancia que tiene su país en el bloque, Cameron se ha permitido lanzar un órdago que, por el momento, ya sido aceptado por Bruselas: reformar la estructura de la UE en cuatro puntos -mercado único, inmigración, competitividad e integración económica y política-. Y las autoridades del grupo han accedido a esas pretensiones con un freno de emergencia que limite las prestaciones sociales a los trabajadores extranjeros del grupo o creando un mecanismo que proteja los intereses de los Estados que no pertenecen a la eurozona. Unas concesiones que se encuentran en un borrador y que tendrá que ser ratificadas por los Veintiocho en la cumbre de líderes europeos del 18 y 19 de febrero.
El Brexit, como es conocida la hipotética salida, es el enemigo a batir. Por ello, Merkel se está empleando a fondo para evitarlo a toda costa.
Sin embargo, las concesiones anunciadas por Tusk no son del agrado de todos los socios. Polonia ya ha mostrado su disconformidad a que los ciudadanos comunitarios pierdan derechos que ya tenían y otro de los Estados fuertes del bloque, Francia, se ha plantado. 
El presidente galo, François Hollande, mostró su deseo de que el Reino Unido siga, pero subrayó que «no podrá haber nuevos ajustes ni nuevas negociaciones». «Hemos llegado a un punto que debe permitir a los británicos tener las garantías necesarias dentro del respeto de los principios europeos», en un claro hasta aquí hemos llegado que quiere dejar claro a Cameron que ya vale de chantajes.
 
Tiempo de incertidumbre. Si todo sale como espera Bruselas, Europa pasará, previsiblemente, dentro de medio año, un difícil referéndum en el que se jugará la primera salida de un miembro desde su fundación en 1958. Pero, en caso de que se aprueben las exigencias de Londres, el resultado será satisfactorio. El propio premier anunció que hará campaña a favor de la permanencia si se cumplen sus reclamaciones y adelantaría la consulta a junio.
Sin embargo, el escenario parece más complicado. La claudicación no es condición indispensable para evitar el Brexit. Los euroescépticos ganan fuerza en el Reino Unido, un buen número de diputados defiende la salida e, incluso, un amplio sector del empresariado no quiere seguir en la Unión. 
En los sondeos, la opción de abandonar va cobrando fuerza. Y la crisis migratoria que vive Europa está ayudando a los detractores de la UE en la isla. La independencia del país con respecto a Bruselas -ni siquiera sopesa entrar en el euro ni forma parte del espacio Schengen- tiene una doble lectura. Seguir de este modo es el aval de los europeístas. La posibilidad de ahorrar grandes cantidades de dinero que se da a los Estados en crisis y reducir el gasto ante la llegada de inmigrantes es la apuesta de quienes quieren irse.
La UE tiene que decidirse a mediados de mes, pero los británicos tendrán la última palabra.