El enemigo silencioso del criminal

Leticia Ortiz (SPC)
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El ADN se ha convertido en un aliado clave de las Fuerzas de Seguridad que, gracias a la genética, han cerrado casos como el de Rocío Wanninkhof

 
El 19 de agosto de 2003, cinco días después de su desaparición cuando regresaba a su casa en la localidad malagueña de Coín, apareció el cuerpo sin vida de la joven Sonia Carabantes. La autopsia determinó que la muchacha de 19 años había sido estrangulada, tras haber recibido numerosos golpes. En ese mismo análisis, los especialistas encontraron restos de piel humana entre las uñas de la fallecida. Podrían corresponder a su asesino, al que quizá la víctima había logrado arañar para defenderse.
Mientras, a menos de 20 kilómetros de allí, en Mijas, una mujer no seguía con mucha atención aquel caso. Aún le dolían sucesos así, pues le recordaba a su pasado más reciente. Recluida en su casa, disfrutaba de una libertad provisional que no era tal, pues aún seguía señalada como la asesina de otra joven, Rocío Wanninkhof. 
La noche del 9 de octubre de 1999, la chica desaparece en el trayecto de la casa de su novio a la suya, separadas por apenas 500 metros. Su cadáver aparecería más de tres semanas después, totalmente desnudo, entre Marbella y San Pedro de Alcántara. Ante la presión social y los indicios, que no pruebas, contra Dolores Vázquez, la Guardia Civil la detiene como presunta autora del crimen. El jurado popular encargado de dar el veredicto del caso la declaró culpable, respaldando la tesis de la Fiscalía, y Vázquez, que había sido pareja de la madre de la víctima, acabó en prisión, donde permaneció 17 meses hasta que se anuló el juicio por defectos procesales.
En Coín, ajenos a aquella mujer que acababa de recuperar la libertad, los investigadores cotejan los restos hallados en el cadáver de Sonia Carabantes por si pertenecen a alguien ya fichado. Sin embargo, lo que obtienen es aún más sorprendente: el ADN de aquella piel localizada bajo las uñas de la fallecida coincide con los restos biológicos de una colilla recogida en el lugar donde había aparecido el cadáver de Rocío Wanninkhof cuatro años antes. El asesino de las dos jóvenes parecía, por tanto, la misma persona.
Tras la denuncia de una tercera persona, la Guardia Civil comienza un seguimiento de Tony Alexander King, un británico afincado en la Costa del Sol con un presente común, pero con un oscuro pasado en el que recibió el sobrenombre de El estrangulador de Holloway. Tras conseguir restos de ADN, de una colilla o de ropa interior, dependiendo de la fuente que narre la historia, los análisis científicos concluyen que el perfil genético de las tres pruebas coinciden. King confiesa, al verse acorralado, y Dolores Vázquez queda no solo libre, sino exculpada de un asesinato que, como siempre defendió, no había cometido. 
 
