Mantería, campeona del comercio

Jesús Anta
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El escritor Jesús Anta descubre la historia y relata los cambios en las calles de la capital

Será muy difícil encontrar en Valladolid otra calle más comercial que la de Mantería: todos y cada uno de sus treinta y siete inmuebles acogen en sus bajos locales comerciales. Redondeando, y añadiendo los que aporta la inseparable plaza de San Andrés, ochenta comercios ofrecen una variadísima gama de productos. Sin duda, si en Valladolid existiera un podio de campeones  del comercio, la calle Mantería estaría en lo más alto del mismo.

 Une la plaza del Campillo (como tradicionalmente se conoce a la plaza de España, cuyo nombre viene del descampado -campillo- que había entre la ciudad histórica y el entorno de la ermita de San Andrés); y la plaza de la Cruz Verde. Esta ubicación la hace privilegiada para el tránsito entre la Circular y todas sus calles adyacentes, más las personas que vienen caminando desde Pajarillos hasta el centro, por lo que al menos hasta el cierre del horario comercial, Mantería goza de un movimiento peatonal acaso inédito en otros lugares de Valladolid, aunque hace siglos ya se la citaba como calle muy concurrida.

No es de extrañar, por tanto, que la Asociación de Empresas Comerciales de calle Mantería y plaza de San Andrés,  presente este entorno como un gran centro comercial al aire libre… y en pleno centro de Valladolid, sobre todo desde que  en 1987  se peatonalizara, lo que marcó, para bien,  un antes y un después de la actividad comercial.

El listado de productos que se pueden encontrar en la calle agotaría la extensión de este artículo, por lo que excuso ni siquiera poner ejemplos. Tiene, eso sí, una historia pasada de abundantes zapaterías, pero que el paso del tiempo ha hecho que unas cuantas de ellas se cerraran y fueran sustituidas por otros productos. Y antes que las zapaterías, desde luego, tuvieron aquí sus telares los ‘manteros’, pues como tal se conoce la calle desde al menos los años en que Cervantes vivió en Valladolid.

No obstante, algunos comerciantes comentan que algo se está notando, para mal, el que se llevaran Hacienda y la oficina de la Seguridad Social próximos a la calle, pues eso, además ha obligado  al traslado hacia los nuevos emplazamientos de aquellos servicios a  corredurías  y gestorías.

Hay en la calle dos referencias obligadas, cuales son  San Andrés y el antiguo cine Lafuente. 

La iglesia, que hace de telón de fondo de una recoleta plaza, viene de una ermita de la que ya hay noticias en el siglo XII y que, ahora,  su interior muestra uno de los más impresionantes retablos  de Valladolid: barroco del siglo XVIII. Y el cine Lafuente (nombre que obedece al apellido de una familia muy vinculada en sus años con el cine).  En la actualidad está cerrado (desgraciadamente),  y comenzó a proyectar sus películas en el año 1932. Especializado en un momento en sesión continua y con precios reducidos para la chiquillería, trató de sobrevivir mediante la proyección de películas eróticas (cine X, se llamaban); para, posteriormente, y con cambio de nombre a Renoir, ofrecer películas de calidad y autor… más, como la gran mayoría de las salas cinematográficas de los barrios, terminó por cerrar. 

Más arriba dijimos de la calle que tiene unos orígenes modestos. Efectivamente, hasta entrado el siglo XX, sus casas estaban ocupadas por obreros y humildes artesanos. Es más, cuando la ciudad empezó a acoger a obreros de los talleres ferroviarios, los patios de las casas se convirtieron en poco más de lo que hoy llamaríamos chabolas, produciendo un hacinamiento humano ya insoportable para su época. Por cierto, no nos deben pasar desapercibidas las fachadas de  ladrillo del siglo XIX que aún se conservan.

Tan humilde era la población que habitaba las casas, que cuando el Ayuntamiento quiso premiar a la primera criatura de familia pobre que naciera en Valladolid en el siglo XX, la suerte cayó del lado de una niña, llamada Margarita, cuyo padre era un artesano en paro que con su esposa vivía en la calle Mantería. Aquello sí fue una lotería: el Ayuntamiento la vistió, dio empleo a su padre, le pagó los estudios de maestra, e incluso le costeó los gastos de su boda en 1930: con todo incluido (gastos parroquiales, coche de alquiler, lunch, fiesta y cigarros) el gasto total ascendió al equivalente a 16 euros de los de ahora.