El valle de los molinos

Ernesto Escapa
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Iglesia de Berrecuelo. - Foto: Ernesto Escapa

Berceruelo ocupa la cabecera del arroyo de los Molinos, que es tributario del Hornija. En realidad, el arroyo brota más arriba, en la frontera de los términos de Velliza y Castrodeza, pero sólo superada la carretera de Torrelobatón a Tordesillas su cauce se encaja en un barco que se precipita hacia la llanada de Villalar. Los aguazales de primavera, cerca del puente de los Fierros, provocaron con su derrame la hecatombe comunera de 1521. Allí se entrega al Hornija, que baja con timbre de río desde La Mudarra y prosigue hacia el Duero por las espaldas de Villalar. En el término de Berceruelo, donde se abre el vallejo entre cerros,  hubo buenas canteras, de las que salían las ruedas para los molinos y lagares de la provincia. Eran piezas bien curtidas, vacunadas del sobresalto de los quiebros, que se tallaban antes del traslado. Aquella facilidad en la extracción y venta de buenas muelas de molino llevó a los de Berceruelo al descuido, dejando que se perdiera la iglesia románica de San Juan Bautista, cuya espadaña suspira en la pendiente con sus tres ojos vacíos. Abandonada hace medio siglo, cuando se construyó una capilla de ladrillo, todavía mantiene el remate de bolas y la airosa veleta de la espadaña. Incluso ahora ha vuelto a lucir los adornos de su portada románica con un primor olvidado.


El retablo mayor de aquel templo, una obra espléndida del Renacimiento, encontró acomodo en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid, mientras en la nueva iglesia de ladrillo quedó la imagen manierista del Bautista, que muestra en sus formas visos de Berruguete.  Lo más llamativo de la ruina del viejo templo se concentra en la portada, aunque no faltan canecillos y otros adornos románicos repartidos por el muro. Los capiteles son una maravilla. Bajo un cimacio tallado como nido de abeja, el de la derecha muestra a una figura orante que tiene en sus manos el sol y la luna, mientras un par de leones lo miran con aire resignado y pacífico. Los expertos sitúan esta iconografía de raíz mesopotámica a finales del siglo once o principios del doce. El otro capitel combina los leones con discos solares, que también recorren el cimacio. La postura de los felinos, mirando uno al amanecer y otro al crepúsculo, simboliza la cadencia del tiempo y la sucesión de los días. Si en otro tiempo el descuido provocó su ruina, ahora Berceruelo cuida con mimo tanto la restauración de sus vestigios artísticos como el decoro del entorno, donde se encuentra el cementerio. También hace tres años se reparó el nuevo templo, a la vez que se adecuaban zonas de recreo, entre las que sobresale el parque del Caño, que era el lugar en el que abrevaban los animales. Esta cabecera de vallejo, en cuya ladera se tiende el caserío de Berceruelo, ofrece cuestas y lugares propicios para el brote de las setas. Sobre todo, en el camino hacia el pico del Almendro, donde estuvo una de las canteras históricas.


Más abajo en el valle se encuentra Bercero, que reparte su caserío a ambos lados del arroyo de los Molinos. Berceruelo y Bercero evocan su vínculo repoblador con los bercianos, en un tránsito por la toponimia que ni siquiera despista demasiado. Sobre todo, si se compara con otras derivas, como la procedencia de la montaña del Curueño de los coruñeses que dan nombre a la cuesta que remonta desde Rioseco al páramo de La Mudarra. Pero ese hilo se complica en el valle de los Molinos con la familiaridad entre berceo, que es la planta gramínea que se usa para hacer esteras, y Bercero, un pueblo dedicado tradicionalmente a esas artesanías. En Bercero, la labor vecinal se orientó a la fabricación estacional de cuévanos de mimbre, alfombras de esparto y cestos. Era una forma de aprovechar los tiempos de sosiego que dejaban las tareas agrícolas y ganaderas. Varias casonas palaciegas repartidas por el pueblo testimonian una lejana prosperidad, que se aprecia en la iglesia de la Asunción, construida sin menguas y bien provista de retablos, pintura e imaginería en su interior.

Incluso cuenta con órgano para poner música a las liturgias, sillería de coro y un imponente cancel de robustos herrajes. La tolvanera de los siglos se llevó las vidrieras y parte de su orfebrería en plata y bronce, además de otra iglesia dedicada a Santiago, un templo iniciado en el primer tercio del dieciséis, al que todavía  se puso el chapitel de la torre dos siglos más tarde. El caño de su fuente Trillona calmó la ansiedad de los comuneros. La iglesia de la Asunción, del diecisiete, tiene pórtico bien resguardado y un retablo de la escuela de Gregorio Fernández. Una cruz de hierro, en la plaza del Arrabal, suple la falta del crucero de piedra ante la ermita del Humilladero, que es de piedra y alza espadaña de ladrillo. Junto a las escuelas, que son obra peculiar de la dictadura de Primo de Rivera, estuvo la ermita de San Roque, desmontada piedra a piedra para decorar el zaguán de los pabellones de la Feria de Muestras. No fue la única pérdida. El turbión de los siglos aventó sin paradero conocido las dedicadas a San Martín, San Sebastián, San Juan y San Pedro. Pero con todo el caserío de Bercero mantiene su prestancia y evoca el legado a Tordesillas en 1337 por doña Leonor.


Entre Bercero y Villavieja estuvo Arenillas, una de las aldeas tordesillanas que hacían concejo en el atrio de la iglesia de San Juan de los Monteros, ya desaparecida. Villavieja lleva el apellido del Cerro porque está a media cuesta y desde allí vigila la encrucijada de caminos de Tordesillas. Su estampa la domina la iglesia de la Asunción, precedida de pórtico, cuyo atrio circunda un pretil de mampostería adornado con bolas herrerianas. Sobre el cerro que apellida al pueblo estuvo el templo de San Juan de los Monteros, donde se reunían los junteros de la Tierra de Tordesillas. Aquellos concejos convocaban a representantes de Bercero, Berceruelo, Marzales, Matilla, San Miguel del Pino, Torrecilla, Velilla, Villamarciel, Villán y Villavieja. También acudían procuradores de los actuales despoblados de San Martín del Monte y Arenillas. San Martín estaba al otro lado del río y Arenillas a medio camino entre Villavieja y Bercero. Lo abandonaron sus vecinos por miedo a los franceses para asentarse en Bercero. En la cuesta del cerro quedan los restos  del complejo de ocio y deporte Meseta Esquí, promovido por la Diputación.