33 años de historia. El de Rocío Wanninkhof es, posiblemente, el caso español más conocido en el que el ADN se ha convertido en el enemigo invisible más peligroso para los criminales. Pero, por supuesto, no ha sido el único que se ha podido resolver gracias a las pruebas biológicas de aquellos que quebrantaron la ley. Desde que, en 1983 se creó el Laboratorio de Criminalística de la Guardia Civil, se han detectado más de 89.000 marcadores positivos o coincidencia de perfiles genéticos. Para hacerse una idea, solo en 2015 se pudieron esclarecer unos 1.100 ilícitos penales gracias al ADN e identificar, además, a unos 53 cadáveres con una certeza muy cercana al 100 por 100.
Más allá de los asuntos más mediáticos, como la detención de King como doble asesino de las jóvenes malagueñas, el estudio del ADN se convirtió en una «herramienta fundamental», según destacan las Fuerzas de Seguridad, para la lucha contra ETA desde los años 80. 
Los terroristas, especialmente los altos mandos de la banda organizada, eran muy cuidadosos con sus rutinas y con el borrado de pruebas que les pudiera relacionar con los atentados o con los diversos comandos. Gracias a horas y horas de seguimiento, en los que han recogido colillas, vasos usados o restos de basuras, con el permiso de los tribunales, la Ertzaintza logró consolidar una enorme base de datos de muestras biológicas de sospechosos, que se ha convertido en referente para el resto de los Cuerpos policiales. Esos datos han servido para comparar el ADN obtenido de las capuchas, los guantes o las prendas abandonadas por los implicados en actos de la kale borroka o en los restos de los escenarios de los atentados o en los pisos francos de la banda. Así, por ejemplo, el etarra Gregorio Vicario Setién fue sentenciado gracias a los análisis biológicos por el secuestro de Cosme Delclaux, mientras que Lola López Resina lo fue por el de José María Aldaya.
 También, estos análisis han sido de utilidad para la identificación de cadáveres o restos tras su desaparición o en caso de catástrofes con múltiples víctimas como en el accidente aéreo en los Alpes de Germanwings, en abril de 2015, o el de Spanair en el aeropuerto de Barajas, en agosto de 2008. 
 
Tecnología punta. Desde 1983, las técnicas de obtención de los perfiles genéticos han evolucionado vertiginosamente, mejorando en rendimiento, rapidez, fiabilidad y calidad de los resultados; y pasando de utilizar las técnicas basadas en electroforesis sobre geles de acrilamida, a usar los más novedosos kits de análisis en la materia. Por ejemplo, el Departamento de Biología de la Guardia Civil (como se renombró el Servicio en 2011) cuenta con el reconocimiento de la Entidad Nacional de Acreditación de ser el primer laboratorio forense español en conseguir dicha distinción. Además, en 2013 creó el área de I+D+i, dedicada «exclusivamente a estudiar, validar e implementar las nuevas técnicas e instrumental» del laboratorio, así como a la actualización y optimización de los protocolos de trabajo. 
Además, gracias a los acuerdos internacionales en materia de lucha contra el terrorismo y la delincuencia transfronteriza, y los cotejos que se realizan entre los países firmantes, se pueden detectar coincidencias de perfiles genéticos e intercambiar información entre el gran número de laboratorios de genética forense. 
 
Eva blanco. Si el de Rocío Wanninkhof fue el primer caso mediático de España en el que los ciudadanos comprendieron de verdad la importancia del ADN, el último que saltó a las portadas fue el de Eva Blanco. Durante 18 años y seis meses, la Guardia Civil custodió los restos biológicos encontrados en el cuerpo de la joven madrileña, que fue violada y apuñalada en 19 ocasiones en nuca, cuello y espalda. La noche de su asesinato llovía sobre el pueblo de Algete, la localidad en la que vivía y en la que desapareció a apenas 800 metros de su casa. Una circunstancia que complicó el trabajo de los investigadores.
El caso, a pesar de que se acercaba su sobreseimiento, nunca dejó de estar inactivo y, de hecho, se convirtió en una obsesión para los agentes destinados en el municipio. Gracias a los avances en la investigación del ADN, los profesionales pudieron acelerar la resolución de un crimen en el que se llegó a investigar a más de 5.000 personas. Sin embargo, los análisis de los expertos determinaron, en 2014, que el perfil genético de quien cometió el brutal asesinato correspondía al de una persona nacida en el norte de África por su cadena de cromosomas. Así, la lista se redujo y se pudo dar con un ciudadano español de origen marroquí llamado Ahmed Chehl que, aunque residía en la localidad de Pierrefontaine Les Varans (Francia), en la época del suceso vivía en Algete. La ciencia volvió a aliarse con las Fuerzas de Seguridad, pues al comparar los restos hallados en el cuerpo de Eva Blanco con los del sospechoso, la coincidencia fue total. Caso cerrado.